por Edmundo Moure
Todos los lenguajes humanos poseen una normativa, otorgada por sus propios y esclarecidos cultores como defensa ante el riesgo, siempre latente, de disgregación, deterioro o decadencia. Lo que no contradice el dinamismo esencial de los idiomas y la incorporación de nuevos vocablos y expresiones; asimismo, la sustitución de giros obsoletos o extemporáneos. Así, el lenguaje, sobre todo el literario, se enriquece con nuevos significados, ampliando el universo de sus significantes. Lo contrario es empobrecerlo, como viene ocurriendo, de manera acelerada, en nuestra sociedad cibernética e hiperespecializada.