En este quincuagésimo aniversario de Mayo del 68 nos hemos encontramos de nuevo (como cada año terminado en ocho desde hace ya décadas) con la letanía de quienes quieren convencernos de que el 68 fue “la primera revolución indiferente” (Lipovetsky, 2015: 45): un movimiento individualista, superficial y hedonista. Así se llega a decir que en 1968 en Francia “no pasó nada” —ya que todo lo importante sucedió en Praga— o que fue, en cualquier caso, una “revolución divertida” de los hijos de la clase media cuyo verdadero objetivo era asaltar los colegios mayores de las universitarias. Para dar lustre a este relato se nos presenta la trayectoria de buena parte de los líderes de Mayo como la prueba definitiva de que las nuevas formas de capitalismo han saciado las expectativas de aquel movimiento