por Rolando Astarita
Este texto es una respuesta al profesor Rallo acerca de Wieser y la imputación. En junio de 2018, y en el marco de una serie de entradas dedicadas a la teoría económica de los “austriacos” (Menger, Böhn Bawerk, Wieser, Mises, Hayek), sostuve que es imposible resolver la determinación de los precios de los “elementos de la producción” por “imputación” (aquí). Dije que la solución de Wieser – aceptada hoy por los austriacos – no es general, y que el propio Wieser tuvo que admitirlo.
Hace unos días, por gentileza de un lector del blog, tuve conocimiento de tweets del economista y profesor español Juan Ramón Rallo, partidario de la escuela austriaca, en los que me critica. Según Rallo, he afirmado que “supuestamente [Wieser] habría reconocido que su solución no es aplicable a una economía con muchos factores productivos. Toda la restante crítica de Astarita se basa en que Wieser reconoce no poder resolver el problema en una economía grande. Sucede que Wieser jamás reconoció eso. Astarita traduce y cita mal a Wieser…”. El pasaje que yo habría traducido mal (aunque en realidad no escribí la cita textual) se encuentra en la página 93 de Natural value, y dice: “When too large a number of production goods are grouped together as one unit—as when theorists talk of all kinds of labour as “labour,” all kinds of capital as “capital,” and all varieties of ground as “land”—there is no longer the number of equations necessary for any solution”.
Es claro que aquí Wieser está diciendo que si el número de ecuaciones no coincide con el número de incógnitas, no hay forma de imputar valores a los “elementos de producción”.
Wieser pretende, por supuesto, que siempre es posible construir el sistema en que coincidan incógnitas (valores de los “elementos de producción”) y ecuaciones (procesos productivos). Pero no da ninguna prueba de que en una economía real – que es “grande”, esto es, con millones de bienes de consumo y millones de insumos- haya alguna razón para que ambos números coincidan. Y Wieser es consciente de la complejidad de las economías capitalistas modernas (véase libro 3, cap. 2 de NV). Por lo cual se plantea el problema de cómo se pasa de un sistema simple, imaginado por el economista, del tipo 2 × 2 o 3 × 3 (incógnitas y ecuaciones), a un sistema de, por caso, 1.433.560 × 1.433.560 incógnitas y ecuaciones. La realidad es que Wieser no presenta prueba alguna de que esta igualdad exista. Tampoco lo hacen sus partidarios (por caso, Rothbard, como he citado en la nota anterior). Y si no coinciden, no hay solución al problema de la imputación, como reconoce Wieser en el pasaje citado (y en otro anterior, que presentaré luego).
Podría dejar el tema aquí. Sin embargo, y dado su rol en el edificio teórico de los economistas austriacos, aprovecho esta respuesta al profesor Rallo para repasar el argumento de Wieser sobre la imputación, y presentar una serie de problemas, irresolubles, que se derivan de la teoría de la imputación.
Wieser, la imputación y una teoría de la distribución
Como explicamos en 2018, la teoría de la imputación intenta determinar el valor de los bienes y servicios utilizados en la producción a partir del valor (utilidad marginal) de los bienes de consumo que son producidos. Wieser sostiene que el valor es determinado por el deseo, o el sentimiento de necesidad, de la última unidad de un bien económico, y la necesidad que permanece sin satisfacer. A partir de aquí, formula la ley general: “el valor del producto [de consumo] determina el valor del bien de producción” (p. 122; todas las citas de Wieser corresponden a NV).
Presenta entonces “el problema de la imputación”. ¿Por qué problema? Pues porque ningún instrumento productivo tiene un rendimiento sin la ayuda de algún otro elemento. Además, cuanto más se desarrolla la producción, más numerosos son los instrumentos productivos que cooperan, y más complicados los métodos de producción. Lo cual plantea la cuestión de cómo se llega a la valuación individual de los elementos productivos. “Para obtener esto, necesitamos… una regla que haga posible dividir todo el rendimiento en partes singulares” (p. 77). Cuando la tierra, el capital y el trabajo operan de conjunto, hay que ser capaz de separar la cuota que corresponde a la tierra, al capital y al trabajo. Más aún, es necesario poder medir los servicios de cada pieza separada de la tierra, de cada medio de producción, de cada trabajador. Para que se tome conciencia de la tarea a resolver: hay que distinguir cuánto ha contribuido la pieza X, o la máquina que produjo la pieza X, al resultado final, el producto de consumo Y, en el que X puede haber entrado como insumo junto a cientos de otros insumos; y en combinación con decenas de trabajos de diferentes calificaciones y habilidades.
Wieser afirma pues que esa división se realiza en la práctica. Por ejemplo, un empresario conoce cuánto le rinde un día de trabajo de un obrero sin calificación, cuánto un obrero con calificación, cuánto la máquina, etcétera, y en base a eso toma decisiones. Por lo tanto, hay que brindar una “explicación puramente teórica y científica” de lo que los empresarios, o la gente, hacen en las transacciones (p. 78).
Sostiene luego que muchos economistas no plantearon el problema correctamente. Es que intentaron descubrir qué porción del producto conjunto, considerado físicamente, produjo cada factor, o de qué parte del resultado cada factor es la causa física. Pero esto no se puede descubrir (p. 78). No hay manera, para la inmensa mayoría de los productos, de asignar estas porciones. Pero sí es posible, dice Wieser, determinar su contribución al resultado productivo. O imputarles su rendimiento. Wieser toma el término de la Justicia. Explica que, por ejemplo, cuando se investiga un crimen se busca hacia atrás para “imputar” a tal o cual sospechoso, etcétera. Por eso la investigación no aborda todos los enfoques que puedan hacerse del caso (como haría un sociólogo, un psicólogo, etc.). En la división del rendimiento proveniente de la producción, sigue Wieser, hay que operar de manera similar. No es necesaria una explicación causal completa, sino una imputación adecuadamente limitada; realizada desde el punto de vista económico, no judicial. Por lo tanto, en la investigación económica, hay que rastrear, a partir del producto, hacia atrás, hacia los instrumentos individuales de producción, para determinar cuánto han contribuido cada uno al valor final (p. 80).
Afirma que es crucial encontrar esa regla científica que permita imputar el rendimiento a cada elemento singular que intervino, directa o indirectamente, en el resultado final. Lo que a su vez, implicaría la posibilidad de presentar una teoría de la distribución que justifique el orden existente en materia de distribución del ingreso: “Si no tenemos éxito en hacerlo [formular teóricamente las reglas de imputación del rendimiento productivo], la valuación de los bienes de producción permanecerá como un enigma; y el orden existente de cosas, bajo las cuales la imputación real de los rendimientos forma la base de la distribución del ingreso nacional entre los ciudadanos, yacerá bajo la acusación de arbitrariedad, o peor aún, la peor acusación de fuerza y justicia” (pp. 80-1). O sea, no se podría justificar las diferencias de paga entre un trabajo y otro. Ni las diferencias de ingresos entre los trabajadores y los propietarios. La regla, científicamente determinada, ordenaría las cosas.
Corrección a Menger y la solución de Wieser
En el cap. 4, del libro 3, de NV, Wieser sostiene que Menger realizó el intento más importante y serio. Para determinar la contribución de un elemento singular de producción, Menger supone que ese elemento está ausente. Por ejemplo, si al granjero le falta el caballo de tiro, habría una pérdida en el rendimiento total. Esa pérdida da así la cantidad de rendimiento que el granjero siente que depende de la posesión del caballo de tiro, y al mismo tiempo le da el fundamento de su valor (p. 84). En síntesis, mide la participación atribuible a cualquier factor productivo por el efecto en el producto total de la retirada de una unidad de ese agente. Es el principio de pérdida.
Sostiene que esa solución de Menger no es adecuada. Es que cuando elementos de producción heterogéneos, cooperan, el daño por la pérdida es mayor que la ganancia por la cooperación. El caballo vivo agrega menos que lo que resta el caballo muerto. Por lo tanto, si se aplica el principio de pérdida de Menger dará como resultado la distribución de una suma mayor que el total del producto. Para mostrarlo, presenta el siguiente ejemplo: tres agentes productivos, X, Y y Z, generan, con su combinación más eficiente, un producto de 10 unidades de valor. Cada uno rendiría un producto de 3 unidades de valor si se emplea en algún otro uso. Wieser dice que los valores de todos los factores complementarios de producción son iguales a la mejor combinación menos el producto de los otros factores en la combinación alternativa. De manera que el valor de cada uno de los factores es 4 (hay una pérdida de 10 unidades por el retiro de uno de los factores y una ganancia de 6 unidades del empleo de los otros dos factores en otra producción). Pero entonces la suma de los valores de todos los factores complementarios de la producción es 12, lo que supera el valor de la producción.
Wieser plantea que esto se debe a que el principio de pérdida pasa por alto que la retirada de un agente reduce la productividad del resto de los agentes. La solución que propone entonces es reunir los elementos de la producción. Luego, observar que esos elementos que se han unido pueden alterarse (pero no considera cambios infinitesimales, como acostumbran los neoclásicos), y que esto hace posible distinguir el efecto específico de cada elemento en números exactos. Se obtiene un número de ecuaciones, y así podemos hacer un cálculo confiable de qué hace cada elemento de producción.
Las ecuaciones individuales son, por lo tanto, las combinaciones productivas singulares llevadas a cabo en todo el campo de la producción. En estas ecuaciones se ponen de un lado los factores de producción combinados y del otro lado el valor de los rendimientos adquiridos, o anticipados, de conjunto. Si se suman todas las ecuaciones, el monto total de la riqueza productiva se presentará como equivalente del valor total del rendimiento. La suma debe adscribirse, enteramente y sin resto, a los elementos productivos individuales, de acuerdo al patrón de la ecuación de valor. Por lo tanto, a cada elemento le toca una parte definida en el resultado total, y esta parte no puede ser más elevada o más baja sin derribar la equivalencia entre la riqueza productiva y el rendimiento (véase p. 88).
Para ilustrar su método con un ejemplo, supone tres “factores de producción”, X, Y, Z, que producen tres bienes finales. En su ejemplo numérico:
X + Y = 100
2X + 3Z = 290
4Y + 5Z = 590
Resolviendo el sistema resulta X = 40; Y = 60; Z = 70. Claro que para que esta solución sea aplicable, tiene que haber el mismo número de factores de producción (sus valores son las incógnitas) que número de ecuaciones; esto es, igual número de factores de producción que productos finales. ¿Y por qué debería haberlos?
Ya hemos mencionado la respuesta que dio Wieser en p. 93 de NV. Pero en nota al pie de la p. 88 también aborda la cuestión, y de forma más amplia. Escribe que para que el cálculo de las contribuciones productivas sea exitoso, debe haber “un número suficientemente grande de ecuaciones. Debe haber al menos tantas ecuaciones como incógnitas”. Y sostiene que esta condición se cumple. Hay muchas incógnitas (el valor de cada tipo de trabajo, de cada medio de producción), pero “the classes of productive combinations are undoubtedly even more numerous than the classes of production goods” (“las clases de combinaciones productivas son, sin duda, aún más numerosas que las clases de los bienes de producción”).
Lo cual suscita dos cuestiones: en primer lugar, ¿cuál es la evidencia empírica de que efectivamente exista una cantidad mayor de combinaciones productivas que la cantidad de bienes de producción? Después de todo, no hay infinitas formas de combinar los insumos trabajo, herramientas y equipos, materias primas, para obtener, por ejemplo, una tonelada de acero. Pero en segundo lugar, y como señala Stigler (1946), si las ecuaciones (o sea, las combinaciones) superan en número a las incógnitas, el sistema tampoco tiene solución porque está sobredeterminado. Esto Wieser no lo considera. ¿Por qué? Anunció que establecería una regla científica; vemos que la misma se basa enteramente en la resolución de un sistema de ecuaciones, y pasa por alto la dificultad que existe para este cálculo en cualquier economía real. Incluso, al terminar la nota de p. 88, luego de tratar un sistema sencillo, vuelve a admitir que si el número de incógnitas y de ecuaciones no coinciden, “the principle we have established would not work”. En definitiva, salvo en el especialísimo caso en que el número de procesos productivos iguale al número de incógnitas, no hay manera de determinar los valores (o precios) de los medios de producción, ni del trabajo (en realidad, la fuerza de trabajo).
Habiendo aclarado el punto señalado por Rallo, en lo que sigue señalo otros problemas, igualmente fundamentales, implicados en la imputación de Wieser.
El análisis en términos físicos y la teoría subjetiva
Wieser sostiene que es un error intentar determinar qué porción del producto conjunto, considerado físicamente, produjo cada factor de producción; explica que no hay manera de asignar estas porciones, y que por lo tanto hay que tratar el tema en términos de valor.
Wieser tiene razón en que es imposible determinar físicamente los aportes. En esencia, es el mismo problema que enfrenta la teoría neoclásica cuando quiere determinar la productividad de los factores (para una crítica, aquí). Por ejemplo, ¿cómo saber cuánto del pastel, considerado como cuerpo físico, se debe a la harina, cuánto a los huevos, cuánto a la manteca, cuánto al horno? Imposible saberlo.
Sin embargo, dado que, según los austriacos, el valor es subjetivo, se cae en las mismas dificultades en que se incurre cuando se quiere calcular lo que aporta físicamente cada factor al producto final. Es que, según este enfoque, el valor surge de la relación entre el individuo y el bien, considerado este último en sus propiedades físicas. Por caso, aprecio la utilidad (en el margen) de la campera por sus propiedades físicas (es abrigada, liviana, lavable, etc.). Por lo tanto, la alteración de alguno de los insumos afecta las propiedades físicas de la campera, y de esta manera, mi relación valorativa ella. Por este motivo, la cuestión de la productividad “física” de los “elementos productivos” en general se le vuelve a plantear a Wieser cuando trata el interés del capital.
En este respecto, sostiene que todo capital tiene un rendimiento bruto. En este último debe hallarse todo el capital consumido y un cierto excedente. Es el rendimiento neto, que puede obtenerse y consumirse permanentemente, sin disminución del capital (p. 115). Hay productividad del capital, dice Wieser, cuando este da un excedente. Y a igual que hizo cuando presentó la imputación, distingue la productividad física de la productividad de valor. Pero esta vez para decir que la productividad física existe cuando el monto de los bienes que forman el rendimiento bruto supera el monto de los bienes de capital destruidos. Una afirmación que presenta problemas insolubles cuando se trata de bienes heterogéneos. Es que si X + Y + Z dan como resultado el bien de consumo A, no hay manera de establecer físicamente el “rendimiento bruto” (¿o es que hay que volver a la teoría del valor “material” de los fisiócratas?).
A pesar de la relevancia para lo que está discutiendo, Wieser no solo no da respuesta al problema, sino agrega que para probar la productividad de valor del capital primero hay que probar su productividad física, por ser esta “el andamio sobre el cual descansa todo el resto” (p. 116). Estamos inmersos en la problemática de los rendimientos físicos. Para que no queden lugar a dudas, en esa misma página sostiene que la productividad de valor presupone la determinación del valor del capital, pero el valor del capital solo puede ser determinado cuando se responde la pregunta de cómo imputar el rendimiento físico, ya que el valor del capital descansa en la parte del rendimiento imputado a él. Transcribo: “The value productivity already presupposes the determination of the value of capital, but the value of capital can only be determined when the question of how to impute the physical return has been answered, because the value of capital rests on the share of return imputed to it” (ibid.).
Hay que resolver pues la imputación antes de encarar el problema del valor (ibid.). Pero la imputación no pudo resolverse en términos físicos, como vimos. Por eso Wieser recurrió a valores (determinados subjetivamente). Sin embargo, nos dice que el rendimiento en valores presupone que se ha contestado cómo imputar los rendimientos físicos. Aunque también reconoce que en la sociedad moderna el capital genera un rendimiento bruto en el cual, físicamente, no se puede ver su productividad (p. 120). Pero entonces no hay manera de determinar físicamente la imputación. Aunque al mismo tiempo dijo que su determinación es condición para resolver la imputación en términos de valor.
Aclaremos, por otra parte, que tampoco en la sencilla sociedad primitiva es posible la imputación en términos físicos, a pesar de lo que afirma Wieser: “el salvaje sabe qué [del bien que consume] le debe a su red, y qué a su arco y flecha y estaría mal si no lo supiera” (p. 93). La realidad es que ni el hombre primitivo, ni el moderno, pueden saberlo: si alguien caza un conejo con arco y flecha, ¿cuánto del conejo corresponde al arco y cuánto a la flecha? No hay forma de determinarlo.
El irresoluble problema de la ganancia, o interés del capital
Lo explicado en el apartado anterior permite entender por qué la teoría de la imputación no puede explicar el interés del capital; o su ganancia (igual que la mayoría de los economistas neoclásicos, Wieser no distingue el interés de la ganancia. El tema es importante, pero en aras de no extender más esta crítica, no lo trato). Para ver por qué, consideremos de nuevo la imputación.
Supongamos que, luego de haber establecido las 3 ecuaciones para determinar los valores de 3 “elementos de producción”, establecidos los valores de 3 bienes de consumo producidos, al bien de capital X le ha correspondido el valor 105. Dado que 105 es el valor de X, este debe ser adquirido por el productor de Y en 105. Pero entonces el productor de Y habría invertido en X sin ganancia alguna. Repito: si X contribuye en 105 al valor de Y, su valor es 105. Si el productor del bien de consumo pagó 105 por X, pagó por su valor. De manera que no habría ganancia en invertir en X. Pero Wieser sabe que hay ganancia. De manera que deduce el valor del capital invertido por el productor de Y apelando al descuento. Con ese fin, toma como dada la tasa de interés (¿y la discusión teórica de la tasa de interés?) y con ella calcula el valor del capital “invertido”. Por lo tanto, si la tasa anual de interés es 5%, y si X se utilizó completamente en un año con un “rendimiento bruto” de 105 (su aporte al valor de Y), el capital invertido en X es 100; y 5 su producto neto. O sea, concluimos que X valía menos de 105, que es su contribución al valor de Y. Pero se nos había dicho que el valor de X está determinado por su aporte al valor de Y.
Además de contradictorio, el razonamiento es circular. Es que para calcular el valor capital Wieser utiliza la tasa de interés; pero a su vez explica la tasa de interés por la diferencia entre el rendimiento bruto y el valor del capital, este último determinado con la tasa de interés.
No es de extrañar entonces que el interés (¿ganancia?) del capital aparezca como un dato: “La tasa de interés es el porcentaje general de incremento a todo el capital en el mercado” (p. 128). Es un hecho “dado”, para el cual la explicación teórica brilla por su ausencia. Escribe: “El valor de los bienes se deriva de su utilidad; el valor de los bienes de capital de sus rendimientos útiles; el interés representa un incremento neto al capital, o el fruto del capital” (p. 126). ¿Por qué ese “fruto” en términos de valores? Es la pregunta maldita que la economía burguesa, Wieser incluido, nunca puede responder.
Interludio: el interés del capital según Böhm Bawerk
El problema que enfrenta Wieser a la hora de explicar el interés (o la ganancia) del capital aparece con claridad en Böhm Bawerk (una crítica a su teoría del capital, aquí). Según Böhm Bawerk, dado que el trabajo y los usos de la tierra son los medios de producción originales, la formación de sus precios decide la existencia del beneficio del capital (véase 1930, p. 313). En los mercados de los productos intermedios solo tenemos la continuidad de un proceso que ha recibido impulso de los otros dos mercados, y por lo tanto el beneficio no puede explicarse por la compra y venta de los productos intermedios. La clave está, pues, en los mercados de la tierra y el trabajo. Y de ellos, el decisivo para el beneficio es el segundo. Es que el precio de mercado del bien productivo “trabajo” siempre debe ser menor que el valor y el precio del producto terminado del trabajo (ibid.). Esto se debe a que “en las circunstancias de la industria moderna” los trabajadores asalariados no poseen los medios suficientes para utilizar su propio trabajo en métodos de producción que se extienden durante años. Por lo tanto, enfrentan la alternativa de vender su trabajo a cambio de bienes de consumo presente, o emplearlo por su cuenta en procesos improductivos, dada su escasez de medios. Así, un trabajador aceptará un salario si este supera el escaso ingreso que puede conseguir trabajando por su cuenta.
Pero además, en la sociedad moderna existe un enorme número de asalariados que no pueden emplear su labor de forma remunerativa trabajando por su cuenta, y por lo tanto están dispuestos a vender el producto futuro de su trabajo por una cantidad considerablemente menor de bienes presentes (p. 330). Por ejemplo, si suponemos que el futuro producto tiene $20 de valor, y los trabajadores, dadas las circunstancias desfavorables en que se encuentran (necesitan bienes de consumo), están dispuestos a aceptar un salario de $10 o incluso menos, habrá un plusvalor. De esta forma surge la plusvalía: “This agio, thus organically necessary… on the labour market, it is given in the form of a price for labour which remains under the amount of the future product of labour, and which, on that account, leaves room for the accretion of a surplus value” (p. 336).
Lo importante para nuestra discusión es que, incluso según el enfoque de Böhm Bawerk, si se sostiene que los “elementos de la producción” (el trabajo en primer lugar) reciben un ingreso igual a su contribución al valor del bien final, no hay forma de explicar el interés, o ganancia, sobre el capital.
Capital, bienes heterogéneos y tasa de rentabilidad uniforme
Stigler (1946) observa que en la discusión sobre la imputación Wieser supone, implícitamente, que la oferta de capital es fija (p. 174). Efectivamente, a cada paso se refiere a un stock dado de capital. Por otra parte, considera al capital como un conjunto de bienes heterogéneos, al estilo de Walras. Un vector con millones de elementos; por caso, 108, o algo por el estilo. Y sostiene que existe una tendencia a la igualdad de la tasa de interés sobre el capital.
Pero si esto es así, caemos en el problema planteado por los críticos de Cambridge – en primer lugar, Sraffa y Garegnani- a la teoría del capital de Walras. Es que si se supone que existe una situación de equilibrio en la cual hay una tasa de interés uniforme sobre todos los precios de capital, esa tasa es el precio que se ofrece por el ahorro, o sea, por la oferta de capital. Pero para que haya una única tasa de rendimiento en la economía, no se pueden tomar como dadas las cantidades físicas de los bienes de capital, ya que nada garantiza que se obtenga una única tasa de rendimiento. Por lo cual hay que suponer que esa cantidad dada de capital puede modificar su forma física tanto como se quiera, a fin de adquirir una composición que permita obtener la tasa de rendimiento uniforme. Equivale a suponer que la inversión es un fluido, una suma de valor, capaz de adquirir instantáneamente cualquier forma física. Un planteo que tiene poco que ver con la realidad del capitalismo (la idea de la variación continua de la relación capital/trabajo, o isocuanta de la producción de los neoclásicos, se basa en ese supuesto irrealista).
En cualquier caso, ese no es el camino de Wieser, quien constantemente se refiere a un stock dado de bienes de capital heterogéneos, cada uno de ellos con su rendimiento particular en términos de valor (después de todo, la base de ese rendimiento es su productividad en términos físicos). Por lo cual, no hay manera de hablar de una tasa de rendimiento uniforme. Puede suponerse, entonces, como Marshall, que los bienes de capital obtienen, en el corto plazo (el stock está dado) las cuasi rentas, que serán diferentes para cada uno (véase Dobb, 1998, p. 215). Pero si esto es así, no se cumple la condición de equilibrio – que determina los precios de producción, en torno a los cuales giran los precios de mercado (notemos que la idea de una tendencia a la igualación de la tasa de rentabilidad es central en Ricardo, Marx). En última instancia, vuelve a aparecer aquí la imposibilidad de congeniar rendimientos en términos físicos, con una teoría del valor subjetiva. También dejemos sentado que, como demostró Garegnani (1982), el intento de Walras de conciliar el tratamiento del capital como una suma de bienes heterogéneos y la tendencia a la igualación de la tasa de rentabilidad, terminó en contradicciones irremontables.
Contradicción con la teoría de la utilidad marginal decreciente
Como señala Stigler, Wieser supone que los precios de los productos finales están dados, sin importar las cantidades producidas. Sin embargo, según la teoría subjetiva, a medida que aumenta la cantidad de bienes de consumo provistos por la producción, disminuye su utilidad marginal, y por lo tanto, su precio. Pero en ese caso, el precio es función del output, y la solución de Wieser a la imputación no se aplica.
El socialismo y los factores de producción
Según Wieser, los socialistas solo reconocemos un único factor productivo, el trabajo. “Solo el trabajo humano, dicen [los socialistas], es creativo; puede realmente producir” (p. 82). Siempre de acuerdo a Wieser, los socialistas afirmamos que si bien el capital y la tierra son necesarios, tienen un rol subordinado con respecto al trabajo, y son meros auxiliares (ibid.).
Pues bien, dos errores garrafales. En primer lugar, identificar al capital con los medios de producción, lo cual no tiene nada que ver con la teoría de Marx. En segundo lugar, no es cierto que los socialistas consideramos que el único factor de producción es el trabajo. Una y otra vez Marx señala que para que haya producción de riqueza no basta con el trabajo. Es necesaria la herramienta, el medio de producción, y el objeto de producción. Precisamente la clase obrera debe vender su fuerza de trabajo al capitalista porque al estar desposeída de los medios de producción, no puede generar los valores de uso que necesita para vivir. Puede consultarse, de Marx, la Crítica al programa de Gotha.
Los cálculos de los empresarios, imputación y realidad
Wieser sostiene que los empresarios calculan, de hecho, el valor de los “elementos de producción” a partir de la imputación. ¿Alguna prueba empírica? No la presenta. ¿Por qué? Pues porque ningún empresario calcula de esa manera sus costos de producción, ni el precio – en principio tentativo -con que lanza el producto al mercado. El fabricante de pan se encuentra con determinados costos de la materia prima (la harina, la electricidad), de capital fijo y de salarios, y sobre ello recarga una tasa de ganancia que surge, como promedio, con la competencia. No hay manera de que, por ejemplo, el productor de una pieza del tractor que es utilizado para producir trigo, con el cual se hace la harina, con la cual se hace el pan, establezca, por imputación, el valor de la pieza de tractor partiendo del valor del pan.
En el mundo real lo que dicen Wieser y los austriacos, sencillamente no existe. El productor de la pieza de tractor tendrá en cuenta los costos en materia prima, herramientas, mano de obra, y a partir de ellos establecerá los precios de producción tentativos, en torno a los cuales, en condiciones normales, girarán los precios de mercado.
Una teoría de la distribución para ocultar la explotación del trabajo
Tal vez nada evidencie con mayor nitidez el carácter ideológico de la teoría de Wieser que su afirmación de que la imputación justifica el orden existente en materia de ingresos (preciso: en primer lugar, en materia de plusvalías y salarios). En ese esquema, y dada la “santísima trinidad” de la tierra, el capital y el trabajo, cada cual aporta lo suyo, y recibe lo que se merece. En última instancia, esta teoría de la distribución es una teoría del “precio de los elementos productivos”, donde toda noción de explotación del trabajo ha desaparecido por completo.
La similitud con el planteo neoclásico es significativa: si la función de producción es homogénea y de primer grado, las productividades marginales agotan el producto (teorema de Euler, un clásico de los cursos de Micro). Así, de nuevo, cada cual se lleva lo que le corresponde. Naturalmente, esta construcción exige que no haya rendimientos crecientes a escala. Es que si hay rendimientos crecientes, la suma de los productos marginales multiplicados por las cantidades de cada uno de los factores, es mayor que el producto total. La teoría se cae. De ahí también la preocupación de Wieser por eliminar la posibilidad (que deriva de la solución de Menger a la imputación) de que el pago de los factores supere al producto. Y como no podía ser de otra manera, ni alusión a rendimientos crecientes a escala. Pero… ¿no son una realidad del capitalismo? Sí, son una realidad, pero como no encajan en los dogmas económicos, peor para la realidad.
En conclusión, la teoría económica de la escuela austriaca tiene grietas y contradicciones irremontables. En otras entradas hemos demostrado que es incapaz de dar cuenta de la reducción de todas las mercancías a “sustancia común”, al valor de cambio (véase aquí); que no puede explicar teóricamente el dinero (aquí); y que no tiene una solución general para los precios de los “elementos de producción”. En otra nota, ya mencionada, también mostramos que la teoría del capital de Böhm Bawerk no se sostiene si se introduce el interés compuesto en el cálculo de los períodos de producción. En la presente entrada mostramos que la imputación de Wieser no puede explicar la naturaleza y origen de la ganancia, o del interés del capital. Y así podríamos seguir con otros “problemitas”.
Por supuesto, no se trata de dificultades de traducción de tal o cual pasaje, sino de algo más grave: estamos ante una construcción especulativa, basada en introspección y contrafácticos (del tipo ¿qué pasa si saco X del insumo productivo? ¿Qué ocurre con la utilidad marginal si agrego Z de consumo?), que no tiene asidero en la realidad del mundo capitalista, y carece de coherencia lógica. Es increíble que a esto lo hagan pasar por ciencia.
Textos citados:
Böhm Bawerk, E. von (1930): The Positive Theory of Capital, New York, Stechert.
Dobb, M. (1988): Teorías del valor y la distribución desde Adam Smith. Ideología y teoría económica, México, Siglo XXI.
Garegnani, P. (1982): El capital en la teoría de la distribución, Barcelona, Oikos.
Stigler, G. J. (1946): Production and Distribution Theories, New York, Macmillan Company.
Wieser, F, von (1893): Natural Value, Online Library of Liberty.
(Tomado del Blog de Rolando Astarita)