por Aniceto Hevia
Dedicado a Ulrike Meinhof (1934 – 1976).
In memoriam.
Vivimos la desesperanza y la victoria pírrica de la contra-utopía, la persecución ensañada contra todo que sea una expectativa de más allá del estado de cosas. La orden del día es el conformismo, que debe ser la actitud con que se gobierna y se enseña, se trabaja, se hace arte, se ama y se juzga al otro. Más aún, se debe trabajar demostrando, enarbolando la bandera del estado de cosas estático de amo. El resto es considerado como un sumergirse en la nada de los mitos y los sueños personales, juzgado por el sentido común como un sesgo antisocial o una actitud infantil de falta de control. En suma, en los últimos tiempos observamos como ha aumentado la intensidad de la administración positiva de la intimidad, las ideologías y la opinión política crítica. Pues, los engranajes de la sociedad requieren funcionar como mecanismos de relojería, donde no haya desfaces entre el ritmo del poder político y la vida interior del individuo, todo debe someterse a tal armonía muerta, predecible, auto-reproductiva de un estado de cosas profundamente autoritario, de rasgos verdaderamente totalitarios.