por Pedro Santander y Gonzalo Ravanal
Hay dos hechos objetivos que en estos extraños tiempos de pandemia han ocurrido en Chile. El primero es que, justo cuando se levantaba la segunda ola de movilización social en contra de Sebastián Piñera y del neoliberalismo, llegó a nuestro país el virus. Efectivamente, después de una disminución durante el verano (enero-febrero), la intensa movilización popular que comenzó con el estallido del 18 de octubre se estaba reactivando con igual o mayor fuerza. El 8 de marzo movilizó a más de 3 millones de mujeres en Chile con aguerridas expresiones contra la violencia patriarcal y contra todo lo que el Gobierno representa. Tres días después, los estudiantes secundarios protagonizaron masivas tomas de liceos a nivel nacional contra Piñera y el modelo educacional neoliberal; luego venía la vuelta a clases de los universitarios (16 de marzo) con su propia cuota de energía combativa; seguían las movilizaciones ya programadas por el agua (100% privatizada en Chile) y las pensiones (ídem); cerraba marzo con la conmemoración del Día del Joven Combatiente (29 de marzo), un día tradicionalmente combativo. Un marzo rebelde, popular y candente es lo que asomaba. Pero el 18 de marzo el Gobierno decretó Estado de Excepción Constitucional, y por segunda vez en pocos meses, nos enfrentamos a un país con militares en las calles y toque de queda, el cual perdura hasta hoy.
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