por Fernando Aiziczon
“La música de Coltrane y lo que éste tocaba durante los dos o tres últimos años de su vida representaron para muchos negros el fuego, la pasión, el odio, la ira, la rebeldía y el amor que ellos mismos sentían, sobre todo los jóvenes intelectuales y revolucionarios negros de la época (…) Coltrane era su símbolo, su orgullo; su hermoso, negro y revolucionario orgullo. Yo lo había sido unos años antes, ahora él lo era y yo no tenía nada que objetar”. Miles Davis
John William Coltrane (1926-1967) tuvo sus primeras incursiones musicales en bandas de jazz cuando fue marinero estadounidense durante la II Guerra Mundial. Tenía 20 años, tocaba el saxo alto pero estaba lejos de descollar, era uno más del enorme pelotón de saxofonistas de jazz que desfilaban tocando en bares de Filadelfia y cuyo héroe absoluto era el inalcanzable Charlie Parker. Tras licenciarse del ejército, Coltrane profundiza sus estudios de manera intensa hasta que es convocado, amistad mediante, a la banda de Dizzy Gillespie (1949). Jazz bailable en tensión con el emergente y vertiginoso bebop, mixturado en Gillespie con algunos toques afrocubanos (“A Night in Tunisia”), y en un contexto de crisis de las grandes orquestas, configuraron el primer gran ambiente donde Coltrane forjó de modo tímido su primer sonido, que según los críticos consistía en una mezcla caótica y embrollada de rhythm and blues con fuerte tendencia hacia solos melódicos, especialmente en baladas. Las descripciones de su figura logran transmitir la imagen de un tipo de gran porte, alto, huesudo, vistiendo trajes largos y anchos, poco elegante (la antítesis de un Miles Davis) pero que con su aspecto de conjunto presentaba una interioridad profunda, por ello es casi imposible encontrar fotografías que lo muestren sonriendo o gesticulando; Coltrane más bien es un tipo demasiado serio.
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