Oyó a la madre de Alfonso caminar en la habitación de arriba y recordó que ni él ni Rubén ni Alejandro, a pesar de haber frecuentado esa casa durante tanto tiempo, habían subido alguna vez a la planta alta. Pensó que todavía podía huir. Aunque se había preparado mentalmente para saludar a una mujer entrada en años, nunca imaginó aquel estrago y se preguntó si ella, cuando le abrió, al verlo también a él tan cambiado, no habría sentido su misma zozobra. Tal vez si huyera en ese momento ella sería la primera en agradecérselo. Cuando le había dicho por teléfono, contestando a su invitación de dejarse ver una tarde de esas, que podría visitarla el martes siguiente, ya que tenía que ir a un laboratorio médico que se encontraba a dos cuadras de su casa, su tono cantarín había tenido una ligera caída, como si no hubiera esperado que la invitación fuera a ser tomada en serio.