por Horacio Ramírez
“El amor se compone de una sola alma que habita en dos cuerpos”. – Aristóteles.
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Alguna vez escribí:
“…Cuando no esté, el pasto y las flores
volverán a crecer en el camino…
el agua del estanque reflejará sólo el cielo,
las estrellas volverán a no tener nombres
y habrá en la calle flamantes silencios baldíos…
Nada habrá de morir para que yo viva,
cuando no esté…
Cuando yo no esté ¡Qué alegría!
¡Habrá vuelto a nacer el Paraíso!”
(“Cuando no esté” -Frag.-)
Es que la vida funciona así: para seguir siéndolo tiene que incluir la muerte en su ecuación. Tiene que haber una planta que hizo el milagro de producir su propio alimento a partir de la luz de una estrella, de los tantos billones y billones de estrellas que hay en el Universo. Pero también hay otras plantas -como los hongos- que no viven directamente de la luz sino de las plantas que sí lo hacen. Y hay animales -enormes muchos de ellos- que herirán y muchas veces terminarán matando a esas mismas plantas que viven del sol. Y habrá otros animales que matarán a los anteriores, desde dentro como parásitos o desde fuera como predadores. Y así, de muerte en muerte, la vida sigue existiendo: impiadosa, ciega al dolor, al sufrimiento y al miedo de los que van a morir, y ciega a su propio milagro de poder sacarle comida a un reactor de fusión nuclear que se formó espontáneamente en medio del espacio como lo es el sol… pero no es un contrasentido: en el balance final, la vida le gana a las tendencias degradativas del planeta: las montañas se derrumban, pero la vida crece. Los océanos carcomen continentes milenio tras milenio, pero la vida crece. Las tormentas lo derriban todo, pero la vida crece… y no hay “desastre” que no aprovechen a su favor… de hecho, nada es “desastroso” para la vida. Todo lo contrario: cualquier proceso es directa o indirectamente aprovechable para que la vida crezca sobre sí misma, yendo en contra de las mismas leyes de la Física (de la Termodinámica) que predicen la inevitable degradación de toda materia abandonada a sí misma, la materia viva sólo sabe crecer sobre sí misma cuando es abandonada a sí misma.
La vida abandonada a sí misma
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