por Rolando Astarita
A partir de los debates sobre la invasión rusa a Ucrania se planteó el tema de la viabilidad del derecho a la autodeterminación nacional. Es que organizaciones de izquierda, en especial muchas trotskistas, sostienen que la demanda de la autonomía nacional es irrealizable, en tanto subsista el capitalismo. Para ello se inspiran en escritos de Trotsky en los que este planteó que las pequeñas naciones, dada la descomposición del capitalismo monopolista, inevitablemente son marionetas de las potencias (véase, por ejemplo, “Balance de los eventos fineses”, de 1940). Esta afirmación se inscribía en su idea más general de que las reivindicaciones democráticas “serias”, en la época del monopolio, solo se pueden efectivizar enlazando con la revolución socialista. En lo que sigue examinamos críticamente esta tesis.
Trotsky y democracia burguesa
Son varios los escritos de los 1930 en los que Trotsky sostuvo que la democracia burguesa ya no era posible. Por ejemplo en “Lenin y la guerra imperialista” (30/12/1938) explicó que el fascismo era el producto inevitable de la decadencia del capitalismo; afirmó que en los países atrasados y coloniales no había posibilidad de democracia; y pronosticó que las democracias imperialistas evolucionaban “natural y orgánicamente hacia el fascismo”.
En otro texto, esta vez en polémica con marxistas palestinos (7/03/1939) sostuvo que incluso la derrota militar de Alemania e Italia por parte de las potencias democráticas no significaría el colapso del nazismo, ya que “el fascismo es un producto inevitable del capitalismo decadente, en la medida en que el proletariado no reemplaza a tiempo a la democracia burguesa. ¿Cómo puede liquidar al fascismo una victoria militar de las democracias decadentes sobre Alemania e Italia, aunque sea sólo por un período limitado?”. Agrega: “Si existiera algún fundamento para creer que una nueva victoria de la familiar y algo senil Entente (menos Italia) puede producir resultados tan milagrosos, es decir, contradecir las leyes socio-históricas, entonces no sólo sería necesario ‘desear’ esa victoria sino hacer todo lo que esté a nuestro alcance para provocaría. En tal caso los social-patriotas anglo-franceses tendrían razón”. El colapso del fascismo y el nazismo era posible “siempre que haya un movimiento revolucionario”. Francia y Gran Bretaña harían todo lo posible por salvar a Hitler y Mussolini, y solo la revolución proletaria podría rectificar esto.
En “El pensamiento vivo de Karl Marx” explica que, dada la crisis del capitalismo, la democracia ya no podía contener o atenuar los antagonismos de clase, incluso en EEUU: “…es imposible creer ni siquiera por un minuto que una democracia en decadencia sea capaz de debilitar los antagonismos de clase que han llegado a su límite máximo. … la experiencia del New Deal no da pie para semejante optimismo”.
La base económica de esa decadencia era el monopolio: “… sin el establecimiento de la libertad del comercio internacional, la democracia, dondequiera y en cualquier extensión que haya sobrevivido, debe ceder a una dictadura revolucionaria o fascista. Pero la libertad del comercio internacional es inconcebible sin la libertad del comercio interno, es decir, sin la competencia” (ibid.). La democracia burguesa constituía una forma de gobierno “accesible únicamente a las naciones más aristocráticas y más explotadoras”. Por eso era una democracia basada “en la explotación de las colonias”. EEUU no tenía casi colonias, pero la democracia sobrevivía gracias a la “grasa acumulada” en su período de expansión. “Los depósitos de grasa que acumularon entonces, les siguen siendo útiles todavía en la época de la decadencia, pues les sirven para engrasar los engranajes y las ruedas de la democracia”. En los países atrasados la democracia burguesa era imposible: “Mientras destruye la democracia en las viejas metrópolis del capital, el imperialismo impide al mismo tiempo la ascensión de la democracia en los países atrasados”.
En el mismo sentido: “La eliminación de la competencia por el monopolio señala el comienzo de la desintegración de la sociedad capitalista. La competencia era el principal resorte creador del capitalismo y la justificación histórica del capitalismo. Por lo mismo, la eliminación de la competencia significa la transformación de los accionistas en parásitos sociales. La competencia necesita de ciertas libertades, una atmósfera liberal, un régimen democrático, un cosmopolitismo comercial. El monopolio necesita en cambio un gobierno tan autoritario como sea posible, murallas aduaneras, sus “propias” fuentes de materias primas y mercados (colonias). La última palabra en la desintegración del capital monopolista es el fascismo” (“El marxismo y nuestra época”, 26/02/1939; también incluido en la edición Losada de El pensamiento vivo de Marx).
En las discusiones sobre la Cuarta Internacional: “Tengo un proyecto de tesis referente a la democracia. Su esencia, es que la democracia es la forma más aristocrática de gobierno. Solamente aquellos países del mundo que tienen esclavos son capaces de conservar la democracia, como Gran Bretaña, donde cada ciudadano tiene nueve esclavos; Francia, donde cada ciudadano tiene esclavo y medio, y Estados Unidos. No puedo calcular sus esclavos, pero es casi todo el mundo, comenzando por Latinoamérica. Los países más pobres como Italia renunciaron a su democracia”. En el mismo sentido: “La democracia se vuelve cada vez menos factible” (“Discusiones con Trotsky (1) Conferencia Internacional”, marzo de 1938). Lo sostiene luego en el Programa de Transición de la Cuarta Internacional: la democracia es un lujo que solo pueden darse los “países históricamente privilegiados” y “a cuenta de la acumulación anterior”. El New Deal fracasa, no ofrece salida “al impasse económico”. De ahí que cualquier reivindicación “seria” debía desbordar los marcos del capitalismo: “… cualquier reivindicación seria del proletariado y hasta cualquier reivindicación progresiva de la pequeña burguesía conducen inevitablemente más allá de los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués”. En referencia a los países fascistas sostiene que las “fórmulas de la democracia” (las libertades democrático-burguesas) “no son para nosotros más que consignas pasajeras o episódicas en el movimiento independiente del proletariado”. Pronostica que en cuanto el movimiento “tome carácter de masa, las consignas democráticas se entrelazarán con las consignas de transición” y “los soviets cubrirán Alemania antes de que se haya reunido en Weimar una nueva Asamblea Constituyente”. Lo mismo ocurriría en Italia “y en los otros países totalitarios o semi-totalitarios”.
En otro texto: “La política debe ser adaptada a las fuerzas productivas… Las fuerzas productivas no pueden seguir desarrollándose. … las fuerzas materiales están declinando. Esto significa que la sociedad deviene más y más pobre, el número de desocupados es mayor y mayor. La miseria de las masas se ahonda… la burguesía no tiene otra solución excepto el fascismo y la profundización de la crisis forzará a la burguesía a suprimir los remanentes de la democracia y a reemplazarlos con el fascismo” (“Discussion on the Transitional Program”, 19/05/1938).
No se verificó
Contra la afirmación de Rosa Luxemburgo sobre que la autodeterminación nacional era imposible en el período imperialista Lenin respondió con una simple y sencilla evidencia: Noruega se había separado de Suecia en plena época imperialista. Podía también haber demostrado que no había razones teóricas para negar la posibilidad de la autodeterminación, pero el caso noruego era suficiente para desarmar la tesis general.
Algo similar podemos decir de los diagnósticos y pronósticos de Trotsky. Tienen problemas teóricos (¿por qué la economía capitalista mundial ya no podría desarrollarse a partir de 1914? ¿Por qué la clase capitalista ya no podía otorgar más concesiones “serias”?), pero por sobre todas las cosas no encuentran apoyo en los hechos históricos. Es una realidad que las fuerzas productivas se desarrollaron desde 1914. Y los derechos y libertades democrático-burguesas avanzaron en la mayoría de los países capitalistas. EEUU no evolucionó hacia el fascismo. Hitler y Mussolini fueron derribados sin que triunfara la revolución socialista. Hay democracias burguesas en países atrasados y dependientes. En Argentina, para mencionar un caso cercano, existe un régimen de democracia burguesa desde hace cuatro décadas. Se puede decir, y con razón, que es recortada y con graves problemas, pero de todas formas existe una diferencia bastante sustancial con respecto a una dictadura tipo Videla. España y Portugal, otros casos significativos, tienen regímenes democrático-burgueses desde hace más de cuatro décadas. No serán democracias plenas, pero no son las dictaduras de Franco o Salazar.
Otras libertades democrático burguesas también se han expandido desde que Trotsky escribiera el Programa de Transición. El voto femenino y los derechos de las mujeres avanzaron en la mayoría de los países capitalistas. También los derechos (incluido el voto) de los negros en EEUU y otros países capitalistas; los derechos de los homosexuales; de los trabajadores a un mínimo de seguridad social (pensiones de retiro, asistencia en salud, educación). En cuanto a la autodeterminación nacional, la desaparición de las colonias fue un fenómeno extendido desde finales de la Segunda Guerra. Es imposible sostener que India, Paquistán o Indonesia, por ejemplo, siguen siendo colonias como lo eran en 1930. Además, la mayoría de estos progresos fue el resultado de movilizaciones y combates de las masas por sus libertades democrático-burguesas. Que no hayan desembocado en el socialismo no es motivo para afirmar que, en el plano de las libertades democráticas (incluida la autodeterminación) todo sigue más o menos igual que hace 100 años. Pero reconocer esto debería empujar a los trotskistas a revisar la tesis de la imposibilidad de lograr reivindicaciones democráticas “serias” en los marcos del modo de producción capitalista.
Nahuel Moreno vio el problema
Nahuel Moreno fue un dirigente trotskista argentino, principal inspirador del Partido Socialista de los Trabajadores, en los 1970, y del Movimiento al Socialismo en los 1980. Lo que nos interesa ahora es que Moreno tuvo conciencia de que existía un problema entre los análisis de Trotsky y la realidad de las conquistas democrático-burguesas obtenidas en la época del “capitalismo agonizante”. ¿Cómo conciliarlos? Pues bien, su solución fue: los avances en las libertades democrático-burguesas fueron el producto de revoluciones de contenido socialista, aunque burguesas en su forma (entendiendo por “forma” sus programas y direcciones). La actual democracia en Argentina, por ejemplo, sería el resultado de una revolución de ese tipo, ocurrida en 1982. La caída de Marcos, en Filipinas, constituía otro ejemplo; o la abolición del apartheid en Sudáfrica.
Si bien discrepo con esta “solución” –no puede haber revoluciones socialistas sin que se expresen en programas, orientación política y profundas transformaciones sociales- destaco que Moreno detectó que había un problema. El resto de los trotskistas, en cambio, siguió con la cantinela “Trotsky tuvo razón, es imposible que haya conquistas democráticas serias en la época del imperialismo”, etcétera. Naturalmente, sobre esta base es imposible darse una política correcta para intervenir en la lucha por las libertades democrático-burguesas. O entender siquiera el significado de una lucha por la autodeterminación nacional como la que se está desarrollando hoy en Ucrania.
(Tomado del Blog de Rolando Astarita)