Dos años antes de su muerte mi padre me entregó un maletín lleno de sus textos manuscritos y sus cuadernos de notas. Con su habitual aire bromista me dijo, como al pasar, que esperaba que yo los leyera después, es decir, después de su muerte.
“Échales una mirada”, dijo con algún embarazo, “tal vez algo de todo eso sirva para algo. Tú podrás elegir lo que sea publicable”.