Poema de Juan García Brun: «Mensaje del Oriente»

La familia estaba de pie frente a mi cama, habían llegado mientras dormía y se mantenían ahí, a pesar del hambre. De ropa ligera, peinados a la gomina, me observaban y pulcramente esperaban que me incorporara. El más pequeño —eran dos niños— el de rostro aguileño, me entregó un sobre lacrado. Como te dije yo venía despertando.

El texto contenía unos signos regulares, gruesos e irreconocibles. El primer párrafo terminaba en una cruz colgante. Los siguientes eran rubricados de la misma forma, creciendo esa cruz. Doblé el papel húmedo y miré a la familia atentamente, simulando haber comprendido.

Les di trabajo. Los niños podrían sacar la basura y despejar la zona de los entretechos. Al hombre, un padre blanco de bigotes finísimos, le di una maza, una daga y un cinto y le ordené que hiciera guardia en el muelle. A la mujer la mandé a la cocina. Desde allí me robaba comida y se la daba a sus hijos, cuando los veía desfallecer y yo dormía. Otra mañana, desde China y por el correo oficial, me habían llegado unas  revistas perfumadas de papel de arroz. Durante años interpreté esos mensajes con mi órgano de tubos, esa maquinaria infernal torturando mis articulaciones. Fue mi deseo hacerlos desparecer, con ese mensaje que despeja el cielo cuando escuchan mi voz.

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