Novela corta de Eduard Limonov: «Soy yo, Edichka»

El Hotel Winslow y sus habitantes
Si pasas entre la una y las tres de la tarde por la avenida Madison, donde se cruza con la calle Cincuenta y cinco, no te hagas el remolón, inclina hacia atrás la cabeza y levanta la vista hacia las sucias ventanas del edificio negro del Hotel Winslow. Allí, en la última planta, la decimosexta, en el balcón del medio de los tres que tiene el hotel, estoy sentado yo, medio desnudo. Suelo comer schi[1] mientras el sol me abrasa, soy un gran amante del sol. El schi con col agria es mi sustento habitual, como una cazuela tras otra, cada día, apenas como nada más. La cuchara con la que como el schi es de madera, la traje de Rusia. Está decorada con flores doradas, rojas y negras.

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Ha muerto Limonov, lo recordamos con una entrevista para estrangularlo

por Sabina Urraca

Me acerco a la barra del bar y pido un chupito de tequila. El camarero observa mi temblor. «¿Estás bien? ¿Qué tienes, una entrevista de trabajo?». Sabiendo que ninguna frase puede explicar del todo a lo que me voy a enfrentar, murmuro algo así como que voy a entrevistar a un escritor, o más bien a un personaje, que además escribe, que me fascina. El camarero me mira con sorna. Primer momento de ridículo, de sentirme una idiota. «Pero no te preocupes, mujer, que si es tan de puta madre seguro que es un tío guay. No tengas miedo», me dice. ¿Un tío guay? Siento que me acerco a pasitos cortos a esa brecha que separa el personaje que amamos en la distancia de la persona que realmente es. Para relajarme, imagino sus vísceras, las tripas de Limónov, borboteando como las de cualquier otro, en la oscuridad del cuerpo. 

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