Por José Miguel Bonilla T.
Fama, orgullo, adicción, control, testarudez…Ego al fin. Todos estos elementos se conjugan en una mixtura difícil de comprender para el ciudadano medio cuando los representantes del partido del orden perseveran una y otra vez por ser nuevamente aceptados en la hoguera de las vanidades en la que se ha convertido la política en este país.
Lagos, pareció no entender que la ciudadanía tiene cada vez más conciencia, que los estudiantes registrarían en su memoria como pila de monedas el CAE, y que se las arrojarian en su cara hasta el día de hoy.
Fue el mismo Lagos que con pachorra mediática encaró al Tirano destructor del tejido social, el posteriormente entregaría el asfalto a la empresa privada extranjera, que continuó con las privatizaciones de sus antecesores, con la triangulación del MOP-GATE, y que defendió a rajatabla a Cheyre -ese que en la camanchaca trataba de pisotear las manos de los muertos que le aferraban sus pantorrillas- y quiso ser el padre de la Constitución del 2005.
Sujetos como Lagos, Zaldívar y otros tantos más execrables neoliberales, mantienen una gerontocracia resistente al escalpelo público. Aferrados como musgos a la roca, profitando de una práctica tentacular con extensas redes. Cohabitando estrechamente con el gran empresariado en Casa Piedra, donde se postran de hinojos ante su Baphomet.
Estos personajes sienten que medran en el desierto de la anomia, como si fuesen subsumidos por las arenas del olvido, incapaces de pasar a la Historia como uno más que tuvo la suerte de ser elegido por la Ciudadanía por haber estado en el lugar y el tiempo adecuados…pero nada más que eso. En algo se parecía el tirano cazurro a los Lagos y Piñera: la tozudez. El sentirse depositarios de un mandato casi divino por la suerte de la República. Esa testarudez por supeditar voluntades que a veces les revienta en la cara. Seguramente esos patrones de comportamiento como arquetipos junguianos se reproducen en este mismo instante, incoándose en alguna tiendita partidaria. Está por verse.
De otra parte, asombra la pérdida de capacidad de asombro de la opinión pública y su gran tolerancia a normalizar conductas reñidas con la ética en el caso del plutócrata Piñera. Éste, presa de continuos espasmos, producto de una insospechada hipercinesia y descontrol de impulsos, quizá muy mal manejados en la infancia, persevera en digitar sus negocios mientras que con ojo avieso otea la Moneda en el horizonte.
Cavilando sobre esta retorcida selva que es la política, estimé necesario escarbar en los anales de la Filosofía ya que sujetos políticos como los anteriores superan los eones del tiempo. La tríada Sócrates, Platón y Aristóteles nos entregan sobrados ejemplos del ejercicio del poder, de la vileza o virtud de los hombres, de las formas societarias en la que se ejerce la política. Platón nos recuerda un pasaje muy bello: “Yo que al principio estaba lleno de entusiasmo por dedicarme a la vida política , al fijar mi atención en ésta y verla arrastrada en todas direcciones por toda clase de corrientes, terminé por sentirme atacado de vértigo, y aunque no prescindí de reflexionar sobre cómo y cuándo podrían mejorar estos asuntos y, en consecuencia, todo el sistema político, sí deje de esperar, sin embargo , sucesivas oportunidades de intervenir activamente, concluyendo por advertir que todos los Estados actuales están mal gobernados. Y me vi forzado a afirmar, en alabanza a la verdadera filosofía, que ella depende de la comprensión de lo que es justo, tanto en política como en todos los asuntos privados; y que no cesará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos. O bien los que ejercen el poder en los estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de las palabras”
Más rigor filosófico requiere la fronda política de este país, más virtud, valores que en modo alguno los vemos reflejados en muchos caudillos de tiempo presente y del incierto futuro.