El último combate de un profeta desarmado

por Francisco Fernández Buey

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Las Casas en todo el mundo, la obra de sus últimos años es poco conocida todavía. Y, sin embargo, constituye uno de los capítulos más apasionantes de la historia de la ideas del siglo XVI. Varios factores han contribuido a este desconocimiento. El primero de ellos es, desde luego, el cambio de clima cultural que se produjo en España a partir de 1559, después de la detención del arzobispo Carranza y del regreso de Felipe II a Valladolid. La censura de libros impuesta entonces por Fernando Valdés impidió a Las Casas seguir publicando. De hecho, ninguno de los escritos lascasianos del período 1559-1565 fue conocido en su época, salvo por los destinatarios de los mismos (en el caso de las cartas o memoriales) o por un número muy limitado de amigos y correligionarios. Varios de estos escritos han ido apareciendo, mucho tiempo después, en bibliotecas francesas o alemanas. En general, el desfase entre la magnitud de la obra escrita por Las Casas a lo largo de su vida y el número de lectores que la misma debió de tener en la España de la década de 1550 ya era enorme. La circunstancia en que se publicaron hizo que incluso los Tratados de 1552 se hayan leído entonces mucho más en América (en México, Guatemala, Nicaragua o Perú) que en España. El desfase entre la actividad pública del procurador de los indios entre 1559 y 1565, una actividad que siguió siendo notabilísima, y el pequeñísimo número de lectores que tuvo a partir del momento en que la censura inquisitorial le prohibió publicar, hace de Las Casas un caso bien insólito en los comienzos de la Europa moderna. Y seguramente es por ahí, en este contraste, por donde debe buscarse el origen y persistencia de la “leyenda” que desde el siglo XVII ha ido unida a su nombre.

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