El impacto del fascismo italiano en Barcelona: el centenario

por Soledad Bengoechea

Durante las primeras décadas del siglo XX, en Europa nos encontramos con el nacimiento de nuevas opciones políticas que presentan formas y contenidos desconocidos hasta entonces. El triunfo de la revolución soviética en 1917, y la constitución de partidos comunistas en todo el continente europeo a partir de 1920, no fue ajeno a ello. Como tampoco lo fue la oleada de revoluciones y huelgas que se produjeron entre 1918 y 1920. Por otra parte, las democracias parlamentarias experimentaban una crisis de legitimidad como consecuencia de su dificultad para satisfacer las demandas de la entrada de las masas en la vida pública. Todo ello constituyó el caldo de cultivo para este despertar de nuevas opciones políticas. La consolidación de la Rusia soviética llevaba a las atemorizadas clases económicas a solicitar el despliegue de nuevos mecanismos de protección que el Estado liberal, se decía, no estaba en disposición de proporcionar y que en lugar de la lucha de clases se imponía la colaboración entre las mismas. En definitiva, el corporativismo. Entonces fue cuando la izquierda dejó de tener el monopolio de la idea de cambio. Sus emergentes rivales propugnaban una transformación social, fascista, que apelaba a las emociones, no a la razón.

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Josep Fontana: «España y Cataluña, trescientos años de historia»

Reproducimos a continuación la versión castellana de la conferencia inaugural de Josep Fontana, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, en el simposio “España contra Catalunya: una mirada històrica (1714-2014)”, celebrado en Barcelona el pasado 12 de diciembre.

La mayor de las pérdidas que sufrió Cataluña como consecuencia de la derrota de 1714 fue, en mi opinión, la de un proyecto político que, en el transcurso de más de cuatrocientos años, desde las Cortes de 1283 hasta las de 1706, había elaborado un sistema de gobierno representativo que, con la democratización que había culminado con las cortes de 1702 y 1706,[1] figuraba entre los más avanzados y democráticos de Europa, según habría de reconocer el propio Felipe V al justificar su voluntad de destruirlo con el argumento de que los catalanes, después de lo que habían conseguido en las últimas Cortes, tenían más libertades que los ingleses con su gobierno parlamentario.[2]

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De Lluís Martí Bielsa: «La derrota del golpe militar fascista en barcelona

La situación en el país había empeorado día tras día. El Gobierno de derechas había dedicado su mandato a recortar todos los adelantos conseguidos con el advenimiento de la República en 1931. Tanto era así que en julio de 1935 dio marcha atrás en lo que había sido la principal reivindicación de los campesinos españoles, presentando un proyecto de revisión de la Ley de Reforma Agraria del 9 de septiembre de 1932, proyecto al que el mismo José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange, puso objeciones alegando que, si se aplicaba, se tardaría al menos 160 años en poder hacer la reforma agraria en nuestro país; como también pasó con el proyecto de ley para restablecer la pena de muerte, presentado por el Gobierno radical de Alejandro Lerroux en vista de la creciente desestabilización social, que adjudicaba las causas a la jurisdicción militar. A todo esto debemos añadir las manifestaciones de Calvo Sotelo, el líder de la derecha más recalcitrante, que se descolgó diciendo que el mejor régimen era la dictadura.

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