La jornada de ocho horas y la prohibición del alcohol constituyen dos elementos importantes que han dado una nueva orientación a la vida obrera. El monopolio estatal sobre la venta de bebidas alcohólicas fue abolido, debido a la guerra, antes de la revolución. La guerra exigía medios tan gigantescos que el zarismo consideraba los ingresos procedentes de las bebidas alcohólicas como una suma deleznable a la que se podía renunciar: mil millones más o menos no contaban gran cosa. La revolución asumió a su vez esa abolición del monopolio estatal; se trataba de una herencia, de un hecho consumado que adoptó por razones de principio que le pertenecían legítimamente. Sólo después de la conquista del poder por la clase obrera, convertida en artífice consciente de una nueva economía, la lucha del Estado contra el alcoholismo —tanto mediante la prohibición como por la propaganda— adquirió importancia histórica