La ecología política de la pobreza

por Francisco Fernández Buey

Cuando el mercado universal civilizado quería un país que hasta entonces había escapado de sus garras, pronto encontraba un pretexto, por leve que fuese, para lanzarse sobre él: la abolición de una esclavitud diferente de la comercial y menos cruel, la introducción de una religión en la que no creían sus mismos patrocinadores, la liberación de algún malvado o de algún loco homicida al cual sus mismas tropelías le habían ocasionado molestias entre los indígenas del país «bárbaro», todo, en suma, era bueno para lograr el objetivo […] Creaban en aquel pueblo «nuevas necesidades» para subvenir a las cuales (para obtener de los nuevos amos el derecho de vivir, mejor dicho) aquellos desgraciados habían de someterse a la esclavitud de un duro trabajo, único modo de poder adquirir los inútiles objetos de la civilización.
WILLIAM MORRIS, Noticias de ninguna parte (1891).

La percepción de los problemas ecológicos del Tercer Mundo ha cambiado de forma sensible en estos últimos años. No sólo ha cambiado en algunos de los países pobres directamente afectados por la crisis ecológica, países en los que han ido implantándose fuertes movimientos de protesta, sino también entre los expertos de las organizaciones internacionales y entre los activistas del movimiento ecologista europeo o norteamericano.

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David y Goliat

por Francisco Fernández Buey

Por lo general la humanidad sólo está con David post festum, cuando los hechos han pasado ya y los avatares de la batalla son parte de la memoria que conviene conservar; mientras los hechos transcurren la humanidad está casi siempre con Goliat, con el Poder que se supone que va a ganar en la desigual batalla con el débil, con el siervo (con el pobre, con el proletario). Es verdad que a veces las opiniones se dividen durante los hechos, mientras transcurre la batalla entre David y Goliat. Pero esto ocurre si y sólo si existe alguna expectativa razonable de que también David es un poder o está a punto de serlo. Así en los tiempos de Espartaco. Así en los tiempos de Münzer. Así en la época del proletariado industrial europeo de 1870 a 1930. Así en la época de Mao. Así en la época de Castro.

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El último combate de un profeta desarmado

por Francisco Fernández Buey

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Las Casas en todo el mundo, la obra de sus últimos años es poco conocida todavía. Y, sin embargo, constituye uno de los capítulos más apasionantes de la historia de la ideas del siglo XVI. Varios factores han contribuido a este desconocimiento. El primero de ellos es, desde luego, el cambio de clima cultural que se produjo en España a partir de 1559, después de la detención del arzobispo Carranza y del regreso de Felipe II a Valladolid. La censura de libros impuesta entonces por Fernando Valdés impidió a Las Casas seguir publicando. De hecho, ninguno de los escritos lascasianos del período 1559-1565 fue conocido en su época, salvo por los destinatarios de los mismos (en el caso de las cartas o memoriales) o por un número muy limitado de amigos y correligionarios. Varios de estos escritos han ido apareciendo, mucho tiempo después, en bibliotecas francesas o alemanas. En general, el desfase entre la magnitud de la obra escrita por Las Casas a lo largo de su vida y el número de lectores que la misma debió de tener en la España de la década de 1550 ya era enorme. La circunstancia en que se publicaron hizo que incluso los Tratados de 1552 se hayan leído entonces mucho más en América (en México, Guatemala, Nicaragua o Perú) que en España. El desfase entre la actividad pública del procurador de los indios entre 1559 y 1565, una actividad que siguió siendo notabilísima, y el pequeñísimo número de lectores que tuvo a partir del momento en que la censura inquisitorial le prohibió publicar, hace de Las Casas un caso bien insólito en los comienzos de la Europa moderna. Y seguramente es por ahí, en este contraste, por donde debe buscarse el origen y persistencia de la “leyenda” que desde el siglo XVII ha ido unida a su nombre.

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Manuel Sacristán sobre Gramsci

por Francisco Fernández Buey

Nadie ha hecho tanto por el conocimiento de Gramsci en España como el filósofo Manuel Sacristán (Madrid, 1925-Barcelona, 1985). Se ha dicho de éste que fue sin duda la figura más relevante del marxismo en España desde los años sesenta hasta su muerte en 1985. Y con el paso del tiempo esta afirmación resulta aún más verdadera. Sacristán editó, tradujo y presentó las obras más importantes de Marx, de Engels, de Lukács y de Korsch, además de introducir también en nuestro país a algunos de los más conocidos filósofos analíticos anglosajones. Pero de todos los clásicos marxistas de la tercera generación (si se nos permite hablar así) la ocupación de Sacristán con Gramsci fue la más constante y también la más problemática.

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Sobre la recuperación de Maquiavelo por Gramsci

por Francisco Fernández Buey

Para entender la concepción gramsciana de la política como ética de lo colectivo hay que fijarse en tres aspectos. El primero y principal es la pasión (razonada) con que Gramsci defendió siempre la veracidad en política. El segundo aspecto es la comparación que fue estableciendo, en las notas de los Cuadernos de la cárcel, entre filosofía de la praxis y maquiavelismo. Y el tercero, su diálogo (tentativo) con el Kant del imperativo categórico en el contexto de una interesante discusión sobre irrealismo y relativismo ético.

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Albert Einstein, ciencia y conciencia

por Francisco Fernández Buey

Se cumplen ahora cien años de la publicación, en Annalen der Physik, de los artículos en que Einstein dejó formulada la teoría de la relatividad especial. Y se cumplen también cincuenta años de la muerte del físico que fue unas cuantas cosas más. En los cincuenta años que transcurrieron desde la publicación, en 1905, de aquellos artículos pioneros que cambiaron el curso de la física hasta la muerte de Einstein, en 1955, éste se había convertido en una leyenda en vida. Y, en los siguientes cincuenta años transcurridos desde que nos dejó hasta la fecha en que escribo, esta leyenda no ha dejado decrecer.

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Guevara como mito

por Francisco Fernández Buey //

Ni que decir tiene que Ernesto Guevara no se consideraba un mito. Tampoco le habría gustado que la gente hablara de él con esa palabra. Si se le hubiera preguntado al respecto probablemente habría contestado como Brecht acerca de las lápidas: “No necesito lápida, pero/ si vosotros necesitáis ponerme una/ desearía que en ella se leyera: /Hizo propuestas. Nosotros/ las aceptamos. /Una inscripción así/nos honraría a todos.” O tal vez habría dicho algo parecido a lo que decía hace poco Rossana Rossanda al ponerse a escribir sus recuerdos de comunista del siglo XX: “Los mitos son una proyección ajena con la que no tengo nada que ver. No estoy honrosamente clavada en una lápida, fuera del mundo y del tiempo. Sigo metida tanto en el uno como en el otro”. Bastaría con cambiar los tiempos de los verbos.

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La revolución rusa no fue una utopía

por Francisco Fernández Buey//

Fue la revolución rusa de octubre de 1917 una utopía? Los contemporáneos de aquella revolución tuvieron tres respuestas diferentes para esta pregunta.

La primera respuesta dice: sí, fue una utopía en el sentido peyorativo de la palabra; fue desde el principio una fantasía, una ilusión, porque socialismo es sinónimo de abundancia, de gran desarrollo de la industria y de las fuerzas productivas en general, y la Rusia de entonces, el topos en el que se pretendía construir el socialismo, era un país económica y culturalmente atrasado (por lo menos en comparación con la Europa occidental de la época). Según esto, los bolcheviques soñaban despiertos. Tal fue la respuesta de la mayoría de los teóricos marxistas de la socialdemocracia alemana de entonces.

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Che Guevara: prólogo a «Con su propia cabeza»

por Francisco Fernández Buey//

La gran mayoría de los libros publicados en estos últimos años sobre Ernesto Guevara han puesto el acento en diferentes aspectos de su biografía. Han sacado a la luz algunos de los rasgos del carácter del Che que hasta hace poco eran insuficientemente conocidos o valorados.

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