Permítaseme recordar un atardecer de verano en Lautaro, mi pueblo natal, veinte años después de que ocurriera esta escena. Ritualmente salíamos al atardecer a caminar por el pueblo donde ahora sólo me podría acompañar “el buen crepúsculo/ ese único amigo que me queda” (cito a Nicanor Parra). Salíamos con mi hermano Iván, mi padre, Liro Mancilla, y el actual traductor de Esenin, Gabriel Barra, al puente de Cautín para llegar a la última casa del pueblo y luego tomar unas cervezas en el Club Conservador. Ahora bien, caminábamos cuando siento el brusco frenar de un auto (una ranchera) y de él apareció entre la vaga neblina del crepúsculo Pablo de Rokha. “Compañero Teillier –me dice– vengo desde Los Ángeles muerto de ganas de comerme unas patitas de vaca”. Mientras me restregaba la mano dolorida por su vigoroso saludo lo presenté a mis acompañantes. Mi padre me llamó aparte. “El único lugar donde podríamos ir a comer patitas es donde doña Margarita, pero no creo que al poeta le gustaría ese ambiente”, me dijo. “Es el mejor ambiente donde lo podrías invitar”, le respondí. A él no le gustan las cosas siúticas ni pitucas, es popular. Doña Margarita era dueña de una frutería en el barrio Cuyaquén, al lado de la vía férrea. Su hijo era llamado “El caimán” y su esposo era un ciego gigantesco que habitualmente oscilaba entre la embriaguez parcial y la completa y una de cuyas habituales ocupaciones era la de lanzarle piedras al tren de carga de las cuatro que le interrumpían la siesta. Su sueño era sagrado. La frutería era en realidad una especie de pantalla. Lo importante no era ir donde doña Margarita a comprar frutas, sino acceder a su sanctasantorum, la trastienda en donde sus conocidos probaban los frutos de su buena mano. Privilegiados conocidos: el alcalde, el gobernador, el oficial del Registro Civil y hasta el sargento de carabineros encargado de controlar el clandestinaje, que jamás sacaba un parte donde doña Margarita.
Pablo de Rokha
«Mala lengua», de Álvaro Bisama: Vida y muerte de un poeta furioso
por Cristián Brito
Junto a Mistral, Neruda y Huidobro, se erige la figura de Carlos Díaz Loyola, nacido en Licantén en 1894, conocido como Pablo de Rokha, nombre que usó desde la década de 1920.
En Mala lengua (Alfaguara, 2020), Álvaro Bisama (1975), construye un relato donde se exhibe al autor de Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile de una manera cruda y honesta, abarcando desde su infancia, narrada en El amigo piedra, la crónica de Bisama no da respiro y avanza como una gran ola que arrasa con todo.
Poema de Pablo de Rokha: Canto del Macho Anciano
Sentado a la sombra inmortal de un sepulcro,
o enarbolando el gran anillo matrimonial herido a la manera de palomas
…………… que se deshojan como congojas,
escarbo los últimos atardeceres.
Como quien arroja un libro de botellas tristes a la Mar-Océano
o una enorme piedra de humo echando sin embargo espanto a los acantilados
…………… de la historia
o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
contra la muralla negra.
Entrevista al Hombre de Piedra, Pablo de Rokha: «Alone es un figurín de filarmónica de siúticos»
Encontramos a Pablo de Rokha y a su esposa y compañera de labores, sumergidos entre una montaña de paquetes. Es la «Revista Multitud». El poeta nos habla de su labor actual, repartida entre esta revista que edita con gran entusiasmo, y algunos libros que prepara.