por Rodrigo Karmy
La exigencia oligárquica en Chile es “cerrar”. Convertir a Chile en un país cerrado, exento de porosidad, sin filtraciones, unitario y totalmente cohesionado. Un país sin disidencia, en el que las fuerzas políticas “acuerdan” todo. Que no entre nada ni nadie. Constituir un país propiamente cerrado y, por tanto, “plano”, tal como la oligarquía lo ha imaginado siempre.
A pesar de la rugosidad del paisaje, la imagen petrificada desde el siglo XIX, ha sido la de un país sin sobresaltos en el que su pueblo deviene “masa en reposo” (Portales) y su política una simple forma de administrar orden. Se trata de un país aplanado (digamos “aplastado”), lleno de dispositivos de seguridad y, por tanto, de miedo en el que los pueblos solo están autorizados en ser sujetos económicos que se ajustan a la relación de servidumbre que imponen los patrones de turno.