por Gustavo Burgos
La designación de Cristián Cuevas como candidato presidencial de la Lista del Pueblo (LDP), culmina el ciclo de adaptación de este referente electoral a la institucionalidad del régimen. La difusión del acta del TRICEL de la LDP ayer en la noche, consignando que por 43 votos y 31 abstenciones resultaba elegido el único candidato Cristián Cuevas, generó incredulidad en un primer momento y luego una andanada de reproches que comenzaban por cuestionar la legitimidad de un acto electoral tan poco representativo, para luego hacer notar que Cuevas lejos de representar al mundo «independiente» es un viejo político, salido del vientre de la burocracia sindical y cuyo promiscuo pasado político lo hace ver como alguien que estuvo en la Concertación como militante PS, en la Nueva Mayoría como PC y lego en el Frente Amplio, como Nueva Democracia y luego como Convergencia. Estos rasgos, todos reales, no son sino síntomas o apariencias de lo verdaderamente sustantivo, que es la política que ha desarrollado la LDP y que en un espacio de tiempo muy acotado ha pasado de encarnar la desmesura rebelde del levantamiento popular de Octubre a ser lo que es hoy, una opaca comparsa de Apruebo Dignidad (FA-PC).