por Javier Balsa
El uso del término hegemonía se ha hecho cada vez más amplio y ambiguo en el discurso político contemporáneo e, incluso, en las propias ciencias sociales tiene un empleo bastante laxo. Aunque la hegemonía se ha convertido en una cuestión clásica en los estudios sociales, no contamos con una teoría suficientemente sistemática y con orientaciones para su operacionalización. Más allá de que el concepto de hegemonía ha sido muy sugerente, consideramos que no es en la vaguedad donde encontraremos la capacidad para dar cuenta de la complejidad de lo real, sino en la especificación del concepto sin perder su riqueza. Para ello, debemos desplegarlo sistemáticamente, para pasar de la potencialidad a la potencia heurística y explicativa. De otro modo, el riesgo es que la palabra “hegemonía” se convierta, por su mero halo semántico, en un sustituto a la explicación científica.2 Esto es lo que ocurre en algunos trabajos: los fenómenos parecieran explicarse porque había una hegemonía que nunca se probó que existiera y luego, un tanto tautológicamente, si ocurrieron dichos fenómenos, se confirma que había hegemonía.