por Daniel Rojas Pachas
“Amanece. / Se abre el poema. La ciudad / Las aves abren las alas.
Las aves abren el pico. / Cantan los gallos. / Se abren las flores. / Se abren los ojos.
Los oídos se abren. / La ciudad despierta. / La ciudad se levanta. / Se abren llaves.
El agua corre. / Se abren navajas tijeras. / Corren pestillos cortinas. / Se abren puertas cartas.
Se abren diarios. / La herida se abre.”
Así comienza el libro La ciudad, del poeta Gonzalo Millán. Se preguntarán por qué tomar el epígrafe de un poeta y hacer un guiño al género lírico, si me he propuesto dialogar en torno a la narrativa; simple, no podemos pensar la novelística chilena sin la poesía y su influencia en nuestros narradores. Los creadores chilenos nos formamos en los campos de entrenamiento de la escritura, leyendo poesía, aprendiendo de esa hibridez y mixtura entre prosa y verso, la epístola y épica frente a la métrica, la crónica y relación ante el cantar.