por Camilo Godoy
“En Chile hemos abandonado la política letrada para deslizarnos al analfabetismo cívico. Los políticos se pasean por el corazón de las revistas, circulan por los estelares televisivos, adelgazan sus argumentaciones, hacen valer ante los electores sus cualidades personales y se niegan a discutir. La sonrisa y el apretón de manos pasan a constituir los mejores argumentos, cuando no los únicos” (Moulián, 2004: 45-46).
La cita de inicio, escrita por el sociólogo Tomás Moulián durante el gobierno de Ricardo Lagos tiene plena vigencia actual. Con notoriedad desde la segunda vuelta, el gobierno electo ha buscado legitimarse en cuestiones carismáticas y personales, meramente subjetivas.
Puede decirse: Moulián escribió lo anterior, en una época en la cual no existían las redes sociales, las cuales -según algunos- “obligan” a una versión de la politica más mediática. Sí, pero en aquél entonces existía la televisión y el fenómeno de la “seudopolítica” aparecía en ciernes, con la llegada de la “entretención política” y los acalorados o simpáticos debates televisivos sobre las cualidades personales de los políticos de turno. En ese sentido, Moulián define a la seudopolítica como una preocupación excesiva por las cualidades personales de los personajes de la esfera pública y la banalización y olvido de los debates sobre los “fines últimos de la sociedad” -la pérdida de la dimensión utópica de la política, tan clara en el socialismo, por ejemplo-:“la seudopolítica busca generar la imagen de hiperpolitización, una de cuyas expresiones obsesivas es la preocupación por los personajes políticos” (Moulián, 2004: 13).