de Grupos de Acción Popular
El fenómeno de descomposición de la política chilena que se venía acrecentando hace varios años, encontró erupción en el estallido social del 2019, para lo cual bastó un rasgón que los estudiantes secundarios hicieran al orden establecido, en las estaciones de metro por el alza de 30 pesos en el pasaje. Que esta pequeña muestra de rebelión, impulsada por adolescentes, hijos del pueblo, cuyo protagonismo inicial les fue arrebatado por los políticos de siempre y el progresismo rampante, tuviese el derrotero que tuvo, se explica por la naturaleza de esa descomposición.
No se trata de que la política bien aceitada y ejecutada por un sistema con capacidades desarrolladas para administrar el poder, no vaya a operar con sentido antipopular; en efecto, así ha sido por centurias en la historia de Chile, donde cualquier conquista parcial, sólo ha sido resultado de la lucha decidida del pueblo, siempre acotada por la reacción violenta de dictaduras o de la represión blanda, afirmada en la “democracia” y el “estado de derecho”, como es hoy en día.
Una de las aristas que explican el 18 de octubre -que intencionadamente se oculta en su real dimensión- es el empobrecimiento de la cualidad del ejercicio político, transformado en crisis de gobernabilidad, que tiene como uno de sus resultados la afectación de la estabilidad que el sistema económico social, desigual e injusto, necesita para mantenerse. Si el progresismo ya se calzaba la armadura para resolver esta crisis, el estallido como muestra vívida, sólo aceleró la respuesta cohesionada de todas las tendencias, de derecha a izquierda, para firmar un acuerdo para la redacción de una Nueva Constitución.
Pese a la debilidad del sistema político (no así del modelo de dominación), el propio estado del movimiento popular hizo que la iniciativa del pueblo fuera rápidamente obstruida por la reacción de esa renovada nueva clase política intergeneracional, que le dio una interpretación a su favor a esa insurgencia popular de las poblaciones, encajonándola en la alameda santiaguina e instalando en la opinión pública que todo el proceso institucional, era una conquista de la voz del pueblo que se había expresado en las calles.
La Nueva Constitución, bautizada como la “casa de todos”, no venía a resolver el problema de todos, sólo atendía el problema del sistema político y de todos los partidos que lo componen, que se reparten el Estado y sus instituciones. El recambio del ejecutivo, junto a la creación de la Convención Constitucional, son parte de un mismo proceso que busca una solución a su “propia casa”, que goza de todos los privilegios, pero que la paulatina ilegitimidad frente a todos los chilenos, acusa un agrietamiento peligroso para sostener la base política que permite la reproducción de un modelo que en la oscuridad se defiende, pero que públicamente se dice criticar.
Allí reside la verdadera naturaleza del proceso que define la coyuntura actual. Así se explica la crisis política y el fenómeno originado a partir de adolescentes saltando los torniquetes del metro. Con el tiempo, poco a poco más porciones del pueblo, también han ido entendiendo que allí reside la naturaleza de la farsa que ha montado comunicacionalmente la alianza estratégica que representa el amplio entramado de clase política, que con más o menos matices, subordinan sus diferencias en función del objetivo común de reponer la normalidad, tan preciada para conservar ordenado y funcionando el sistema antipopular que oprime al pueblo y los trabajadores.
Por lo mismo es que el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución (si recordamos, anunciado por Piñera por cadena nacional), contó con la anuencia sin reparos de la derecha, que por cumplir con el show y el lugar que les corresponde en el jugueteo político, hicieron campaña por el “Rechazo”, pese a que la opción “Apruebo” llevaba todas las de ganar. La fotografía de aquella noche de mediados de noviembre, con toda la clase política posando, con un Boric en primera fila y sólo la ausencia del PC (que no tardaría en sumarse al negociado, como ya nos tiene acostumbrado en el ejercicio de su política), es la mejor imagen de la naturaleza cómplice de toda la institucionalidad, que buscando sanear el sistema de dominación, permeó hasta los más advenedizos e inexpertos convencionales.
Ciertamente, los planes no salieron tan bien como esperaban. No sólo se vino la pandemia y la crisis económica correspondiente, sino que la inusitada sucesión de hechos políticos, fue moldeando un escenario en ese plano, que no se desembarazó de la incertidumbre. Si en los planes no estaba que Boric y el FA terminaran en la Moneda, tampoco que la Convención Constituyente quedara configurada de tal forma, que convirtieran un proceso que debía ser pulcro y revitalizador de la política, en un show en varias ocasiones de baja ralea. La nueva constitución, que debía afirmar la consigna del “Chile cambió”, terminó transitando la misma senda de tanta promesa descubierta como falsa ante los ojos del pueblo en los últimos treinta años.
Y esto último ya es un hecho de la causa. Si bien, porciones de pueblo sintieron un aire de esperanza en algún momento, la sabiduría y experiencia popular, no tardó en reconocer que otra vez estábamos en presencia de lo mismo de siempre: el engaño de los poderosos y de su servil clase política. Y hay que apuntar, que no se trata solamente de la imagen de un Rojas Vade y el voto desde la ducha, con que han querido acotar la razón de la ilegitimidad de la convención constituyente. Desde el día inaugural, abrieron el proceso en medio de un descomunal griterío; las irrisorias peticiones de Elisa Loncon pidiendo más recursos para “alimentarse”, pues los convencionales estaban “bajando de peso”; las filtraciones de groseros mensajes de Baradit que no aguantan explicación; el espectáculo para elegir a la mesa dirigente para el segundo periodo; la danza de millones para asesores “apitutados” y el despilfarro para cerrar el año de trabajo, a todo lujo y privilegios en las ruinas de Huanchaca; entre muchas otras que (al mejor estilo de un reality televisivo), sería largo enumerar y que el pueblo fue recibiendo día a día con indignación.
Del producto generado por la Convención, ni hablar. Podríamos pasar días buscando algo que se parezca a un “cambio estructural” y no lo encontraremos. La redacción recargada de alusiones a la cultura discursiva de estos tiempos, nada tiene que ver con la real desigualdad que funda las condiciones de una sociedad de clases que se mantiene y protege con esta nueva propuesta de Constitución. Como un panegírico religioso, que cansa de tanta alabanza a lo inclusivo, los pueblos indígenas, el género, el medio ambiente, lo multicultural, etc. y etc., de lo cual se ha servido la derecha para hacer mofa, se pretende instalar la idea de que se avanza en la igualdad; este último concepto bastante evadido, a sabiendas que las diferencias entre los sectores acomodados y la mayoría de los chilenos, se mantendrá con esta o cualquier otra constitución. Tal como señaló Marx hace más de un siglo: podrá abolirse la esclavitud, pero con ello no se termina la sociedad de explotación y la división de clases. Algo bastante similar sigue ocurriendo, como antes el reformismo burgués, hoy día el nuevo aburguesado reformismo progresista.
Siguiendo el mismo tono de las cartas fundamentales del capitalismo, la engendrada para salvaguardar el pilar político jurídico del sistema, inicia sus articulados con las mismas falacias de siempre. Quién en su sano juicio podrá creer que nuestro país desde ahora se constituye como una “república solidaria”. Para que el principio de la solidaridad riegue la sociedad chilena, se requiere de un profundo cambio, que se sustente ideológicamente a partir del ejercicio de un modo político, social y económico diametralmente opuesto al actual. Quién podrá comprar la faramalla de reconocer como “valores intrínsecos e irrenunciables la dignidad, la libertad y la igualdad de los seres humanos”, así como “el igual goce de los derechos”, por el sólo hecho de estar escrito, como lo ha sido en todas las constituciones precedentes. Quién podría convencer al pueblo y los trabajadores que para garantizar sus derechos está el Estado, cuando este aparato ha sido diseñado justamente para mantener el orden en favor de unos pocos y en contra de la mayoría de la población. En base a sus conceptos, graciosamente el pueblo podría “acusar constitucionalmente” a cada minuto a ese “Estado social y democrático de derecho”, como tan orgullosamente lo han renombrado.
Quién serio, responsable y honesto con el pueblo podría recomendar leer los 387 artículos restantes y los más de 50 transitorios. Cómo en un “viejo cuento del tío” convertido en folleto, podrían los pobres trabajadores chilenos encontrar algo que haga sentido de un porvenir esperanzador. Y al mismo tiempo, quién si quiere no ser apuntado como embustero del pueblo, seguiría el camino del oportunista que se embarca en el Rechazo como la derecha y no pocos “personajes” de la centroizquierda; o el de la ambigüedad de quienes invitan a anular el voto, o Aprobar con poca esperanza por el mal menor.
Tal como se vino configurando el escenario, desde el principio planteamos que una nueva Constitución sería parida por los sectores dominantes mediante cualquier mecanismo, pero no sería ni tan nueva, ni menos abrigará cambios y menos aún se hará en favor del pueblo y los trabajadores. Si el proceso creado por ellos para dictarla se ha trabado, ha sido por su propia ineficiencia, en el fondo por esa profunda crisis y descomposición de la política chilena, que algunos viejos próceres identifican (coincidente con sus aprehensiones e incluso declaraciones más radicales por el rechazo), visualizando que están asistiendo al funeral de dos centurias de “prestigio institucional republicano”, paradójicamente, evadiendo su propia responsabilidad en la debacle.
Hemos afirmado que la instalación del modelo en las tres décadas precedentes, fue consecuentemente acompañada del revisionismo y la renuncia, que terminó con el despojo de la política dentro de la sociedad chilena, pero también dentro de su propia institucionalidad, de lo que hoy están pagando los costos. Por eso no es extraño lo acontecido en la Convención y la ascensión de un gobierno que no gobierna, que parece un grupo de nuevos funcionarios operando en un parque de KidZania, que ya nos tiene acostumbrados a regalarnos una pildorita diaria, para el regocijo de las redes sociales y el recular permanente de medidas y explicaciones de descuidadas declaraciones. Se podría aquilatar la inexperiencia como algo obvio, pero la necedad y la falta de convicción rayan en el asombro.
Pero no tenemos duda que algo tramarán y acordarán en los pasillos escondidos del poder, para celebrar en algún momento un texto definitivo, porque la aprobación del borrador estaba concebido como un hito cúlmine para el proceso vitalizador institucional, donde la Convención y el gobierno no se pueden desacoplar, donde su fracaso tendría un costo negativo en la mirada internacional y el peligro de profundizar aún más su crisis. Si la incertidumbre del resultado del 4 de septiembre se ha apoderado del escenario y las reacciones se han multiplicado en una lluvia de ideas para cerrar el proceso, el pulso parece dotar de una ventaja a la opción Apruebo. Sin embargo, esa dicotomía es la menos relevante para nosotros. La crisis no se va resolver con el resultado, más allá de las reacciones comunicacionales con que se va a amanecer al otro día del plebiscito, pues además la situación transicional de este periodo, está flanqueada por la situación económica y social que pesa sobre toda la población.
Hablar y actuar con sinceridad política es nuestro valor y principio, por eso en Grupos Acción Popular no caben las volteretas, las ambivalencias, ni los temores. Porque el pueblo no sólo nos exige claridades, sino que especialmente respeto por sus necesidades y luchas. Por ello, con firmeza y convicción llamamos al pueblo y los trabajadores a no dejarse engañar otra vez por el nuevo show electoral de los poderosos, que nos quieren llevar a participar de su conflicto interno entre el apruebo y el rechazo. Para eso, incluso acordaron el voto obligatorio, con tal de no arriesgar el aumento de la abstención, que seguramente habría ocurrido con el espectáculo que han protagonizado.
La pelea de la elite política, no es la pelea del pueblo; por lo cual la única manera de demostrarle a los serviles del capital que el pueblo es capaz de conservar su dignidad, es enfrentando con rebeldía el actual momento y salir a luchar con decisión, como respuesta a las condiciones económicas, injusticia e inseguridad a que nos condenan. Por eso, es que la única opción consecuente es no acudir a esa fiesta que sólo beneficia a los que se reparten cargos, se acomodan a los privilegios y a sus abultados sueldos, mientras reparten migajas a un pueblo que tiene que pagar el costo de la crisis económica.
Llamamos al pueblo a no dejarse llevar cuando otra vez lleguen a nuestras puertas, como carroñeros de votos, a convocarnos a las urnas el 4 de septiembre para dar masividad a los resultados electorales, tal de dotar una aparente legitimidad a ese espurio proceso. De paso, dar muestra de confianza a empresarios y prueba de estabilidad política ante la mirada internacional, mientras las familias chilenas siguen dramáticamente sufriendo los efectos de las alzas.
Llamamos al pueblo a no dejarse amedrentar por la amenaza de multas, que sólo infunden el miedo a quienes no acudan a votar. A la coerción del voto obligatorio, el pueblo debe rebelarse con la fuerza que nace de la conciencia popular y que dota de integridad a la opción de No Votar. Cualquier porción de pueblo que ejerza con orgullo y valentía la opción de No Votar, es la expresión más explícita, más justa y más poderosa de los intereses del pueblo y los trabajadores, que será asestar un golpe y la construcción de un camino para la derrota de los poderosos y todos los políticos cómplices.
La única esperanza del triunfo del pueblo, está en las manos del mismo pueblo, recomponiendo su capacidad organizativa, desde la base de un pensamiento popular que guíe la construcción de un nuevo sistema político, económico social e ideológico; que se afirme con todo el poder de la verdad y la razón de las necesidades y posibilidades de una sociedad nueva; que se afirme con todo el poder de la verdad y la razón del cambio necesario que sólo ofrece la Revolución protagonizada por el pueblo.
PORQUE CON CORAJE Y CONSECUENCIA, LA UNICA OPCIÓN ES NO VOTAR
REBELATE Y LUCHA
GRUPOS ACCIÓN POPULAR
Julio, 2022.