Nada hay tan móvil e inconstante como la multitud. Así lo afirman nuestro Tito Livio y todos los demás historiadores. Ocurre, en efecto, con frecuencia, al relatar los actos humanos, que la muchedumbre condena a alguno a muerte y, después de muerto, deplora grandemente su sentencia y echa de menos al castigado. Así sucedió al pueblo romano cuando condenó a muerte a Manlio Capitolino, y dice nuestro autor: Populum brevi, posteaquam ab eo pericrulum nullum erat, desiderium eius tenuit. (Apenas el pueblo dejó de temerle, tuvo deseo de él.) Y en otro lugar, cuando refiere lo ocurrido en Siracusa a la muerte de Ilierónimo, sobrino de Hierón, añade: Hace natura multitudinis est: aut umiliter servil, aut superbe dontinatur. (Así es la naturaleza de la multitud: o sirve con humildad, o domina con insolencia.)