Tras la lectura del primer capítulo de este libro, quizá algunos lectores se hayan preguntado, estupefactos: ¿pero es posible que en la antigüedad haya existido un número de proletarios libres suficientemente considerable? ¿Acaso no es verdad, más bien, que en aquel tiempo los esclavos eran quienes realizaban todos los trabajos pesados? No hay duda de que se ha difundido en general la opinión de que la antigüedad habría sido la época de los esclavos, a la que habría sucedido a continuación —hasta los alrededores de 1800—, el periodo de la servidumbre de la gleba, al cual le habría sucedido al fin la época de los jornaleros libres. No hay nada de inexacto, en sí mismo, en una distinción semejante de periodos históricos: durante la antigüedad la esclavitud desempeñó un papel determinante, así como lo tuvo la servidumbre de la gleba en el medioevo, y en el denominado evo moderno; es también indiscutible que con la civilización de las máquinas ha saltado al primer plano el trabajo libre asalariado. Pero hay que evitar considerar desde una perspectiva unilateral estas tres fases de desarrollo. En la antigüedad, por ejemplo, junto a los esclavos, fueron también numerosísimos los siervos de la gleba, pero aún en número mayor, hubo proletarios libres. La teoría según la cual la lucha de clases constituye el fundamento de todo proceso histórico encuentra, sin duda alguna, su mejor confirmación en la observación del mundo antiguo. Sin embargo, no es precisamente la lucha de clases entre libres y esclavos la que desempeña el papel determinante para quien repasa la antigüedad. Otros conflictos sociales poseyeron un alcance mucho más decisivo.