Un dolor de cabeza. Vuelve cuando la nombro y vuelve.
Pegado al techo del cráneo. Y me acosté. Los brazos largos y desnudos me dieron frío. Me cubrí con la frazada pesada, limpia, dobladiza y celeste. Ven a dormir conmigo, en el sueño amigablemente la invitaba.
Claudio Bertoni
Poema de Claudio Bertoni: «Mi padre y yo»
Íbamos de viaje entre Valparaíso y Santiago
Pasado el túnel Zapata un poco antes de llegar a Curacaví nos detuvimos
/a orinar
Bruno abrió el capot del auto mientras yo miraba el cielo y las nubes juntarse
/con la cordillera de la Costa
Poema de Claudio Bertoni: «Soñar no cuesta nada»
siempre miraba en la puerta
en el suelo a la entrada
por si había algún papelito
por si se te había ocurrido pasar
por si habías sentido la necesidad de pasar
y siempre que volvía de Viña
tenía el sueño de encontrarte ahí
sentada en la puerta
sentada en la escalera
y siempre te saludaba
y así me aliviaba,
en una ínfima medida me aliviaba.
Claudio Bertoni: «El que huye de la muerte la persigue»
por Daniel Hopenhayn
Para enfrentar la pandemia, tienes la ventaja de que vivir aislado en tu casa es tu rutina hace décadas, pero la desventaja de ser un hipocondríaco. ¿Cuál de esos dos factores ha pesado más?
La desventaja. Porque en términos de vivir cagado de susto, hace tiempo que las cosas han ido empeorando para mí. El escritor italiano Guido Ceronetti, en un libro absolutamente malvado que se llama El silencio del cuerpo, dice de repente: “Somos seres de una deslumbrante fragilidad y pequeñez”. Esa deslumbrante fragilidad a mí me corre por la sangre, pero ha recrudecido con el tiempo. Y la guinda de la torta ha sido esta cuestión del virus. La maldita paranoia que transmite la televisión, en la cabeza de un hipocondríaco como el que te habla, sube a unas alturas inconmensurables.
«Cabro chico», de Claudio Bertoni: El oficio de la memoria
por Cristián Brito
Recuerdos que regresan desde un tiempo remoto. Un pasado que se diluye en el olvido pero que aún sigue presente. Cabro chico, de Claudio Bertoni (1946), es una suerte de diario de memorias del fotógrafo, artista visual y poeta chileno.
En el volumen el autor toma nota de sus recuerdos cuando niño. En un relato que no deja pausas se intercalan poemas, notas y textos sobre lo que el vate recuerda de su temprana infancia. Aquí podemos encontrar, por ejemplo, su despertar del deseo sexual. “La señorita Teresa fue el primer amor de mi vida (no sé cómo supe a esas alturas que ella tenía treinta años) / Rubia y yo de cinco (años) / Vivía en la azotea (encima del ropero la pistola de su pololo el bombero.», anota Bertoni.