Construir la lucha desde una memoria combativa

de Pimentón Rojo

La revuelta popular que se abre en octubre, producto de una continuidad de procesos de movilización cruzado con la profunda precarización cotidiana de la vida, constituyó un cúmulo de experiencias que volvieron a develar nuestros miedos y sueños colectivos suspendidos. Desde esa suspensión de lo que quedó truncado nos levantamos para preguntarnos en torno a nuestro pasado reciente, pero desde una memoria combativa, que se distancia de la contemplación o de la reflexión reiterada del “nunca más”, concibiendo la historia como un campo de disputa, que significa la construcción revolucionaria desde un presente.

  1. La transición y la invitación a la derrota

Entre las múltiples consignas que afloraron en el marco de la revuelta popular, resonaba una y otra vez “no son treinta pesos, son treinta años” vinculándose de forma crítica con las políticas llevadas a cabo por los gobiernos de la Concertación. Desde otro ángulo, nuestra crítica se levanta por las políticas que movilizó la Transición por consagrar el eufemismo de la reconciliación, construyendo una verdad instrumental al nuevo orden económico que conllevó la amplificación de una derrota histórica propiciada con anterioridad por el golpe cívico-militar.

Una de las primeras características que constituyó el proceso de la Transición fue la construcción de una Verdad instrumental a la idea de la reconciliación, es decir, una verdad totalizante donde convergen diversas opiniones. Bajo este objetivo existe una relativización de lo sucedido adquiriendo primacía la reconstrucción de un pacto social, que condena al olvido lo que es considerado como elementos de división. Desde nuestra perspectiva existe una imposibilidad objetiva de la reconciliación en cuanto reconocemos la lucha de clases como elemento constitutivo del modo de producción capitalista, conflicto y contradicción constante que devela intereses antagónicos. 

Por otro lado, la Transición movilizó la derrota y buscó sepultar la posibilidad histórica de la revolución, no sólo invitando a la reconciliación y olvidar los elementos que nos dividieron, sino despolitizando y reduciéndonos al lugar de víctimas. Desde esa intencionalidad se ignora la existencia de proyectos políticos, militancias políticas múltiples y construcciones en movimiento. “La formación social chilena, en la que destaca una práctica de violencia ejercida desde el Estado, ha implementado incesantemente políticas de encierro, castigo, masacres y exterminios en contra de sus “enemigos internos”, el “proletariado alzado”, “anarquistas, trotskistas, comunistas, subversivos, terroristas, elenos, miristas, mapuches, homosexuales, delincuentes comunes, etc.”, y se caracteriza por una obediencia a una racionalidad y a una lógica donde el punto culminante ha sido la destrucción y exterminio de una categoría social política de militantes”[1]. La Transición completó este objetivo invisibilizando o condenado dichas expresiones de politización, comprendiéndola como meros “excesos”, “errores” o simplemente enfatizando que dicha encarnación formaba parte de un pasado. 

Por último, nos gustaría señalar que la Transición se narra a sí misma como una experiencia que triunfa por la gesta plebiscitaria, marginando los fuertes cuestionamientos a la dictadura cívico-militar materializados en diversas jornadas de protesta, acciones populares de solidaridad (ollas comunes), la resistencia en las peñas como factor de encuentro y agrupamiento, es decir, innumerables acciones de protagonismo popular que intencionadamente se buscaron disciplinar para garantizar la gobernabilidad del proceso transicional. 

  • Por una batalla de la memoria

Desde nuestra propuesta asumimos la construcción de una memoria combativa que abra un diálogo entre pasado y presente a la luz de las innumerables contradicciones que se van detonando. La memoria desde la batalla puede constituirse en un pilar para abrir la dimensión estratégica en cuanto ausencia y posibilidad, en cuanto comprensión de las posibilidades históricas suspendidas en las derrotas temporales que hemos vivido.

Nuestra comprensión no se sitúa en una lógica lineal que da por cerrada etapas históricas, no creemos que la memoria deba contemplar el pasado, haciendo una mera descripción de lo sucedido, sin interacción, sin movimiento con un presente. Desde este lugar es que problematizamos el olvido asumido como instrumento político, como forma encubierta en la política pública para legitimar la tiranía del capital.

Memoria y lucha están absolutamente conectadas, porque nos permite dar cuenta de nuestras añoranzas, sueños materializados en experiencias concretas que se niegan a sucumbir ante la periodización rígida.  Es por aquello, que no comulgamos con la tan amplificada y masificada síntesis del “nunca más”, ya que evidencia un reduccionismo del pasado, una simplificación que clausura la lucha desde nuestro presente. “En otras palabras: El pasado es solo – y esto es lo trágico – pensado como “rentabilidad”, es decir, es rentable el término de futuro, por lo tanto, el lugar de la víctima del pasado es representada en la lógica del “costo y beneficio”. Benjamin arremete contra esta lógica, que supone por ejemplo el discurso que dice: “aprender del pasado para que no se repitan los mismos errores en el futuro”. Esto es rentabilidad completa, es decir, lo único que importa del pasado es que impida, supuestamente, que no vuelva a suceder lo que sucedió”[2].

  • Nuestra experiencia

Desde estas reflexiones que compartimos e involucrados profundamente con nuestra realidad, asumimos la necesidad de disputar las dimensiones de la memoria desde un enfoque combativo. Comenzamos por recuperar la experiencia de la Olla Común Luis Tamayo en el cerro Los Placeres en el marco de la dictadura cívico – militar dando cuenta de las movilizaciones de solidaridad popular en el territorio. En dicha experiencia nos encontramos con María Cisternas, protagonista de dicha construcción, que en su lucidez sostenía las dudas respecto al plebiscito que marcará el proceso de la Transición, dando cuenta de la continuidad de la precarización y la miseria para el pueblo. “tengo hijos y trabajo por una miseria, entonces encuentro que la democracia no está solucionando las necesidades que teníamos y seguimos teniendo”. 

En la continuidad de nuestra propuesta, construimos “La Casa indolente” enmarcado en lo sucedido en la Universidad Santa María durante la dictadura cívico – militar, pero con la intención de reflejar lo construido con anterioridad a dicho proceso. En la población “Cobre chileno” o “Campamento Luciano Cruz” nos daban cuenta de un tiempo histórico profundamente politizado, de estudiantes militantes conectados con la construcción de la dignidad en las poblaciones, nos volvía a reafirmar en nuestra profunda terquedad de una memoria combativa, en un ejercicio planteado desde un contrasentido, interpelando y contestando a quienes nos quieren invitar a la indefinición, a quienes nos quieren convidar a arrepentirnos, a quienes nos quieren convidar a tanta mierda. Por una memoria combativa seguiremos proponiendo e irrumpiendo desde nuestro compromiso político militante.


[1] Obando Cid Augusto. El (AB) uso del olvido. Terrorismo de Estado y lesión a la memoria colectiva. Actuel Marx n°6. 2008.

[2] Aravena Nuñez, Pablo. El pasado como posibilidad. Conversación con Ricardo Forster. Actuel Marx n°6, 2008. 

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