por Julio Cortés Morales
Coincido con E. Gentile en que sólo identificando seriamente al “fascismo histórico” sería posible entender en qué medida estamos hoy en día ante el riesgo de aparición de expresiones equivalentes en nuestro tiempo, y bajo qué nuevas formas. En “¿Patria o Caos?” diferencié entre el “fascismo histórico” o tradicional (teniendo en cuenta que durante el siglo XX tuvo varias expresiones y no un solo modelo) y los fascismos del siglo XXI, dentro de los que distinguía entre formas sucesivas de “neofascismo” suscitado por imitación o sintonía con el fascismo histórico, y las expresiones sociales, políticas y culturales actuales que, siendo propias de una época “posmoderna”, aparecen en parte inspiradas por el fascismo más “retro”, y a la vez constituyen formas actuales bastante únicas (e híbridas) de “post-fascismo”[1].
Proponiendo un “mapa histórico” del fascismo, Emilio Gentile identifica entre[2]:
a) una dimensión organizativa: un movimiento de masas interclasista con presencia principal de jóvenes de clase media, que se constituyen bajo la forma inédita del “partido-milicia”, que reemplaza la identidad de clase por la “camaradería”, asume una “misión de regeneración nacional”, declara la guerra contra los enemigos políticos e intenta conquistar el monopolio del poder “usando el terror, la táctica parlamentaria y el compromiso con las clases dirigentes” para crear un nuevo régimen que destruye la democracia parlamentaria;
b) una dimensión cultural: con base en el pensamiento mítico y un sentimiento trágico y activista de la vida “como manifestación de la voluntad de poder”, además del “mito de la juventud como artífice de la historia” y la militarización de la política como modelo de la organización colectiva. La ideología es “anti-ideológica”, pragmática, y se declara antimaterialista, antiindividualista, antiliberal, antidemocrática, antimarxista, “tendencialmente populista y anticapitalista”. Se expresa “estéticamente, más que teóricamente”. En esta concepción el “Estado totalitario” fusiona al individuo con las masas, “en una unidad orgánica y mística de la nación como comunidad étnica y moral, discriminando y persiguiendo a los que están fuera de la misma;
c) una dimensión institucional: “un aparato policial, que previene, control y reprime -incluso recurriendo al terror organizado- la disensión y la oposición”. Partido único, con milicia propia, para la defensa armada del nuevo régimen que instala. Simbiosis entre régimen político y Estado, ordenado en una jerarquía que “culmina en la figura del ‘jefe’, investido de sacralidad carismática”. Organización corporativa de la economía, que suprime la libertad sindical, amplia la intervención estatal, y “trata de llevar a cabo, según principios tecnocráticos y solidaristas, la colaboración de las clases productivas bajo el control del régimen (…) pero preservando la propiedad privada y la división de clases”. En el plano de la política exterior, la búsqueda de grandeza nacional inspira una expansión imperialista con vista a “la creación de una nueva civilización”.
El problema, tal como ha hecho ver Umberto Eco, es que a diferencia de lo que ocurre con el concepto “nazismo”, que es bastante más acotado, el de “fascismo” se adapta a todo, pues podemos suprimir o agregar elementos para caracterizar a un régimen político, y de todas formas nos seguirá pareciendo fascista:
“Quítenle al fascismo el imperialismo y obtendrán a Franco o Salazar; quítenle el colonialismo y obtendrán el fascismo balcánico. Añádanle al fascismo italiano un anti-capitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y obtendrán a Ezra Pound. Añádanle el culto de la mitología celta y el misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y obtendrán uno de los gurús fascistas más respetados: Julius Evola”[3].
Estas diferencias se ligan a la discusión sobre si el nazismo es una especie del fascismo genérico, o si se trata de un fenómeno distinto. Mientras el nazismo es por definición racista, no necesariamente lo fueron otras variedades o formas de fascismo, e incluso han existido movimientos e ideólogos fascistas que se han opuesto al racismo y/o el nazismo.
Una definición bastante conocida, sintética y a la vez amplia, es la de Roger Griffin, para quien el fascismo es un “ultranacionalismo populista palingenésico”.
Como explica Castillo, sería un ultranacionalismo porque “el fascismo no defiende la nación sin más, sino la ultra-nación: una idea de nación basada en algún rasgo racial o étnico ancestral, convertida en ente místico en que los individuos se disuelven y subliman”, mientras con palingenésico se designa “la voluntad utópica y revolucionaria de renacimiento colectivo, de arrasar el presente para fundar un orden y un ser humano nuevos, que expresen de forma directa y pura el carácter de esa ultra-nación”.
Esto es clave pues para Griffin “el fascismo no es una ideología conservadora en el sentido de querer volver a un pasado perdido, sino que es revolucionaria, sus energías y deseos están orientados hacia el futuro”[4], lo cual nos vuelve a recordar la pertinencia de la clásica y ya casi olvidada distinción local entre momios y fachos.
Griffin ha explicado que, tras décadas de confusión, en la década de los noventa del siglo pasado surgió un cierto consenso mínimo sobre las características definitorias del fascismo, entre expertos como él mismo y otros entre los que destaca a Eugen Weber, George Mosse, Stanley Payne, Zeev Sternhell y Emilio Gentile. De ese modo, entendieron que “la mejor manera de abordar el fascismo era entenderlo como una variante revolucionaria de nacionalismo antiliberal y antimarxista extremo (ultranacionalismo) que incorporaba diversos grados de racismo cultural, histórico o biológico, un nacionalismo antiliberal cuya misión principal era superar lo que se entendía como la ‘decadencia’ del presente por medio del establecimiento de un nuevo orden asentado en un tipo de sistema sociopolítico y cultural-antropológico moderno pero con base histórica, una forma política de ‘modernismo enraizado’”[5].
El “mito palingenésico” es fundamental en el fenómeno fascista pues es lo que lo hace “capaz de movilizar a las masas para crear una ‘tercera vía’ superadora de liberalismo y socialismo”[6].
Los autores de “Patriotas indignados” proponen el 2019 una caracterización del fascismo en que destacan tres elementos: el nacionalismo exaltado, agregando que se trataría de un nacionalismo restrictivo, pues excluye a las otras formaciones políticas nacionalistas y al resto de sectores de la población, y en que existe un componente combativo “con gran incidencia en los símbolos y rituales, que juegan un importante papel en la autoafirmación el grupo”; la tendencia al militarismo, que yendo más allá de la forma ya señalada de partido-milicia (militarismo organizativo) incluye un militarismo táctico, que busca soluciones militares para problemas políticos civiles; la necesidad siempre presente en el discurso fascista de “destruir a un hipotético enemigo interior como amenaza para la supervivencia nacional o del grupo”, la cual “puede venir acompañada de propuestas de expansión exterior”[7].
Una década antes, el español Joan Antón Mellón prouso una síntesis complementaria entre las tres definiciones que estimaba más completas: las de Roger Griffin, Robert O. Paxton y Norberto Bobbio.
El resultado es la definición más compleja e integradora que haya visto hasta ahora, pero acotada a lo que él llama “fascismo clásico” (1919-1945):
““En síntesis el diagnóstico es el de la existencia de una crisis (Bobbio) (de enormes proporciones) que ha conducido a la nación/comunidad a la decadencia (Paxton/Griffin), de ahí que el objetivo general sea la palingenesis o renacimiento (Griffin). La idea-fuerza de cómo lograr ese objetivo (sagrado) es el encuadramiento unitario (y total) de la sociedad (Bobbio). Los medios estratégicos consisten en adoptar una forma revolucionaria (y ecléctica) de nacionalismo (Griffin) por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales (Bobbio) (que culminarían en un imperio) y plantear una alternativa (ideológica/política/cultural) a las libertades democráticas (Paxton). Mientras que los factores tácticos específicos serían la alianza con elites tradicionales, el uso (sistemático y racionalizado) de la violencia de forma amoral y paralegal; una movilización de las masas (Bobbio) (según una concepción de la política integralista y sacralizada) y el establecer objetivos de limpieza interna y expansión externa (Paxton)”[8].
A diferencia del fascismo, la “derecha radical” -según Griffin- sería “un segmento sistémico, no extremista y no revolucionario del amplio espectro de fuerzas políticas de derecha que se oponen a la política liberal dominante y son hostiles a los ideales internacionalistas de justicia social global, igualdad de derechos humanos, democracia social y comunismo revolucionario”[9]. Esta derecha respetaría las reglas de la democracia, por lo general no se percibe a sí misma como fascista, e incluso se suma con facilidad al popular deporte de proclamarse incluso como “antifascista”[10].
Hay quienes han criticado esta diferenciación, y la confusión de estos fenómenos con el populismo. Así, el húngaro Tamas Dezso Zegler señala que en estos casos no se trata de populismo sino de pura demagogia, y que “cuando los partidos políticos son chovinistas, racistas, paranoicos, antielitistas, machistas, utilizan las emociones para atacar a las minorías, crear chivos expiatorios, no se puede decir que se trata del curso normal de la democracia”, agregando que en su país de origen “este tipo de partidos destruyeron la democracia, crearon una autocracia electoral, una semidictadura en la que eliminaron el control y el equilibrio y las elecciones imparciales”[11].
Asumiendo que la confusión es bastante grande pues se trata de fenómenos actuales muy dinámicos, heterogéneos, y que en gran medida buscan crear esa confusión, es bueno tener en cuenta que la ideología fascista es extremadamente flexible, y que como destacan los autores de “Patriotas indignados”, no necesariamente una formación política es fascista durante toda su existencia, sino que existen varios casos de “partidos fascistas transitorios”, es decir, partidos de la derecha tradicional liberal/conservadora que “´pueden adoptar temporalmente actitudes o discursos de corte fascista”, lo cual podría incluso ocurrir con partidos de centro o de izquierda[12].
Por esto es que, asumiendo que sigue siendo válida la distinción gruesa entre fascismo histórico, neofascismos y posfascismo, cabe agregar ahora que en nuestro tiempo y tal como está quedando claro con poderosas formaciones como el Pravy Sektor, Svoboda y el movimiento Azov en Ucrania[13], existe un neofascismo declarado que va mucho más lejos que las anteriores minúsculas subculturas de skinheads neonazis y fascistas esotéricos, habiendo logrado crear verdaderos partidos-milicia que han sacado al fascismo del closet, primero en Europa oriental y central[14], lo que ha sido un potente estímulo para la abierta fascistización de otros partidos y movimientos en el resto del mundo.
Muchos de esos grupos acuden a una mezcla de fascismo tradicional del siglo XX con las aportaciones que la Nueva Derecha posfascista ha ido elaborando pacientemente desde 1968 y se ha profundizado la tendencia a parasitar y amalgamar aportes provenientes de la extrema izquierda, presentándose así con una retórica “antisistema”.
Además, en el difuso ámbito del posfascismo (concepto popularizado por Traverso pero que primero fue usado por el húngaro Gáspár Miklós Tamás[15]) se producen interacciones entre formas más o menos tradicionales de derecha conservadora/liberal con expresiones abiertamente neofascistas y con al apoliticismo de ciertos grupos que sin tener mayor consistencia ideológica entran a la deriva en estas peligrosas aguas.
[1] Julio Cortés, ¿Patria o Caos? El archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile. Santiago, Tempestades, 2021, pág. 36-37.
[2] Emilio Gentile. Quién es fascista. Madrid, Alianza, 2019, pág. 206 y ss.
[3] Umberto Eco. Ur-fascismo (o fascismo eterno) (1995). En: https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/ur-fascismo-o-fascismo-eterno.pdf
[4] Juan Castillo Rojas-Marcos, “Los contornos de la bestia. Estado actual de los debates en torno a la caracterización del fascismo”, pág. 5. En: Encrucijadas. Revista crítica de ciencias sociales. Vol. 21 Núm. 2 (2021). Coordinado por Antonio Álvarez-Benavides y Emanuele Toscano. En: En: https://recyt.fecyt.es/index.php/encrucijadas/issue/view/4213
[5] Roger Griffin, Roger.”Vox qualis populi? La ubicacion de la derecha radical populista dentro de la ultraderecha”. Encrucijadas. Revista crítica de ciencias sociales. Vol. 21 Núm. 2 (2021). Coordinado por Antonio Álvarez-Benavides y Emanuele Toscano.
[6] Griffin (The nature of fascim, 1993), citado por Julián Sans Hoya, “Falangismo y dictadura. Una revisión de la historiografía sobre el fascismo español” (2013), pág. 8.
[7] Varios Autores. Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols.Madrid, Alianza, 2019, pág. 465.
[8] Joan Antón Mellón. “Las concepciones nucleares, axiomas e ideas-fuerza del Fascismo Clásico (1919-1945)”, Revista de Estudios Políticos (nueva época), 146 (2009), pp. 52-53. Los destacados son míos.
[9] Ibid.
[10] Como un video clip que circulaba durante la campaña electoral del 2021 con una canción hip hop titulada como “antifas por Kast”.
[11] Referido en Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols. Madrid, Alianza, 2019, pág. 457.
[12] Ibid., pág. 461.
[13] El “Sector Derecho” se creó en 2013, agrupando a diversos grupos ultranacionalistas y a ex partisanos que habían luchado por el Eje contra la URSS. Está organizado en un sector político y otro militar, con fuerte presencia armada en las calles desde la revuelta del Euromaidán en el 2014. La Unión pan ucraniana “Svoboda” (Libertad), una de las cinco principales fuerzas electorales, se formó el 2004 sobre la base del Partido Social-Nacional y se consideran sucesores de la Unión de Nacionalistas Ucranianos de Stepan Bandera. Forman parte de la Alianza Europea de Movimientos Nacionales (que incluye al Jobbik de Hungría y al Partido Nacional Británico).
[14] Lo cual me ha hecho recordar que a mediados de los noventa un chileno que conocí en Gotemburgo (Suecia) y que había vivido desde la infancia a la adolescencia en la RDA (Alemania oriental) me contó que, tras una visita a su antiguo pueblo, se dio cuenta de que todos sus viejos amigos que habían sido comunistas se habían transformado abiertamente en neonazis.
[15] Quien ya en 2001 usaba el término para referirse a nuevas tendencias que se apreciaban en las sociedades capitalistas neoliberales, y que conectaban con lo que define como la característica principal del fascismo del siglo XX: la ruptura de la tradición iluminista que vinculaba la ciudadanía con la condición humana (G.M. Tamás, What is Post-fascism?, Open Democracy, 13 de septiembre de 2001).