por Gustavo Burgos //
“Soy una imagen de piedra. Sícilo me puso aquí,
donde soy por siempre, el símbolo de la evocación eterna”.
Epitafio de Sícilo para Euterpe, año 100 de nuestra era.
La reciente muerte, durante este año, de David Bowie, Prince, hoy de Greg Lake, y pronto no se sabe de quién, ha puesto en los medios de comunicación la cuestión de la muerte del rock, particularmente de la generación dorada de los 60/70, período en que esta forma de música popular adquirió sus más elevadas expresiones. Por una cuestión puramente biológica esta década y la próxima, será aquella en la que morirán Paul Maccartney, Mick Jagger, Pete Townshend, David Gilmour, Bob Dylan y Jimmy Page, por mencionar algunos. Es un hecho que esta generación morirá y que no hay recambio. No se trata solamente de la transformación de la industria discográfica, del desplazamiento de esta industria a la de los recitales en vivo, se trata en realidad de que el rock y su estética de rebelión popular se ha agotado como fenómeno de masas. La imagen de los Beatles aullando Don`t let me down en la azotea, deviene en evanescente.