por Prabir Prukayastha
Los Estados Unidos han hecho una gran apuesta con sus últimas sanciones globales a empresas chinas de la industria de los semiconductores, creyendo que puede disparar en la rodilla a China y retener la dominación global. Desde los eslóganes de la globalización y el “libre mercado” de los neoliberales 90, Washington ha regresado a “la vieja idea confiable” de los actos de denegación tecnológica que, junto a sus aliados, prosiguieron durante la Guerra Fría. Mientras que en el corto plazo pueda ser efectivo para disminuir la velocidad de los avances chinos, en el largo plazo, para la industria del semiconductor estadounidense, el costo de perder a China (su mercado más grande) tendrá consecuencias importantes. En el proceso, las industrias de semiconductores de Taiwán y Corea del Sur, más los fabricantes de equipos en Japón y la Unión Europea, tienen más probabilidades de acabar siendo un daño colateral. Algo que nos recuerda de nuevo lo que una vez dijo el ex secretario de Estado Henry Kissinger: “Ser enemigo de los Estados Unidos puede ser peligroso, pero ser su amigo es fatal”.