Netflix: Los reyes sabios de «Otra ronda», de Thomas Vinterberg

por Mariona Borrul

Ay, la crisis de los cuarenta. La lucha para revivir al niño que una vez vivió en nuestro interior y que parece haber quedado enterrado bajo las capas de rutinas del actuar adulto. La criatura ya no juega y nos quedamos totalmente zombis, con las cejas arqueadas y los labios apretados, incapaces de reaccionar o movilizar la realidad que tenemos delante. Lo veíamos en la reciente Nomadland de Chloé Zhao: despertar pasa, muy a menudo, por un electroshock de juego. Juego con o sin chirimbolos por delante, juego conocido o inventado al momento, incluso juego disfrazado de algo más*. Es el caso de los protagonistas de Druk, que edifican una auténtica experiencia lúdica alrededor de unas pocas reglas esenciales, con el único objetivo de rescatar su vida de la miseria: pasarlo bien o, por lo menos, estar mejor que antes. Ellos lo llamarán experimento, pero será, en esencia, un gran y sencillísimo juego, un dispositivo a través del que los cuatro amigos van a cuestionar y moldear la realidad que los rodea. Propongo que analicemos, pues, la construcción formal y diegética de la película de Thomas Vinterberg desde la perspectiva lúdica que explora, en este caso, desde la experiencia de juego y su potencial imbricación disruptiva en lo cotidiano. Para ello, qué mejor que servirnos de los principios básicos del play según Miguel Sicart**, quizás el más atinado estudioso en los game studies contemporáneos de lo lúdico como fenómeno interseccional. 

Leer más

Ir al contenido