por Sonia Shah
En el verano de 1832, un misterioso flagelo que había llegado desde Asia se cernía sobre la ciudad de Nueva York, tras asolar Londres, París y Montreal. Los funcionarios sanitarios recogieron datos que mostraban que la enfermedad – el cólera – se estaba propagando a lo largo del recién abierto Canal Erie y el río Hudson, dirigiéndose directamente a la ciudad de Nueva York. Pero los líderes de Nueva York no intentaron regular el tráfico que venía por las vías fluviales.