Miro como el atardecer se escabulle por las escalas,
por las murallas, por los pasajes… simplemente se escapa.
Es uno de los últimos atardeceres tranquilos, apacibles,
aquellos que recuerdan mi niñez.
Me despido de él con mi espíritu en absoluto recogimiento,
repleto de temor, de angustia,
ya que es uno de los últimos atardeceres tranquilos, apacibles
cómo dije anteriormente.
Se avecinan, y vendrán, atardeceres sangrientos, demoledores,
de espantosas carnicerías humanas,
de genocidios a escala planetaria.
Ni ancianos ni niños ni embarazadas podrán huir
de las jaurías humanas.
De nada servirá encomendarse a Dios, a Ala, a Jehová,
a Jahve o a quien sea. Incluso Satanás estará aterrado.
Pobres niños que en esos tiempos nazcan! Serán despedazados,
serán devorados, serán un plato jugoso para las alimañas humanas
que ya están afilando sus garras, sus armas, sus drogas,
sus soldados, sus guardianes para el asalto final.
El trabajo previo ya ha sido realizado, y los millares de corderos
bailan, cantan, beben, fuman, se drogan, se musicalizan,
se cambian, están tarjeteados, oran, son felices… no saben
que sus cuellos serán cercenados.
Ya no hay más tiempo, no hay más posibilidades,
no hay más caminos. Vamos a la hecatombe.
De nada servirán los gritos gays, los gritos lesbos, los gritos heteros,
los gritos feministas, los gritos étnicos, los gritos ecológicos,
los gritos estudiantiles, los gritos de cuanto grupo existente haya.
El destino ya fue trazado por manos humanas y la miseria humana
resplandecerá como nunca antes.
La sangre regara la Tierra… y de la sangre —esta escrito—
tendrá que nacer el grito rebelde, el grito libertario,
y de la sangre tendrán que salir los hombres y las mujeres,
las mujeres y los hombres que empuñen los fusiles,
las ametralladoras
y qué arrasen, que exterminen a los malditos
que llevaron al Mundo a este punto de quiebre sin retorno.
De esa sangre saldrán los sobrevivientes, las nuevas generaciones,
la nueva civilización.
La verdadera y última civilización humana.
Así sea, así será.