por Guillermo Lora (tomado de “La Lección Cubana”, La Paz, Bolivia, 1962)
“Nos piden ideas, una doctrina, pronósticos -me ha dicho el Che Guevara-. Pero se olvidan que somos una revolución de contragolpe”. (“Huracán sobre el azúcar”. Sartre). Esta pretendida definición de la revolución cubana lo único que hace es definir las tremendas limitaciones de los dirigentes del Movimiento 26 de Julio, que el 1o. de enero de 1959 tomó el poder, después de haber avanzado victorioso en los hombros del pueblo cubano, y que es consecuencia obligada de su filiación pequeño burguesa.
De una manera general, la falta de principios y las oscilaciones del gobierno Castro- Guevara no hacen más que confirmar uno de los principios clásicos del marxismo: la pequeña burguesía no tiene capacidad para desarrollar consecuentemente una política independiente de clase y está obligada a seguir a la burguesía o al proletariado, extremos polares de la sociedad contemporánea.
Guevara cuando se refiere a la revolución de contragolpe revela dos cuestiones de cierta importancia:
Primera.- La sorpresa de los dirigentes del Movimiento 26 de Julio ante los resultados y medidas de la revolución, cuyo desarrollo y proyecciones no fueron previstos por ellos en momento alguno. Esta deficiencia teórica y política del movimiento dirigente se la ha querido, más tarde convertir en un principio revolucionario.
Segundo.- Esas palabras testimonian que los políticos que actualmente son dueños del poder ignoran las leyes según las cuales se desarrolla la revolución. Se puede decir que los Castro y Guevara son elementos inconscientes de la historia. Surge inmediatamente la conclusión: la ausencia de una auténtica vanguardia revolucionaria (el stalinismo estuvo imposibilitado de cumplir ese papel porque se ubicó en la trinchera reaccionaria, de una manera cínica, a partir de la década de 1930) de la clase obrera ha conducido a ese lamentable estado de cosas. Se confirma -cierto que de una manera negativa- la tesis de que la crisis de la sociedad en nuestros días se reduce, en último término, a la crisis de la dirección revolucionaria.
Tampoco Castro penetra a la raíz del problema (por esto mismo y para escándalo de sus detractores diremos que no tiene nada de radical) cuando dice que la revolución cubana “es un proceso”. Toda revolución lo es, se trata de su rasgo genérico y no está en discusión. La frase pone de relieve la tremenda sorpresa del caudillo ante el rumbo insospechado que toman las fuerzas desencadenadas en el torbellino revolucionario. ¿Acaso alguien pone en duda que una revolución tiene muchas etapas? Y cada una se entronca en la anterior y supone una nueva. Lo primero que salta a la vista es que la revolución cubana se radicaliza más y más, fenómeno que se produce a partir del primero de enero de 1959. Lo que tiene que dejarse claramente establecido es que esta radicalización se opera de acuerdo a las leyes propias de las revoluciones que tienen lugar en este período de indiscutible desintegración del capitalismo.
En los primeros momentos de la revolución era común la especie de que se trataba de un fenómeno excepcional (como si antes no se hubiesen producido iguales fenómenos en países atrasados y como si no fuesen el signo dominante del nuestro), que desmentía todos los esquemas marxistas.
Este dislate teórico encontró adeptos en las filas del stalinismo. y no es casual, la burocracia del Kremlin ha dado pruebas irrebatibles de su reformismo a ultranza. Suficiente recordar los discursos de Kruschev.
No pocos sostuvieron tercamente que en Cuba había tenido lugar una revolución típicamente campesina y solamente para confirmar este extremo se invocaron algunos rasgos de la transformación social que tiene como teatro la China. Surge la pregunta, ¿una revolución campesina en pleno Siglo XX, cuando el proletariado se ha convertidó en la única clase social esencialmente revolucionaria?
En la época de las revoluciones-burguesas clásicas (en la que no se podía hablar del proletariado como clase diferenciada) -siglos XVII y XVIII- los campesinos ya pusieron de manifiesto, de un modo indiscutible, su incapacidad para asumir la dirección del proceso. de transformación social y menos para desarrollar consecuentemente una, política propia de su clase: Los campesinos llevaron al poder a la burguesía y no lo conquistaron para ellos. Uno de los pilares básicos de la revolución “democrática” radica, precisamente, en la liquidación del latifundio y en la constitución de una amplia capa de pequeños propietarios (productores independientes) en el agro. Es cierto que el desarrollo posterior del capitalismo, dentro de las normas de la libre concurrencia, precipitará también la concentración de la propiedad de la tierra en manos burguesas.
Las revoluciones en la época de desintegración del capitalismo tienen como telón de fondo la rebelión campesina, se trata de un rasgo común de todos los países atrasados (atrasados porque presentan formas económico-sociales precapitalistas). Los explotados del agro sostienen e impulsan, en nuestros días, la actividad del proletariado. La dirección corresponde a esta última clase, que indefectiblemente tiene que resolver el problema de la tierra y que para emanciparse como clase tiene que emancipar a toda la sociedad.
Dadas estas condiciones no puede haber una revolución campesina (dirigida por los campesinos y que entregue el poder a éstos, para que desde el timón del Estado cumplan las tareas burguesas) en el presente período de desarrollo capitalista. Los que hablan de revolución campesina en Cuba no dicen nada acerca de la mecánica de las clases sociales en ese país y se conforman con describirnos características formales del proceso, aunque no lo quieran reconocer esto no pasa de ser un simple esquematismo.
Mariátegui -que justicieramente ostenta el título de introductor del marxismo en Latinoamérica-, en su afán de explicarse el fenómeno revolucionario en países donde el campesinado es la mayoría demográfica y el sector social más explotado, llamó a los siervos de la gleba, a los comunarios y a los productores independientes, proletarios. Se trata, inobjetablemente, de un error, que se basaba en el empeño de justificar la revolución de proyecciones socialistas en los países atrasados, pero está más cerca del proceso revolucionario real que los extremos contenidos en la tesis acerca de la vigencia de la “revolución campesina” en nuestra época.
El continente americano muestra ejemplos que confirman las conclusiones marxistas alrededor del tema. El de mayor relieve, por su magnitud y porque tiene lugar cuando aún no se hizo presente el proletariado como clase en el escenario social y político, es la rebelión indígena acaudillada por el gran Tupac Amaru a fines del siglo XVIII.
El fracaso del descomunal movimiento (cuya falta de perspectivas se descubre al revelar que sus dirigentes propugnaban el retorno al pasado incásico, que había sido definitivamente sepultado por la historia) y que prácticamente estremeció a todo el régimen colonial, debióse a que no encontró la dirección de la clase revolucionaria de la ciudad (cosa que no puede imputarse al caudillo indígena), pues todos los sectores de esta última cooperaron incondicionalmente con la Corona española, es decir, con la potencia opresora.
En Cuba el movimiento revolucionario se irradió desde Sierra Maestra a través de las capas campesinas; las tropas de Castro (nos mueve a risa el que sabios profesores y periodistas, todos ellos en plena edad madura, discutan tan apasionadamente acerca de cuántos guerrilleros actuaban en Sierra Maestra, como si la historia podría ser reducida a la pura aritmética) marcharon del campo a la ciudad, fenómeno que también se produjo durante la tercera revolución china (ejemplos que, sin embargo, no desmienten a la ley de que en nuestra época el campo está subordinado, política y económicamente, a la ciudad) y las guerrillas no tuvieron más remedio que colocar en la punta de sus bayonetas la reforma agraria como bandera de agitación.
En ese momento Castro no tenía la menor idea de dónde podían venir las colosales fuerzas elementales que su actividad contribuía a desencadenar. El movimiento castrista era motorizado por los campesinos, pero es absurdo concluir que solamente por eso la revolución era campesina. Tampoco lo era la reforma agraria o la extracción social de los que rodeaban y cooperaban a los guerrilleros.
No se ha respondido a la cuestión clave: ¿quién dirigía el movimiento y con qué programa? También al castrismo debe aplicarse el apotegma de que el programa define al partido. Se trataba de la movilización campesina, alrededor de un ideario democrático burgués y dirigida por un equipo de la clase media. El Movimiento 26 de Julio, que no deseaba rebasar los límites democráticos, había puesto en pie a las masas.
La declaración de Sierra Maestra (12 de julio de 1957) dice:
“1) Libertad inmediata de todos los prisioneros políticos, tanto civiles como militares.
2) Garantía absoluta de libertad de información, tanto de la prensa como de la radio, y de todos los derechos políticos e individuales del hombre que garantiza la Constitución (se refiere a la Constitución de 1940, que Castro prometió poner en vigencia, G. L.).
3) Nombramiento de alcaldes interinos en todos los municipios, después de consultas con las instituciones cívicas de la localidad.
4) Eliminación del peculado en todas sus manifestaciones y adopción de medidas que tenderán a aumentar la eficiencia de todas las organizaciones del Estado.
5) Creación de una carrera Administrativa.
6) Democratización de la política sindical, celebrando elecciones libres en todos los sindicatos y federaciones industriales.
7) Comienzo ¡nmediato de una campaña intensiva y contra el analfabetismo y de educación cívica, recalcando los deberes y derechos que tienen los ciudadanos tanto en la sociedad como en la patria.
8) Creación de un organismo de reforma agraria para fomentar la distribución de tierras improductivas y para convertir en propietarios a todos los arrendatarios, aparceros y colonos usurpados que ocupan pequeñas parcelas de tierra, ya sean éstas de propiedad pública o privada, con la debida indemnización de sus anteriores propietarios.”
Como se ve, se trata de un programa que puede suscribir cualquier liberal. La reforma agraria en abstracto no dice nada. Lo fundamental es quién y cómo se realiza esta tarea democrática.
Hay una reforma agraria de tipo burgués, que está muy lejos de poder solucionar el problema de la tierra, y una verdadera revolución agraria acaudillada por el proletariado y que se convierte en la premisa de la granja colectiva altamente tecnificada y electrificada. El hecho de que la burguesía sea incapaz de resolver el problema de la tierra -el más profundo entre todos los problemas de los países atrasados- obliga al proletariado a llegar hasta el poder y a tomar en sus manos la solución de las tareas demo-burguesas y transformarlas en socialistas. El Movimiento 26 de Julio proponía una reforma agraria tipo burgués.
Sartre, fuertemente impresionado por los argumentos esgrimidos en favor de la caracterización campesina de la revolución cubana, nos dice que Sierra Maestra no fue el único núcleo rebelde, que estuvo apuntalada por la oposición clandestina de las ciudades, factor menospreciado hasta ahora. No puede concebirse en el presente un sacudimiento en el agro, persistente y de proyecciones, que no tenga resonancia en las ciudades y no genere simpatías.
El movimiento castrista en sus inicios no era pues campesino, sino genuinamente ciudadano y pequeño burgués, así lo denuncian su programa y el origen social de sus cuadros más importantes. Lo que tiene que subrayarse es que en ese entonces los revoltosos barbudos seguían una orientación indiscutiblemente burguesa y democrática.
Castro resumía en la siguiente forma su ideario: “La libertad, con pan sin terror; el capitalismo puede matar al hombre de hambre y el comunismo mata al hambre al arrebatarle su libertad”.
Lo más que se le ocurría era proponer una reforma de la democracia, eliminando sus aspectos negativos y odiosos. Se llamaba demócrata y humanista y repudió expresamente el término comunista. El lector tiene que tener en cuenta que Castro, fiel a su condición de intelectual pequeñoburgués, desconoce la firmeza en materia de principios y que la facilidad con que cambia de opinión es sorprendente.
Los castristas tomaron contacto con el pueblo por necesidad, pero desde el momento en que las guerrillas se fundieron con los campesinos, se abrieron para ellos posibilidades de un desarrollo insospechado.
La movilización masiva decretó por sí misma la caducidad de un ideario burgués y sentó las bases de la futura radicalización. Estas proyecciones no las sospechó ni las deseó Castro. Hemos ya indicado que la tremenda sorpresa ante la magnit99 de los acontecimientos ha sido puesta en circulación bajo el membrete de “revolución de contragolpe”, tópico sobre el que ha teorizado J. P. Sartre y ha creado una buena pieza literaria.
Desgraciadamente no estamos discutiendo de literatura sino de política. Si el asalto del cuartel Moncada (26 de julio de 1953) tuvo todas las características de un putsch, el desembarco de los castristas que venían de México (2 de diciembre de 1956) y la ocupación de Sierra Maestra fueron el comienzo de un profundo sacudimiento social, de una verdadera revolución.
Esta transformación se debió no a tal o cual esquema teórico de los osados luchadores, ni siquiera al valor o a las barbas de los castristas, sino -esto es lo fundamental- a que las condiciones objetivas para la revolución se encontraban maduras.
El stalinismo estuvo del todo despistado y su actitud fue la misma que la del Partido Auténtico (hasta ese entonces el partido de Castro). Se limitó a calificar de aventurerismo las acciones de los castristas y no pudo comprender que se modificaban al entroncarse con el pueblo y las masas campesinas y que el Movimiento 26 de Julio estaba canalizando todo el descontento contra Batista, realidad que flotaba en el ambiente.
El castrismo abandonó los métodos putschistas, principalmente la sorpresa y los movimientos sigilosos y proclamó abiertamente su desafío al régimen y desplegó su estandarte en Sierra Maestra, con la intención de aglutinar a todo el descontento popular, acto que debía obligar a los pequeños burgueses a satisfacerlo.
¿A dónde iba el Movimiento 26 de Julio? No ciertamente a cumplir ajustadamente la declaración más arriba transcrita, sino a enfrentarse con las fuerzas sociales básicas de la revolución, el proletariado y los campesinos, que no podían menos que imprimirle un carácter agrario y antiimperialista a su lucha. Es este hecho el que ha sorprendido y desorientado a los Castro y Guevara y que les ha obligado a radicalizarse más y más.
la conducta observada en el asalto a Moncada palidecía ante los nuevos métodos de movilización del castrismo y que no han podido explicarse adecuadamente los que hasta ahora han comentado los acontecimientos de Caribe.
El mismo fenómeno que se produjo en el agro se repitió en las ciudades: la revolución movilizó y aglutinó el descontento de la población contra los excesos de la dictadura y el malestar económico, que se agudizaba a diario. Los proletarios y las capas mayoritarias de la clase media se incorporaron al torbellino y los primeros comenzaron a imprimirle su propia huella. Con todo, la revolución venía a la ciudad desde el campo y su dirección era, en cierta medida, extraña a los trabajadores. La confianza de las masas no se gana con la simple enunciación de un programa o con las promesas que pueden hacerse, es preciso que antes la dirección demuestre en los hechos su adhesión militante a las aspiraciones populares.
El proletariado mostró frente al castrismo una acentuada desconfianza, que después de la toma de¡ poder se vio acentuada por el hecho de que fue preciso disminuir las remuneraciones en ciertas ramas de la industria e inclusive disminuir las prestaciones sociales.
Los enemigos de la revolución cubana se han solazado describiendo la resistencia opuesta al nuevo régimen por ciertas capas obreras, principalmente por las privilegiadas. Como medida previa a las jornadas del 1o. de enero de 1959, Castro decretó la huelga general, medida que fue resistida y saboteada por el Partido Socialista Popular (los stalinista de Blas Roca), de manera abierta y pública.
Cualquiera que haya sido la reacción primera del proletariado hacia el Movimiento 26 de Julio, lo cierto -como demostraron los acontecimientos posteriores- es que su incorporación al proceso revolucionario le permitió imprimirle un carácter marcadamente antiimperialista (anti-yanqui, si se quiere hablar gráficamente) y abrirle nuevas e imprevistas perspectivas: la posibilidad de transformarse en socialista, teniendo como base el total y pleno cumplimiento de las tareas demoburguesas.
Los testaferros del Departamento de Estado, que desde el primer momento husmearon el peligro que significaba el proletariado agazapado detrás de¡ castrismo, se apresuraron en calificar de “comunista” a la revolución cubana, a pesar de los categóricos desmentidos de los líderes. Esta reacción se explica si se tiene en cuenta que la revolución obedeciendo a su autodinámica, comenzaba a dar zarpazos a los intereses imperialistas en la isla y se convertía en un peligro para su política internacional.
Los observadores superficiales no se cansan de expresar-sú extrañeza por el hecho de qua los yanquis se hubiesen transformado de amigos fieles de¡ temerario Fidel en enemigos jurados del castrismo. Lo evidente es que el Departamento de Estado Norteamericano veía que la dirección de la revolución cubana se transformaba inevitablemente entre sus mismas manos.
De esta manera pasó la oscilación clasista momentánea de la revolución y ésta volvió a encontrar su eje natural, la clase revolucionaria de la ciudad. Desde este momento todo el proceso y el castrismo cobró nuevas definiciones con relación al proletariado, esta es la clase social que cuenta fundamentalmente.
Un proceso revolucionario en el que está presente el proletariado como clase, social y políticamente diferenciada, lleva en sus entrañas la posibilidad de convertirse en socialista, de marchar hasta liquidar la gran propiedad privada de los medios de producción y toda forma de opresión clasista. Poco importa que el movimiento hubiese comenzado siendo acaudillado por grupos políticos burgueses o de cualquier otra clase social, la clase revolucionaria de la ciudad se orientará a tomar la dirección y a remodelar todo el proceso. Esto supone que el proletariado se convierte en caudillo nacional y en calidad de tal tome el poder.
El que una revolución tenga la posibilidad de transformarse en socialista, por muy importante que sea, no es más que una posibilidad, y no todavía el socialismo en sí. Se trata de la ley fundamental de las revoluciones de nuestra época y que los acontecimientos de Cuba lo confirman plenamente. Esta ley en la terminología marxista se llama ley de la revolución permanente y se presenta con contornos tan importantes que hasta los mismos stalinistas agachan la cabeza ante ella.
La coyuntura internacional, caracterizada por la guerra fría entre los bloques imperialista y soviético (que en el fondo no es más que la preparación y toma de posesiones con miras a la tercera guerra mundial), no hace más que apresurar el afloramiento de las tendencias socialistas que lleva en su seno la revolución cubana, pero no las crea, como irresponsablemente sostienen algunos.
De esta manera pasó la oscilación clasista momentánea de la La isla del Caribe se ha convertido en un factor importante dentro del choque básico que se produce en el plano internacional, entre el imperialismo que pugna por sobrevivir y resolver sus tremendas contradicciones y el socialismo que dificultosamente, y a través de descomunales contradicciones, se está estructurando.
Los Estados Unidos de Norte América, atemorizados por las proyecciones de la revolución, decidieron aplastar a Cuba, por considerar que solamente así podían defender sus intereses que sufrían un serio ataque de las masas insurrectas. El imperialismo, para materializar su objetivo, utiliza desde el boycot económico hasta la invasión armada, pasando por la conspiración y el sabotaje de elementos reaccionarios. Si se trata de defender las ganancias de los trusts, el Departamento de Estado no podía seguir ningún otro camino. Lo único que puede estar en tela de discusión es la oportunidad de esas medidas.
Los ataques norteamericanos han obligado al gobierno Castro-Guevara a inclinarse hacia el bloque soviético, fenómeno que se fue definiendo gradual y progresivamente. La URSS, de un modo particular, sintió alborozo ante la posibilidad de minar las posiciones del imperialismo en la zona estratégica del Caribe. Se le presentaba la oportunidad de utilizar a Cuba como cabeza de puente casi en las costas de su mayor enemigo.
Sin embargo, no son estos vaivenes de la política internacional los que han generado el carácter antiimperialista de la revolución cubana y se trata de un fenómeno inseparable de la participación de¡ proletariado en el proceso. Cuando la clase obrera está presente físicamente, la revolución es antiimperialista aunque la “coexistencia pacífica” se transformase de prejuicio propio de pequeñoburgueses timoratos en realidad. No solamente la lucha obrera por sus propios intereses, sino las mismas necesidades de desarrollo y de progreso de¡ país todo, son las que definen el carácter antiimperialista de la revolución. La coyuntura internacional lo que hace es imprimir determinadas modalidades a esta lucha. En resumen: la revolución cubana es agraria y antiimperialista por su propia naturaleza. Esta característica no ha sido impuesta por el castrismo a los acontecimientos. Lo que ha ocurrido ha sido todo lo contrario. La impetuosidad del proceso revolucionario ha transformado a los Castro y Guevara en antiimperialistas y en reformadores agrarios y hasta en “bolcheviques leninistas”. Observadas así las cosas, todos los aparentes contrasentidos de la revolución y de sus líderes encuentran su justificación.
Los amigos “izquierdistas” de la revolución cubana (cuyas palabras y cuyos actos son dudosos porque están inspirados en el salario que reciben) se enfurecen cuando se les recuerda que el castrismo es un equipo político pequeño- burgués.
Para ellos en Cuba hay un gobierno de obreros y campesinos. No se toman la molestia de ilustrarnos acerca de cómo se produjo este milagro (suponemos que nadie olvidará fácilmente el contenido burgués de la declaración de Sierra Maestra) y por qué canales el proletariado y los campesinos llegaron al poder. Todo hace suponer que de un modo insensible el gobierno pequeñoburgués se transformó en obrero-campesino, en socialista. Por muy novedosa que sea esta teoría -y contraria a la teoría y a la historia- merece ser explicada por sus autores.
En Bolivia también hay adeptos de este dislate, pero no los tomamos en cuenta dada su ninguna seriedad política. Son los mismos que tan irresponsablemente sostuvieron que el gobierno del MNR era obrero-campesino, antiimperialista y socialista.
Dos formas puede asumir el gobierno obrero-campesino:
1) Ser el equivalente de la propia dictadura del proletariado.
2) Tratarse de una forma intermedia y previa a esa dictadura, tipificada porque supone la colaboración momentánea del partido de la clase obrera con los de otras clases (se pueden citar como ejemplos la China y el período de cooperación gubernamental de los bolcheviques con los social revolucionarios de izquierda). Nuestros “teóricos” se cuidan mucho de decirnos cuál de estas dos formas se da en Cuba. ¿Acaso abrigan la suposición de que se trata de una tercera y nueva forma? Nos atrevemos a creer que nadie sostiene que se trata de un cogobierno entre proletariado y campesinos.
Uno de los primeros rudimentos del marxismo enseña que las clases sociales llegan al poder por medio de sus partidos políticos. El partido es el único instrumento con que cuenta el proletariado para una adecuada actividad política. Los sindicatos y otras organizaciones pueden cumplir limitada y defectuosamente, ciertas tareas políticas.
¿Dónde están en Cuba los partidos campesino y obrero? Considerar al castrismo como vanguardia proletaria constituye una falsificación de la realidad, como veremos más adelante. ¿Están los campesinos en el poder? ¿Cuál es su partido? Sobre estos problemas no encontramos respuesta en nuestros teóricos.
El gobierno cubano sigue siendo pequeñoburgués, cierto que no es el mismo que el de 1959. En el presente el equipo pequeñoburgués se ha radicalizado y es sensible a las presiones del proletariado.
Como se ve, el castrismo se ha desplazado desde una posición proimperialista hasta el polo socialista. La única garantía de que ésta sea la última oscilación de Castro-Guevara radica en que podía ser sustituida por el partido político del proletariado;- nos resistimos a creer que el stalinismo cubano, uno de los más prostituidos del continente, sea ese partido. Una serie de factores han obligado a Castro a declararse socialista y no habría por qué extrañarse que otras poderosas influencias le obliguen en el futuro a adoptar posiciones que sean la negación misma del socialismo. Nadie se alarme por lo que decimos: la versatilidad forma parte de la entraña misma de los, intelectuales pequeñoburgueses.
La naturaleza de clase del gobierno cubano, además de otros rasgos secundarios, constituye el lado más débil de la revolución cubana. La virtual ausencia de la vanguardia proletaria del escenario político puede precipitar la pérdida de todo el movimiento, lo que seria, no lo desconocemos, un serio revés al movimiento revolucionario y antiimperialista mundial. La clave de la revolución cubana radica en el problema del partido.
No estamos insinuando que el gobierno Castro-Guevara sea impopular o cosa parecida. Al contrario, reconocemos que goza de la confianza de la mayoría aplastante del país, que todavía está viviendo las últimas horas de la euforia revolucionaria. Sin embargo, no es el apoyo popular el que justifica un régimen, desde el momento que las masas están obligadas a experimentar en carne propia los verdaderos alcances revolucionarios de otras clases sociales antes de encontrar a su propio partido.
El 13 de octubre de 1960 fueron nacionalizadas 382 empresas, una gran parte de ellas controladas hasta esa fecha por el capital financiero. En diciembre de 1962 la nacionalización cayó sobre el comercio interno. Las primeras medidas de estatización tuvieron el carácter obligado de medidas defensivas frente a las arremetidas del imperialismo.
La nacionalización del comercio interno fue el resultado de la búsqueda desesperada por racionalizar la distribución de artículos indispensables para la vida diaria, es decir, de racionalizar la miseria. Empleamos este último término no en una actitud de reproche, porque comprendemos que un proceso de profunda transformación no puede menos que estar acompañada de serias dificultades económicas. Pero, ¿acaso esto no es todavía el socialismo? Apresurémonos a responder que las nacionalidades por sí solas no son el socialismo.
Engels pensaba que podía darse el caso del capitalismo colectivo, a través de la nacionalización de los medios de producción por el Estado burgués. El carácter y proyección de las nacionalizaciones depende de la clase social que las realiza. Ni que decir que la estatización de los medios de producción constituye uno de los cimientos de la futura sociedad. Por esto que nos parecen progresistas las nacionalizaciones inclusive cuando las lleva a cabo la burguesía.
Concretándonos al caso de Cuba, será el proletariado desde el poder y partiendo de la estatización de los medios de producción, la clase que materialice el socialismo, es decir, que impulse el proceso revolucionario hasta sus últimas consecuencias.
Todo permite presumir que en los primeros momentos Castro y sus amigos pensaban que la revolución nacional debía limitarse a comenzar, y, acabar como un sacudimiento limitadamente nacional. Esta conclusión corresponde a los objetivos democráticos que fueron propalados desde Sierra Maestra. La profunda movilización de las masas y la presencia física del proletariado en ella desvanecieron estas ilusiones. La revolución en la medida en que se transformaba en social, en agraria y antiimperialista se fusionaba con el movimiento revolucionario mundial y latinoamericano.
Desde este momento presenta objetivos y rasgos comunes con las revoluciones que tienen lugar en otros países atrasados. Esta es la base que permite la aparición de identidad de intereses entre los pueblos de Cuba y los del bloque soviético.
Hemos ya indicado que el stalinismo ha concluido aislando a la revolución cubana del movimiento de liberación nacional que se desarrolla a lo largo del mundo. Sólo queda por señalar que este aislamiento constituye uno de los aspectos negativos de la Cuba de hoy. El proletariado en el poder tendría que modificar radicalmente este estado de cosas.