Teníamos todo listo para cambiarnos de casa el lunes siguiente hacia un lugar más seguro, cuando los agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) nos cayeron por sorpresa y mataron a Miguel.
Aunque parezca extraño, ése fue el único sobresalto doméstico que tuvimos en tantos meses de clandestinidad después del golpe, pues Miguel había descubierto que no hay mejor escondite que la vida cotidiana, de modo que llevábamos una existencia normal, consagrada al intenso trabajo político que nos había encomendado el partido.