“Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo sólido se desvanecen en el aire, todo lo sagrado es profanado, y los hombres al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencias y sus relaciones recíprocas” (Karl Marx, Manifiesto Comunista)
Las elecciones del domingo pasado demostraron el hartazgo de la clase obrera y los trabajadores, por el sufrimiento y la degradación del trabajo y de la vida, que los empuja a la pobreza, la desocupación, sumado al flagelo de la pandemia. Las facciones políticas, tanto de un lado como del otro de la llamada grieta, quedaron descolocadas por los resultados. La facción opositora de Juntos por el Cambio, sorprendida, no esperaba una votación como la que se dio el domingo que los colocó -de seguir esta tendencia en noviembre- en la posibilidad de arrebatar al Frente de Todos la posibilidad de dejar de ser el bloque mayoritario en Diputados y perder el quórum en el Senado. La estupefacción ante los resultados por parte de la dirigencia política deja en evidencia la desconexión con el proceso de las masas en las barriadas populares y en las fábricas.
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