El impacto del fascismo italiano en Barcelona: el centenario

por Soledad Bengoechea

Durante las primeras décadas del siglo XX, en Europa nos encontramos con el nacimiento de nuevas opciones políticas que presentan formas y contenidos desconocidos hasta entonces. El triunfo de la revolución soviética en 1917, y la constitución de partidos comunistas en todo el continente europeo a partir de 1920, no fue ajeno a ello. Como tampoco lo fue la oleada de revoluciones y huelgas que se produjeron entre 1918 y 1920. Por otra parte, las democracias parlamentarias experimentaban una crisis de legitimidad como consecuencia de su dificultad para satisfacer las demandas de la entrada de las masas en la vida pública. Todo ello constituyó el caldo de cultivo para este despertar de nuevas opciones políticas. La consolidación de la Rusia soviética llevaba a las atemorizadas clases económicas a solicitar el despliegue de nuevos mecanismos de protección que el Estado liberal, se decía, no estaba en disposición de proporcionar y que en lugar de la lucha de clases se imponía la colaboración entre las mismas. En definitiva, el corporativismo. Entonces fue cuando la izquierda dejó de tener el monopolio de la idea de cambio. Sus emergentes rivales propugnaban una transformación social, fascista, que apelaba a las emociones, no a la razón.

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