El origen de la familia: en defensa de Engels y Morgan

por Rob Sewell

El marxismo, principalmente a través de Federico Engels, ha sido la única doctrina capaz de establecer un análisis científico de la evolución de la familia, así como de la opresión de la mujer. Un gran mérito para ello corresponde al antropólogo norteamericano Lewis Morgan cuyos estudios sobre las tribus indígenas de América del Norte resultaron capitales para las investigaciones posteriores de Engels.

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David Riázanov: «Los puntos de vistas de Marx y Engels sobre el matrimonio y la familia»

El programa del socialismo científico, en lo que concierne al matrimonio, está expuesto, por vez primera, en el Manifiesto Comunista. La concepción proletaria del mundo es opuesta a la concepción burguesa. Desde el punto de vista proletario, los fundamentos de la sociedad burguesa, comprendido matrimonio y familia, son criticados en este manifiesto. Marx y Engels cuentan con antecesores en esta crítica. No han sido los creadores de un nuevo sistema; no lo han sacado de la nada ni lo han encontrado en el fondo de su inteligencia, sino que se han apoyado en las ideas de los socialistas y comunistas, sus predecesores; en particular de los grandes utopistas, como Saint- Simon, Fourier, Owen, y en las de los comunistas materialistas franceses.

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La familia, la propiedad privada y el amor

por Aurora Nacarino //

En La familia, la propiedad privada y el amor, Silvio Rodríguez cantaba contra las instituciones burguesas desde esa pasión tan comunista que puede parecer romántica, pero es solo política. Con menos lirismo pero idéntico ardor, Marx y Engels ya habían establecido un vínculo necesario entre el capital y la familia burguesa, uniendo sus destinos en la fatalidad: la segunda desaparecería tan pronto como fuera derribado el capitalismo.

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Aleksandra Kollontai: El comunismo y la familia

La mujer no depende ya del hombre

¿Se mantendrá la familia en un Estado comunista? ¿Persistirá en la misma forma actual? Son estas cuestiones que atormentan, en los momentos presentes, a la mujer de la clase trabajadora y preocupa igualmente a sus compañeros, los hombres.

No debe extrañarnos que en estos últimos tiempos este problema perturbe las mentes de las mujeres trabajadoras. La vida cambia continuamente ante nuestros ojos; antiguos hábitos y costumbres desaparecen poco a poco. Toda la existencia de la familia proletaria se modifica y organiza en forma tan nueva, tan fuera de lo corriente, tan extraña, como nunca pudimos imaginar.

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Simone de Beauvoir: la mujer y el materialismo histórico

La teoría del materialismo histórico ha sacado a la luz verdades importantísimas. La humanidad no es una especie animal: es una realidad histórica. La sociedad humana es una anti-physis: no sufre pasivamente la presencia de la naturaleza, la toma por su cuenta. Esta recuperación no es una operación interior y subjetiva, sino que se efectúa objetivamente en la praxis. De este modo, no podría ser considerada la mujer, simplemente, como un organismo sexuado; entre los datos biológicos, tienen importancia sólo los que adquieren en la acción un valor concreto; la conciencia que la mujer adquiere de sí misma no está definida por su sola sexualidad: refleja una situación dependiente de la estructura económica de la sociedad, estructura que traduce el grado de evolución técnica alcanzado por la humanidad. Hemos visto que, biológicamente, los dos rasgos esenciales que caracterizan a la mujer son los siguientes: su aprehensión del mundo es menos amplia que la del hombre; está más estrechamente esclavizada a la especie. Pero estos hechos adquieren un valor del todo distinto según el contexto económico y social. En la historia humana, la aprehensión del mundo no se define jamás por el cuerpo desnudo: la mano, con su pulgar aprehensor, ya se supera hacia el instrumento que multiplica su poder; desde los más antiguos documentos de la historia, el hombre siempre se nos presenta armado. En los tiempos en que se trataba de blandir pesadas clavas, la debilidad física de la mujer constituía una flagrante inferioridad: basta que el instrumento exija una fuerza ligeramente superior a la de la que ella dispone para que aparezca radicalmente impotente. Mas puede suceder, por el contrario, que la técnica anule la diferencia muscular que separa al hombre de la mujer: la abundancia no crea superioridad más que ante la perspectiva de una necesidad; no es preferible tener demasiado a tener suficiente.  Así, el manejo de un gran número de máquinas modernas no exige más que una parte de los recursos viriles: si el mínimo necesario no es superior a la capacidad de la mujer, ésta se iguala en el trabajo con el hombre. En realidad, hoy pueden desencadenarse inmensos despliegues de energía simplemente oprimiendo un botón. En cuanto a las servidumbres de la maternidad, según las costumbres, adquieren una importancia sumamente variable: son abrumadoras si se imponen a la mujer numerosos partos y si tiene que alimentar sin ayuda a los hijos; si procrea libremente, si la sociedad acude en su ayuda durante el embarazo y se ocupa del niño, las cargas maternales son ligeras y pueden compensarse con facilidad en el dominio del trabajo.

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