Obviamente, la censura es un mal y debemos felicitarnos de su desaparición. Pero, como toda práctica perversa, tiene también sus efectos positivos. En la época de Franco, había surgido un tipo de lector atento, avezado al arte de leer entre líneas y descubrir intenciones ocultas y mensajes en clave. Hoy, esa lectura activa y cómplice no existe; el público solo capta lo evidente, se queda en la superficie de lo escrito.