En defensa del trotskismo: contra el centrismo y la insoportable levedad del ser de algunos intelectuales marxistas en Argentina

por Antonio Bórmida

1-Recientemente se han publicado varios artículos de una polémica entre Rolando Astarita (en adelante RA) y Matías Maiello (en adelante MM) dirigente del PTS, en relación al programa de transición. (1) Este es un capítulo más del embate de Astarita contra el P de T, que data desde hace más de 25 años. Ahora ha encontrado una nueva oportunidad para su crítica en la consigna que ha tomado la campaña electoral del PTS, “proponiendo” la reducción de las horas de trabajo.

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Sobre el Programa de Transición y el «olvido» de la estrategia

por Matías Maiello

Con el Programa de Transición, escrito en 1938 y adoptado por la IV Internacional, Trotsky sistematiza un método para formulación del programa que tiene amplios antecedentes en el movimiento revolucionario y que comenzó a esbozar la III Internacional en sus primeros congresos. El propio Trotsky ya había escrito otro programa de estas características en 1934 para Francia, conocido como “Un programa de acción”. El método transicional apunta a terminar con la vieja división en compartimentos estancos entre aquello que en la jerga de la Segunda Internacional se denominaba “programa mínimo” (las consignas que por sí mismas no cuestionan la propiedad capitalista, como ser el aumento de salarios, derechos laborales, demandas democráticas que hacen a los derechos políticos o civiles, etc.) y “programa máximo” referido a la revolución socialista. Aquella división es indisociable del propio derrotero de la Segunda Internacional que terminaría relegado el “programa máximo” a un futuro indeterminado, a los actos del 1° de Mayo y a la propaganda, mientras que la práctica y la agitación cotidiana se circunscribiría al “programa mínimo” limitado a una serie de reformas en los marcos establecidos por el régimen capitalista [2].

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Izquierda argentina: la crisis del Movimiento al Socialismo, lecciones para el presente

por Matías Maiello

“En estrategia todo es sencillo, pero no todo es fácil” decía Carl von Clausewitz. Y tenía razón. Una cosa es definir un curso estratégico “en el papel” y otra muy diferente es llevarlo adelante en la realidad.

El Movimiento al Socialismo (MAS) llegó a reunir unos 5.000 militantes para mediados de los ‘80 y cerca de 10.000 para 1989-90; fue parte de la dirección de decenas de comisiones internas en múltiples gremios, de algunos sindicatos y centros de estudiantes; contaba con un trabajo territorial en torno a cientos de locales; llegó a tener representación parlamentaria y cierta capacidad de movilización. Sin embargo, se mostró impotente frente al saqueo histórico de finales de la década de 1980 y principios de los ‘90, así como a nivel internacional frente a la caída del Muro de Berlín y los procesos de restauración capitalista. Finalmente implosionó en 1992. Ahora bien, ¿por qué un partido que llegó a tener una influencia considerable como el MAS terminó barrido por los acontecimientos?

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