¡¡¡Chile no necesita reformas, necesita una revolución!!!

de Vereda Popular y Portal Rodriguista

Quienes integran la Convención Constituyente, mayoritariamente son de “clase media” y elaboraron un borrador pensando en sus intereses inmediatos, particulares y no del conjunto de nuestro pueblo. Es un borrador inaplicable que perpetúa la misma situación que condujo al estallido de octubre. Su aprobación o rechazo, constituye prolongar las penurias de nuestro pueblo y seguir hundiéndonos en el lodazal del capitalismo moribundo. El ejercicio de la Convención Constituyente y la elaboración de una nueva Constitución fue un volador de luces de la clase dominante para distraer al pueblo de su lucha, fue una acción políticamente oportunista para mantener el sistema capitalista con su modelo neoliberal.

PRONUNCIAMIENTO SOBRE LA CONVENCIÓN CONSTITUYENTE Y SU BORRADOR

En la actualidad, la contradicción principal en la sociedad chilena es entre la pequeña y la gran burguesía. Sin embargo, este antagonismo está directamente ligado a la contradicción fundamental del sistema capitalista entre el trabajo y el capital, verdadera fuente del valor de cambio, base del sistema mercantil.

Este carácter “antagónico” entre el pequeño y el gran capital, es más aparente que de esencia. La brecha entre las grandes empresas y las MIPYMES alcanza tal dimensión, que ninguna pequeña o mediana empresa puede superar el yugo del gran capital. Por el contrario, su endeudamiento y empobrecimiento se agudiza con el tiempo, alcanzando situaciones insostenibles e indignantes. A diferencia de épocas pasadas, donde la mayoría de las pequeñas y medianas empresas tenían perspectivas de progresar, acumulando y reinvirtiendo el capital incrementado, hoy su destino inevitable es la bancarrota. La razón: el surgimiento de la mayoría de éstas es artifiosa.

La gran industria manufacturera creada en el siglo XX (textil, cuero y calzado, línea blanca, cobre manufacturado y vajillas, entre otras) fue llevada a la quiebra o simplemente cerrada por la dictadura de Pinochet. El objetivo: debilitar al proletariado industrial y destruir sus fuertes sindicatos, además de transformar a Chile en el país extractivista y exportador de materias primas que tenemos hasta hoy, aplicando las políticas neoliberales de Milton Friedman y sus “Chicago Boys”. La clase obrera, gran masa productora de valor real, fue desplazada a actividades de menor importancia económico-social del ámbito privado, con remuneraciones que apenas alcanzan un sustento mínimo. Así nacen los denominados “emprendedores”, la nueva “clase media”, cuyo aporte en riqueza medida como valores de cambio, disminuyó prácticamente a la nada: el 7% del PIB, a pesar de conformar el 80% de la fuerza laboral.

La “gran” obra de la dictadura de Pinochet fue desmantelar lo realizado por el gobierno de Allende. Chile fue el laboratorio de las políticas neoliberales del imperialismo, que luego fueron aplicadas en el mundo entero, con el fin de salir de la crisis que enfrentaba el sistema capitalista en ese momento. El gran pacto entre las fuerzas democráticas, la dictadura de Pinochet, la oligarquía nacional y el imperialismo para el retorno a la democracia, fue dar continuidad al modelo. Todos los gobiernos posteriores cumplieron fielmente este pacto, incluso los de aquellos que antes pregonaban el socialismo y fueron parte del gobierno popular de Salvador Allende. Hoy, esos conversos, abrazan y santifican el modelo neoliberal. 

Las teorías postmodernistas de Fukuyama de paz y democracia eterna, a poco andar colisionaron con la realidad del sistema mercantil. El capitalismo entró en otra de sus crisis cíclicas, pero esta vez, con características bien diferentes a las anteriores, lo que es fundamental para entender y enfrentar el momento actual. Las crisis se producen cuando hay un crecimiento de la producción de mercancías y en el mercado no hay suficiente poder de compra. En estos períodos de sobreproducción los capitalistas buscan mecanismos para que la tasa de ganancia no disminuya y siga creciendo (despidos masivos, baja de salarios, aumento de horas de trabajo, precarización laboral, etc.) En la actualidad, todas esas medidas del capital son inútiles para superar la crisis, incluidas las guerras como forma de conquistar nuevos mercados y saciar la desenfrenada producción capitalista. La diferencia entre la crisis actual del capitalismo (económica, energética, ambiental, alimentaria, migratoria), y las anteriores es su carácter terminal.

Ante esta situación el mundo tiene dos alternativas: salir del sistema mercantil y optar por uno de propiedad social sobre los medios de producción o escalar a una guerra mundial para eliminar la competencia y reciclar el capitalismo.

La mayoría de la población, por razones ideológicas o de sentido común, cree en una tercera opción: la posibilidad de detener o disminuir el desarrollo del capitalismo. En tal sentido, se prioriza la pequeña y mediana empresa tratando de frenar o dar vuelta atrás la rueda de la historia. Creen que la fuerza mística y la voluntad humana puede dominar las leyes de la naturaleza u objetivas de los procesos sociales. Lo que sí se puede, es encauzar los procesos en base al conocimiento de estas leyes.

Cada alternativa representa una opción política de clase. La primera es la revolucionaria, que implica hacer un esfuerzo conjunto para que el proceso de producción beneficie a toda la sociedad y no solo a una minoría.  

La segunda, corresponde a las fuerzas imperialistas y oligárquicas dominantes totalmente enajenadas, que por lucro y por mantener sus privilegios, están dispuestas a la destrucción de millones de vidas, incluso del fin de la humanidad.  La paz que pregonan es falsa. Sólo les sirve para armarse y prepararse para enfrentar de mejor forma los períodos de crisis del sistema, incluida una guerra atómica. La asonada de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia y China, es un claro ejemplo.

La tercera opción es de las fuerzas democrático burguesas, la pequeña burguesía, comúnmente conocida como “clase media”.

La primera y la segunda alternativa son objetivamente realizables. Aunque parezca paradójico, a pesar de ser la burguesía y la clase obrera cuantitativamente menores a la “clase media”, son las que en definitiva determinan el desarrollo económico, y por ende, el desarrollo social y político. Representan el verdadero motor de la sociedad. Unos por ser dueños de los grandes medios de producción y los otros quienes trabajan estos medios.

El gran dilema de la pequeña burguesía, a pesar de ser mayoritaria, es la imposibilidad de constituirse en un grupo social cuyos intereses prevalezcan por sobre los de otras clases cuantitativamente menores. Según el contexto, asumen los intereses del proletariado o de la gran burguesía. Ello está determinado por los intereses futuros por los que tienen que luchar, como proletarios o burgueses, como revolucionarios o reaccionarios. En esencia, los intereses del proletariado son socializar los medios de producción, y los de la gran burguesía, concentrarlos en cada vez en menos manos privadas. La pequeña burguesía se opone a ambos. Por un lado, vive de la pequeña propiedad privada y por otro, es la gran propiedad privada, el gran capital, la que la oprime y esquilma. Por estas razones, basadas en los medios materiales de vida, su concepción “democrática” y de “sentido común” es la de hacer prevalecer la voluntad de la mayoría. Pero la realidad histórica demuestra todo lo contrario, la ideología dominante es la de la clase dominante sin importar su número o la tan manoseada “mayoría”. Lo que sí es cuantitativamente determinante, son los valores de cambio producidos y el excedente que va a manos privadas: la plusvalía. En ello, radica la fantasía de la pequeña burguesía de ser clase dominante. Creen que en el capitalismo pueden imponer su voluntad por ser mayoría y no por cantidad de mercancía (incluido el capital) que producen los trabajadores asalariados y sus empleadores. Por ello, en los procesos sociales son el modo de producción y sus relaciones las que determinan la conformación de la conciencia social o el sentido común y no al revés. Sólo con una concepción y proyecto científico se puede realizar transformaciones reales al modo de producción y sus relaciones. Es la única forma de salir del caos capitalista y transitar hacia una sociedad sin antagonismos sociales, de paz y abundancia.  

En el caso de Chile, el estallido social de Octubre de 2019 catalizó un movimiento social para cambiar la forma jurídica de convivencia. En el país, desde el golpe militar de 1973 se fueron acumulando contradicciones en todos los ámbitos de la vida nacional. La implantación del modelo neoliberal, la imposición fraudulenta de una Constitución ad hoc al modelo, y con ello, un cambio profundo en la estructura de clases, permitió un acelerado desarrollo económico. Ello provocó a la par las lacras propias del sistema capitalista: delincuencia, prostitución, miseria, grandes flujos de migrantes, deterioro sanitario, medioambiental y social. Al constituirse la “clase media”, la mayoría de la fuerza laboral y de la población fueron las mayor afectadas. El modelo neoliberal creó una economía marginal o periférica en que desembocó este grupo social de nuevos “emprendedores”. Su producción no tiene ninguna incidencia real en la economía nacional. Existe únicamente para permitir la sobrevivencia individual o familiar, conformando la mayoría de la población nacional. Esta situación de empobrecimiento, de endeudamiento y perdida de perspectivas es la raíz del estallido de 2019, que caracteriza la contradicción principal entre la pequeña burguesía marginal frente al gran capital imperialista y oligárquico.

Para neutralizar a esta gran masa que conforma nuestro pueblo la “clase política”, los administradores del modelo pertenecientes a la derecha, la ex Concertación, impusieron el denominado Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. El objetivo: dar un cauce institucional al estallido social prometiendo ciertas concesiones al sistema, a través de lo cual se logró desmovilizar al pueblo y dar el respiro necesario a la clase dirigente para retomar el control y la iniciativa política. La forma como se estableció el mecanismo, solo permite reformas a las leyes del sistema, mejorar la Constitución, pero no cambiarla. Para superar la crisis del país se requiere cambiar el sistema.

Lo que vemos en la Convención Constituyente y su borrador son buenas intenciones con un sinfín de intereses particulares que buscan mejores oportunidades en el sistema. No existe una visión global que haga salir de la crisis al país y permita transitar por una vía independiente y soberana.

Las causas de los males de la sociedad chilena, radican en la propiedad privada de los medios creadores de valores y de bienes materiales. Históricamente, son los dueños de los medios de producción los que por un lado legislan o destruyen la propia legalidad instaurada por ellos, según lo requieran sus intereses. El intento de cambiar este hecho por el gobierno de la Unidad Popular y su presidente Salvador Allende, provocó la conspiración y ejecución del golpe militar de 1973 con las consecuencias que ya conocemos. Fueron el imperialismo norteamericano y la burguesía nacional los verdaderos autores del golpe. Los militares solo fueron los ejecutores. En el borrador de la nueva Constitución, sólo se hace referencia a prohibir o censurar la repetición del genocidio, pero no existe ni una letra sobre las causas, que son de clase. No basta con una declaración o una carta de buenas intenciones para que el pueblo no vuelva a sufrir los abusos de clase.

La propuesta de constitución es un maquillaje a una sociedad explotada y abusada, que enmascara el sistema y a los explotadores y abusadores que se benefician de él.

Hay una gran cantidad de artículos que son justos y buenos, pero inaplicables en un país cuya economía es dependiente del imperialismo. No basta mencionar en la mayoría de los artículos los derechos de los pueblos originarios, para resolver el problema de fondo, que, en el caso del pueblo mapuche, no es otro que la expansión capitalista de la gran empresa forestal y agroindustrial. En el capitalismo, el destino de los pueblos originarios es su desaparición como pueblos y su asimilación a la cultura chilena. Y la clase política actúa en esa dirección, porque está al servicio del capital.

La declaración de ser un país soberano es letra muerta. La dependencia económica de Chile de los países imperialistas determina la subordinación de sus políticas a los intereses imperiales. Declarar al Estado como social, siendo su economía privada, es un contrasentido. En Chile, el Estado es el aparato represivo y de dominación de una clase minoritaria, por lo que no puede calificarse de social. Para lograr la plena soberanía, se debe partir por resolver la propiedad de los grandes medios de producción socializándolos o, por lo menos, ponerlos bajo el control del Estado. Solo así puede Chile transitar hacia un desarrollo independiente y autosustentable.

Negar la existencia de clases o pretender crear un Estado que sea del conjunto de la sociedad y no al servicio de una clase en particular, es un autoengaño que esconde la pretensión ideológica de la pequeña burguesía de ser clase dominante. En tal sentido, muchos artículos son anacrónicos o pretenden regresar al capitalismo primitivo de las pequeñas propiedades. Suplantar a la gran burguesía es para muchos un anhelo real por lo que dejan prácticamente inalterable al verdadero sostén del Estado: las Fuerzas Armadas. No existe ni un pronunciamiento respecto a una doctrina militar de subordinarse a los intereses del pueblo que por lo menos readecuaría la formación de los oficiales y soldados.  Hoy las FFAA son permeables a la corrupción como cualquier funcionario público, con la diferencia que éstos están armados y solo siguen órdenes del gran capital. Un gran número de los artículos son mecanismos de control de los funcionarios públicos, policiales y militares. Pensar que se puede lograr esto por simples leyes o artículos de la carta magna, es una ilusión. El golpe militar de 1973 lo demostró. El imperialismo y la burguesía pisotearon la constitución y la propia institucionalidad burguesa para salvaguardar sus intereses. En el sistema capitalista contemporáneo para ser clase dominante se debe asumir los intereses de las clases reales, que son los que impulsan la economía del país o la sociedad: la clase obrera o la gran burguesía.

Paradójicamente este borrador tiene más medidas y mecanismos restrictivos, así como controladores que la Constitución de Pinochet. Piensan que con la obligatoriedad de votar se legitiman las opciones impuestas. Nos quieren obligar a pensar como ellos quieren. La realidad demostrará que están errados y las penurias como siempre las sufrirá el pueblo.

La mayoría de la “clase media” es instruida y debería entender que su porvenir está en la lucha por sus intereses futuros y no inmediatos. La inmediatez significa seguir subyugados al dominio del gran capital. Los intereses futuros están en el socialismo. En el capitalismo la pequeña burguesía no tiene esperanza de progresar, está destinada a la bancarrota. En el socialismo, su extinción como propietaria del pequeño capital será un proceso largo en el tiempo, y quienes forman parte de ella, pasarán a ser trabajadores asalariados con mejores beneficios que los que tenían como pequeños empresarios.

Quienes integran la Convención Constituyente, mayoritariamente son de “clase media” y elaboraron un borrador pensando en sus intereses inmediatos, particulares y no del conjunto de nuestro pueblo. Es un borrador inaplicable que perpetúa la misma situación que condujo al estallido de octubre. Su aprobación o rechazo, constituye prolongar las penurias de nuestro pueblo y seguir hundiéndonos en el lodazal del capitalismo moribundo. El ejercicio de la Convención Constituyente y la elaboración de una nueva Constitución fue un volador de luces de la clase dominante para distraer al pueblo de su lucha, fue una acción políticamente oportunista para mantener el sistema capitalista con su modelo neoliberal.

Hay más esperanza en la anulación del voto, porque compromete a seguir luchando por un sistema social basado en los intereses de nuestro pueblo, cuya expresión lógica sea una verdadera Constitución popular y soberana.

¡¡¡Chile no necesita reformas, necesita una revolución!!!

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