por Francesca Langer
La historia del suicidio de Catón, tal y como la transmitió el antiguo historiador griego Plutarco, fue una espantosa parábola política que capturaró los imaginarios revolucionarios de los primeros americanos, tanto del norte como del sur. Todo colegial podía contar cómo Catón fue arrinconado en Utica por un victorioso Julio César en los días finales de la República Romana. Cuando el presunto emperador ofreció su perdón, el último verdadero senador de Roma se destripó a sí mismo con su propia espada antes que vivir bajo la tiranía del César. Severo, arisco, siempre vestido de negro de luto, el carácter de Catón era un pilar de la primera literatura americana, desde la poeta Pyillis Wheatley, la primera autora afroamericana publicada, y el editor de periódico Philip Freneau, conocido como “el poeta de la Revolución Americana”, hasta los trabajos del sátiro ecuatoriano Eugenio Espejo y el dramaturgo colombiano Luis Vargas Tejada.[1] La ubicuidad de Catón en la Era de las Revoluciones reflejaba lo que el famoso historiador estadounidense Bernard Bailyn llamó una vez la “imagen catónica”: un ideal heroico de ciudadanía ejemplificado por el lema “Libertad o Muerte”.[2] No obstante, esta imagen catónica fue incluso más generalizada de lo que Bailyn sugirió, extendiéndose más allá del círculo de las elites angloamericanas para formar una parte importante de la cultura popular de independencia a lo largo de las jóvenes Américas británica y española. Al enfatizar la dignidad y virtud de apreciar la libertad de uno, incluso hasta el punto de llegar a la muerte, la historia del suicidio de Catón proporcionó un modelo de martirio cívico que conformó la primera comprensión misma de ciudadanía de los americanos.