por Francisco Fernández Buey
Cuando el mercado universal civilizado quería un país que hasta entonces había escapado de sus garras, pronto encontraba un pretexto, por leve que fuese, para lanzarse sobre él: la abolición de una esclavitud diferente de la comercial y menos cruel, la introducción de una religión en la que no creían sus mismos patrocinadores, la liberación de algún malvado o de algún loco homicida al cual sus mismas tropelías le habían ocasionado molestias entre los indígenas del país «bárbaro», todo, en suma, era bueno para lograr el objetivo […] Creaban en aquel pueblo «nuevas necesidades» para subvenir a las cuales (para obtener de los nuevos amos el derecho de vivir, mejor dicho) aquellos desgraciados habían de someterse a la esclavitud de un duro trabajo, único modo de poder adquirir los inútiles objetos de la civilización.
WILLIAM MORRIS, Noticias de ninguna parte (1891).
La percepción de los problemas ecológicos del Tercer Mundo ha cambiado de forma sensible en estos últimos años. No sólo ha cambiado en algunos de los países pobres directamente afectados por la crisis ecológica, países en los que han ido implantándose fuertes movimientos de protesta, sino también entre los expertos de las organizaciones internacionales y entre los activistas del movimiento ecologista europeo o norteamericano.