por Sam Pizzigati
Embrutecen nuestra cultura, erosionan nuestro futuro económico y disminuyen nuestra democracia. Los superricos no tienen ningún valor social que los redima.
¿Necesitamos – como demanda el progreso- a las grandes fortunas privadas?
Los partidarios de las grandes fortunas suelen defender este principio. La perspectiva de volverse fenomenalmente ricos, reconocen, les da a las personas de gran talento un poderoso incentivo para hacer grandes cosas. La enorme riqueza que acumulan estos talentos, continúa el argumento, impulsa la filantropía y beneficia a las personas e instituciones que necesitan ayuda.