por Gustavo Burgos
No hay dos opiniones. Desde la cuenta pública hasta el reciente cambio de gabinete ministerial el Gobierno de Piñera da tumbos, afirma su identidad y aspira a salir de su descrédito haciendo lo mismo de siempre y lo único que sabe hacer su titular: especular, jugar a la ruleta, a río revuelto a ver qué pasa. Pero como ocurre con los ludópatas –y este no es una excepción- a veces las cartas simplemente no se dan.
Si en la cuenta pública prometió una enorme cantidad de proyectos y finalmente lo único que quedó en la retina de la opinión pública fue la amenaza de reducir el Parlamento, con el cambio ministerial quedó claro que fue algo cosmético, que Piñera no se animó, como hizo Bachelet el 2015 en el segundo año de su segundo gobierno, cuando salieron Peñailillo y Arenas por Burgos y Valdés, en algo que fue visto como una cirugía mayor. Piñera parece evaluar que el hundimiento de su imagen política no resiste cambios en su equipo y, con Chadwick y Larroulet, se dispone –como dijo en el Salón Montt-Varas el pasado jueves- a “pasar a la acción”, dando a entender que su Gobierno ha sido presa de una oposición obstruccionista que le impide desarrollar el programa modernizador que la “ciudadanía” reclama.
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