por Jonathan Losos
Durante más de un siglo después de la publicación de El origen de las especies, los biólogos pensaron que la evolución procedía en general lentamente. En cierto modo, esta idea fue un resultado de los propios escritos de Darwin –“No percibimos ninguno de estos lentos cambios que se están produciendo hasta que la manecilla del reloj del tiempo ha marcado un período de siglos” (Darwin 1859, cap. 4). Al fin y al cabo Darwin estaba en lo cierto en muchas cosas, grandes y pequeñas, desde deducir cómo se forman exactamente los atolones de coral, hasta predecir la existencia de una polilla desconocida con un probóscide de 30 centímetros a partir de la morfología de una orquídea de Madagascar. Por ello, los biólogos han aprendido que generalmente no sale a cuenta llevarle la contraria a Darwin.