Cierta mañana de invierno me encontré de pie junto a mi abuelo. Estábamos en el zoológico. Delante nuestro había una serie de camellos. Eran animales viejos. Tristes. Aburridos quizá. Tenían el típico color cenizo que se suele imaginar. Mi abuelo me sujetaba fuertemente de la mano. Nunca más volví a verlo. Murió seguramente al poco tiempo. En ese entonces no me enteré de lo que le sucedió. Sencillamente dejé de tenerlo a mi lado hasta que aquella ausencia se convirtió en una costumbre. Todo apareció años después. Durante una sesión en la que estaba sumergido en otro plano de la realidad -había hecho uso de algunas drogas-, vi nuevamente a mi abuelo enfrente de aquellos camellos. No sólo aprecié la escena, sino sentí también la carga emocional que aquella muerte seguramente trajo consigo. Caí en una tristeza profunda.