Afganistán, un país llamado desolación

por Higinio Polo

Cuando el último día de agosto de 2021 el general de división Chris Donahue subió en Kabul al avión de carga estadounidense C-17, se cerraba la guerra más larga de las que ha participado Estados Unidos. Habían transcurrido veinte años de muerte y devastación en Afganistán. Tras el caos en el aeropuerto internacional, donde los soldados norteamericanos llegaron a disparar contra la multitud, el mundo contempló la destrucción de documentos y material bélico, los últimos bombardeos con drones que asesinaron a siete niños que jugaban en un patio de Kabul, y la retirada del último militar norteamericano, que mostraba la humillación y la vergüenza del país que todavía pretende dirigir el planeta. Atrás, quedan numerosas matanzas, impunes por el momento, como la que exterminó a treinta campesinos afganos, en 2019, en la provincia de Nangarhar, que el Pentágono achacó a un «error» de los drones. Afganistán ha padecido muchos errores semejantes. Cuando despegaba el último avión norteamericano, Blinken, el viejo ‘halcón’ que dirige el Departamento de Estado, declaraba que su país dirigirá su diplomacia con Afganistán desde Doha, la capital aliada de una monarquía medieval.

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