El destino de los infrarrealistas que Roberto Bolaño retrató en «Los detectives salvajes»

por Alejandro Santos Cid

La mayoría no había cumplido 20 años y quería volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial. Eran jóvenes acelerados, casi adolescentes, que se movían por el Distrito Federal de la década convulsa de 1970 intentando ganarse la vida con artículos y colaboraciones en los suplementos culturales de los periódicos; tratando de juntar unos cuantos pesos que les granjearan unas horas de conversación al calor de un café con leche en el Café La Habana. Sobre todo, eran poetas: pensaban, respiraban, vivían por y para la poesía; creían en ella como en un arma cargada de futuro, con una feroz oposición al establishment, a Octavio Paz y los autores que se acomodaron en las instituciones. Representaban la contracultura de la contracultura, una suerte de punks antes de los punks que escupían versos sobre política, amor, sexo y muerte. Se llamaron a sí mismos los infrarrealistas y durante décadas fueron marginados de los círculos culturales, olvidados por la crítica y rechazados por las editoriales. Hasta que muchos años después uno de ellos, un autor chileno que se exilió de la dictadura de Augusto Pinochet, recaló en México y acabó en Barcelona, los inmortalizó en un libro que fue considerado por algunos críticos como la última gran novela latinoamericana. El escritor se llamaba Roberto Bolaño, la obra, Los detectives salvajes.

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Cuento de Roberto Bolaño: «El policía de las ratas»

para Robert Amutio 
y Chris Andrews 

Me llamo José, aunque la gente que me conoce me llama Pepe, y algunos, generalmente los que no me conocen bien o no tienen un trato familiar conmigo, me llaman Pepe el Tira. Pepe es un diminutivo cariñoso, afable, cordial, que no me disminuye ni me agiganta, un apelativo que denota, incluso, cierto respeto afectuoso, si se me permite la expresión, no un respeto distante. Luego viene el otro nombre, el alias, la cola o joroba que arrastro con buen ánimo, sin ofenderme, en cierta medida porque nunca o casi nunca lo utilizan en mi presencia. Pepe el Tira, que es como mezclar arbitrariamente el cariño y el miedo, el deseo y la ofensa en el mismo saco oscuro. ¿De dónde viene la palabra Tira? Viene de tirana, tirano, el que hace cualquier cosa sin tener que responder de sus actos ante nadie, el que goza, en una palabra, de impunidad. ¿Qué es un tira? Un tira es, para mi pueblo, un policía. Y a mí me llaman Pepe el Tira porque soy, precisamente, policía, un oficio como cualquier otro pero que pocos están dispuestos a ejercer. Si cuando entré en la policía hubiera sabido lo que hoy sé, yo tampoco estaría dispuesto a ejercerlo. ¿Qué fue lo que me impulsó a hacerme policía? Muchas veces, sobre todo últimamente, me lo he preguntado, y no hallo una respuesta convincente. 

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Narración de Juan Villoro: «Un texto que nos parece escrito por otro»

Raras veces un escritor acepta el resultado sin más. En su crónica memoriosa Joseph Anton, Salman Rushdie cuenta cómo Harold Pinter, ya encumbrado como el mayor dramaturgo vivo en Inglaterra, mandaba textos por fax a sus amigos y esperaba con ansias una respuesta aprobatoria. Esa inseguridad no es superable; pertenece a la vocación. El autor se pone en tela de juicio en cada uno de sus textos y carece de un método incontrovertible para juzgarlos.

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«Roberto Bolaño. La batalla futura. Chile»: En el país de la furia

por Enrique Morales Lastra

La tercera parte del largometraje documental preparado por el director nacional Ricardo House, se refiere a las conflictivas relaciones que mantuvo el escritor con el medio literario local, durante la década de 1990. También, aborda su regreso en las postrimerías de la Unidad Popular, y describe la fundación del Infrarrealismo, una noche de alcohol en la Ciudad de México, y en fin, enseña la sorprendente revelación de que el narrador pensó seriamente establecerse entre nosotros, hacia los últimos días de su vida. La filmación recurre a un lenguaje audiovisual de entrevistas, material de archivo, y a una sugerente “animación”, con el propósito de situar en sus detalladas, al inefable autor de “Los detectives salvajes”.

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Cuento de Roberto Bolaño: «Últimos atardeceres en la tierra»

 La situación es ésta: B y el padre de B salen de vacaciones a Acapulco. Parten muv temprano, a las seis de la mañana Esa noche, B duerme en casa de su padre. No tiene sueños o si los tiene los olvida nada más abrir los ojos. Oye a su padre en el baño. Mira por la ventana, aún está oscuro. B no enciende la luz y se viste. Cuando sale de su habitación su padre está sentado a la mesa, leyendo un periódico de- portivo del día anterior y el desayuno está hecho. Café y huevos a la ranchera. B saluda a su padre y entra en el baño.

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Cuento de Roberto Bolaño: «Otro cuento ruso»

para Anselmo Sanjuán

En cierta ocasión, después de discutir con un amigo acerca de la identidad peregrina del arte, Amalfitano le refirió una historia que a él le contaron en Barcelona. La historia versaba sobre un sorche de la División Azul española que combatió en la Segunda Guerra Mundial, en el frente ruso, más concretamente en el Grupo de Ejércitos Norte, en una zona cercana a Novgorod.

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«2666», de Roberto Bolaño: Una de las formas de la felicidad

por Sergio Inestrosa

Roberto Bolaño (1953-2003) consiguió con su novela 2666 hacer una obra que requiere devoción y disciplina para leerse toda; se trata de una novela que puede leerse como un texto integrado (la nada despreciable cantidad de 1119 páginas) o se puede leer como si fueran cinco novelas que se relacionan en torno a los asesinatos de mujeres en Santa Teresa, México, una ciudad ficticia al lado de la frontera con Estados Unidos y que adivinamos se trata de Ciudad Juárez, donde a partir de 1993 comenzaron los asesinatos de mujeres, hasta la fecha ya van más de mil setecientos feminicidios en esa población, sin duda la más peligrosa para las mujeres en todo el país. Hasta la fecha, la autoridad correspondiente no ha podido o no han querido esclarecer los crímenes.

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Cuento de Roberto Bolaño: "Una aventura literaria"

B escribe un libro en donde se burla, bajo máscaras diversas, de ciertos escritores, aunque más ajustado sería decir de ciertos arquetipos de escritores. En uno de los relatos aborda la figura de A, un autor de su misma edad pero que a diferencia de él es famoso, tiene dinero, es leído, las mayores ambiciones (y en ese orden) a las que puede aspirar un hombre de letras. B no es famoso ni tiene dinero y sus poemas se imprimen en revistas minoritarias. Sin embargo entre A y B no todo son diferencias. Ambos provienen de familias de la pequeña burguesía o de un proletariado más o menos acomodado. Ambos son de izquierdas, comparten una parecida curiosidad intelectual, las mismas carencias educativas. La meteórica carrera de A, sin embargo, ha dado a sus escritos un aire de gazmoñería que a B, lector ávido, le parece insoportable. A, al principio desde los periódicos pero cada vez más a menudo desde las páginas de sus nuevos libros, pontifica sobre todo lo existente, humano o divino, con pesadez académica, con el talante de quien se ha servido de la literatura para alcanzar una posición social, una respetabilidad, y desde su torre de nuevo rico dispara sobre todo aquello que pudiera empañar el espejo en el que ahora se contempla, en el que ahora contempla el mundo. Para B, en resumen, A se ha convertido en un meapilas.

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«País de la ausencia/ extraño país»: Un paseo breve por la narrativa chilena

por Daniel Rojas Pachas

“Amanece. / Se abre el poema. La ciudad / Las aves abren las alas.
Las aves abren el pico. / Cantan los gallos. / Se abren las flores. / Se abren los ojos.
Los oídos se abren. / La ciudad despierta. / La ciudad se levanta. / Se abren llaves.
El agua corre. / Se abren navajas tijeras. / Corren pestillos cortinas. / Se abren puertas cartas.
Se abren diarios. / La herida se abre.”

Así comienza el libro La ciudad, del poeta Gonzalo Millán. Se preguntarán por qué tomar el epígrafe de un poeta y hacer un guiño al género lírico, si me he propuesto dialogar en torno a la narrativa; simple, no podemos pensar la novelística chilena sin la poesía y su influencia en nuestros narradores. Los creadores chilenos nos formamos en los campos de entrenamiento de la escritura, leyendo poesía, aprendiendo de esa hibridez y mixtura entre prosa y verso, la epístola y épica frente a la métrica, la crónica y relación ante el cantar.

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Roberto Bolaño: Joanna Silvestri

Aquí estoy yo, Joanna Silvestri, de 37 años, actriz porno, postrada en la Clínica Los Trapecios de Nimes, viendo pasar las tardes y escuchando las historias de un detective chileno. ¿A quién busca este hombre? ¿A un fantasma? Yo de fantasmas sé mucho, le dije la segunda tarde, la última que vino a visitarme, y él compuso una sonrisa de rata vieja, rata vieja que asiente sin entusiasmo, rata vieja inverosímilmente educada. De todas maneras, gracias por las flores, gracias por las revistas, pero yo a la persona que usted busca ya casi no la recuerdo, le dije. No se esfuerce, dijo él, tengo tiempo.

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Bolaño: Llamadas telefónicas

B está enamorado de X. Por supuesto, se trata de un amor desdichado. B, en una época de su vida, estuvo dispuesto a hacer todo por X, más o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. X rompe con él. X rompe con él por teléfono. Al principio, por supuesto, B sufre, pero a la larga, como es usual, se repone. La vida, como dicen en las telenovelas, continúa. Pasan los años.

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Documental: Roberto Bolaño, el último maldito

Documental emitido en el programa «Imprescindibles» de La 2 de TVE sobre la vida itinerante de Bolaño a través de entrevistas con las gentes más cercanas a su entorno, centrándose sobre todo en sus últimos años en España, cuando paralelo al comienzo de un cierto respeto en los entornos literarios, siguió llevando una vida de austeridad cercana a la pobreza. Con las opiniones de Jorge Herralde, Vargas Llosa o Pere Gimferrer sobre la obra de Bolaño.

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Un cuento de Roberto Bolaño: «El ojo Silva»

Para Rodrigo Pinto y María y Andrés Braithwaite

Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.

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