por Mauro Salazar
“Luego en 1940, el atorrante Roberto Arlt, perdió a su esposa -Carmen Antinucci- quién falleció de tuberculosis. Y su hija Mirta se había fugado. Decidió viajar a Santiago, a “esa ciudad de abandono y miseria”, como dijo años más tarde su pareja, Marta Schine…desde Argentina su Madre le escribió, “Querido Roberto, antes de morir quiero estar tranquila, por el bien de tu salvación, búscate un Fraile o un cura, y quizás obtendrás la salvación”. La química de los acontecimientos. Prólogo, 2020.
La resaca urbana que retrata Roberto Arlt (1900-1942) descifra la “lengua viva» de una ciudad atribulada, pasmosa, que signa la pérdida del sentido -periurbano- en “rostros desfigurados” y transeúntes intratables. Comunión “de individuos y no de ciudadanos”, dirá Borges desde Florida[1]. Crítica a las Bellas Letras y giro decolonial que Contorno (1953) abrazó -presurosamente- contra las vanguardias del XX mediante “un nosotros o la nada” (Beatriz Sarlo, 1983, 800). La máquina del tiempo arrastró una disputa de hegemonías visuales entre estetas, astrólogos, realistas y curadores de lo fantasmático. Una atmósfera de invenciones donde las imágenes circulaban en discordias con la oleada modernizante. Un tumulto de los sentidos en disputa, ¿Cuál imagen de lo grotesco nos permite reciclar la producción de cultura platense? ¿Urbes travestidas y horrorosas, de amargos y suicidas a lo Arlt, de tanos enlutados? Todo caería bajo la soberanía parisina que denuncia David Viñas (2022, 386). Por último, qué imágenes-síntomas podemos invocar ante los múltiples trastornos del periurbano en 1900. Dada la babelización, todo sugiere que, la expresiones de los márgenes, no pueden habitar en imágenes dialectizables.

Bajo el fin de siècle pululan personajes caóticos -bastardos, miserables, escindidos– sin huellas vitales que, difícilmente se pueden retratar, sin una textualidad de las periferias. Hombres funestos que padecen la intraducibilidad de la experiencia que sólo es posible comprender desde el “realismo popular” (Arlt). Buenos Aires es un suburbio de luces amarillas, matarifes, cuchilleros, proxenetas, delincuentes sicilianos, puñetazos y conventillos que más vale interrogar con “mal de hipérbole” y sensibilidades expresionistas. La expansión suburbana fragmentada fue una trama aduanera, portuaria, ensombrecida bajo la ferocidad de Hipólito Yrigoyen (1916-1922) que solo puede ser concebida desde alguna “novela rusa” (“realismo”).
El cuadro sugiere que la “deformidad física [es también], la materialización de la deformación interior” -dirá Mirta Arlt en 1964. Entonces, la reapropiación estética de los “espacios” hizo del suburbio uno de los temas recurrentes de la literatura y las artes plebeyas. Boedo encarnaba la implacable sordidez del arrabal donde los condenados a una vida gris saben que la humillación es una forma de reconocimiento. Tal acumulación de dolores se fundió en un Doble A. El germánico bandoneón, máquina de padecimientos petrificados en metal, oxígeno y modulador de las diásporas. Arqueología de rezongos insondables, y el efecto sensitivo que interrumpe el monopolio de la palabra. El instrumento en su soporte parlante, provee una multitud infinita de “pasiones tristes”.
El cronista del periódico El Mundo, el “atorrante Arlt”, supo hilvanar la angustia existencial en sus atmósferas mediante una escritura impiadosa -folletinesca- que se encuentra fuera de norma contra el “buen gusto”. El Conventillo era una intimidad expansiva y productora de sentido en una urbe atrofiada. Cuna de lo grotesco-teatral en el caso de Armando Discépolo y la inventividad dramatúrgica de Enrique Santos. Discépolo fue el Joyce de los tangueros y, luego, una exuberante figura de la industria cultural del peronismo. Tal imaginación, tan enfermiza como realista, se aparta radicalmente del monumentalismo eurocéntrico tan pregonado por el proyecto elitario-liberal del siglo XIX. Para el infausto Silvio Astier, -que es la escritura manchada de biografía arltiana- la vorágine citadina estaba enamorada de rufianes (“cafiolos vidalita”) donde todo trabajo era una permanente humillación de la “vida puerca” -apelando al manuscrito original del 1926-. Tras la partida de “Dioses arteros”, sólo resta una “metafísica del mal” en los personajes de Los Aguafuertes (1928-1933) que invierten las reglas morales de la destinación Sarmientista (occidentalización). Entonces, sobre esta tierra de infamias ¿quién tendrá piedad de nosotros? Las apelaciones teológicas en Judas Iscariote -capítulo IV de “El Juguete Rabioso”- son permanentes (“Y míseros, no tenemos un Dios ante quien postrarnos”). Toda nuestra pobre vida llora. Al final del texto (1969), Astier (el propio Arlt), “cargado de la bondad de la leche humana”, se quiere ir a Neuquén a ver las montañas, porque no hay lugar en una ciudad llena de “metástasis”.
En medio de reinvenciones reverbera la disputa representacional. Las vanguardias literarias y estéticas padecieron el «lanzallamas» en el mapa urbano de los 20′ y 30′ -Siglo XX- y las letras se debían a la inventividad de una nueva economía cultural (Sarlo, 1989). Todos los sucesos confluyeron en un excedente de sentidos, etnias, razas y símbolos. La cumbre fue una lengua sin enraizamiento. El juego de voces aparece indisolublemente ligado a la modernización del país hacia fines del siglo XIX. Una ráfaga de acontecimientos agravó las “estrategias de la mezcla” y la novela realista/imaginal de Arlt –Dostoievski- abrió la época en 1926, perpetrando con insolencia “una vida posible” impugnada por la “Sociedad Literaria” y los decoros del museo. La letra arltiana, ayer denigrada como la escritura del buen salvaje, hoy canonizada por Ricardo Piglia (2022), relevada en su fondo etnográfico, como un devenir de las urbes del 900 recurre a saberes vagabundos (bricoleur). He aquí un narrador fragmentado que reorganiza la realidad, cual transeúnte que, entre “taitas y prostitutas”, y ha consagrado una “forma de vida” (Pacheco, 2023). El fondo material de la “modernidad periférica” (1989), alude a una geografía experimental -flujos inmigratorios- donde ingresan al puerto trasandino, más de cuatro millones de inmigrantes (7 de cada 10 ciudadanos son extranjeros). El tanático Arlt, dibuja el abismo con una escritura rabiosa, convulsionada, donde su narrativa destruye su presente íntimo, al tiempo que dialoga con lectores esquilmados. Nuestra ciudad se llama “Babel”, dice Borges en 1925. Los «tráficos de sentido» cincelaron una lengua desgarrada que precipitó una «debacle idiomática» que “atormentó” la identidad viril de la nación. En suma, la compleja metropolización, tensionó la aristocracia rural con los primeros artefactos de la modernización. Frente a ello Arlt se encuentra “sumergido en el mundo que describe” (Arrow, 1954) arriesgando una “narrativa del yo”. Todo transcurrió en el marco delYrigoyenismo. Las lenguas del 900 “perturbaban” cualquier univocidad de lo “común”, asediando cuestiones de “identidad nacional” frente a un collage de mestizajes (1890-1930).
Los acontecimientos se deben a la colosal “dispersión lingüística” entre gauchos, indios y europeos que transitaban sexualmente la calle del 900. Bajo el “influjo itálico”, la Argentinidad era un “disturbio dialectal”. Talperiodo de hibridación y nomadismos, profesó la experimentalidad de las multitudes que no sabían de “pactos modernizantes”. En décadas anteriores, la discusión había tenido resonancias en figuras curatoriales como Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) y Juan Bautista Alberdi que invocaban el “iluminismo dieciochesco”. Fue el tiempo del flanêurs que David Viñas -años más tarde- calificó como una sed colonial por vivir bajo el feudalismo europeo, (“El suicidio de los Bárbaros”). Viñas sindica a Sarmiento como aquel provinciano -con pudores del yo dirá Sarlo, 2017- “precursor compulsivo y con menos escrúpulos en el manejo de la autopromoción literaria”. En suma, el autor de El Facundo (1845) estaba obstinado por “exhibir lecturas, genealogías, títulos, prestigios, doctorados y generalatos”. Con todo, para las élites criollas, desde el rocatohasta el primer gobierno de Yrigoyen, cultivan una domesticación de exterminio territorial y normalización del campo sexual (Viñas, 1966). En Los dueños de la tierra, David Viñas (1966) devela una especie de obsesión biopolítica en la formas de sometimiento territorial y afán colonialista. La instauración exterminante del gobierno sobre los cuerpos. En suma, el desierto argentino era el abismo de la incultura. El vacío de la letra y la ausencia de límites, donde se hospedan legiones de bárbaros. Cuestión que demanda la necesidad de poblar y la falla originaria sobre la cual se funda el mito europeo y orientalista.
La historia argentina es una lucha cuyo escenario privilegiado es la escritura Sarmientista y el despotismo contra la barbarie regional (“gauchos, indios y caudillos son males antropológicos”). Más tarde cayó la hora de la peste y la oligarquía expandió los pudores del “yo nacionalista” aislando la “inferioridad indígena” (en palabras de Lugones). La “desesperación de los higienistas” (oligarquías de Spengler) abrió la cruzada de la Sociedad Argentina de Eugenesia (1918) contra las patologías de la retórica y el caos visual. Luego, en 1921, Alfredo Verano, fundó la Liga Argentina de Profilaxis Social. De aquí en más no habrá agentes de la beatitud, y el afán castrador por el “europeo deseable” será imputado en su beata impostura. Con todo, se abrió el espacio para una arremetida “criminológica, jurídica, médica, literaria, y reglamentaria en cuanto a la administración/prohibición de los prostíbulo qué significa la prostitución y la necesidad de control de las sexualidades periféricas” (Varela, 2016). De aquí en más, el tango y su rabia erotizas, devienen en una peligrosa epidemia para el corpus de la argentinidad, sea la tuberculosis, o bien, la fiebre amarilla, ello se extiende a los efectos de inmoralidad e insalubridad que produce el tango.
La santidad oligárquica y el progreso galo.
Tras la disolución del mito liberal, vendrán los dilemas del bricolaje cultural. En medio de rufianes, chorros, prostitutas, cafichos, proxenetas y jorobados del pesimismo, la ciudad padece una moral de la sífilis que pone en riesgo la integridad de “lo nacional”. El año 1913, el Diario Crítica, publicó una denuncia ante el Congreso Nacional que develó la existencia de seis mil proxenetas, tres mil prostitutas en casas autorizadas y “50.000 o 60.000 mujeres que pululan por todas partes” (Varela, 2016). La pregunta apremiante fue ¿Quiénes somos?La “densidad” de tal interrogante derivó en una angustia existencial para oligarquías que profesaban cultos parisinos. En medio del desarraigo, no era tolerable atender a las discordancias visuales, engranajes urbanos y entramados de sentido en la gestación del tango. Organizar jurídicamente la inmigración, con su potencial plural-discordante, conminaba a levantar el Estado, apelando a un texto civilizatorio-imperial que impartiera técnicas disciplinarias sobre territorios, cuerpos y desbordes dionisíacos.
En suma, la babélica fisonomía que adopta capital federal, ciudades y pueblos del área litoral pampeana, “absorbía” la vida cotidiana e institucional. La proliferación de dialectos estimuló un devenir cambiante que dio lugar a una incertidumbre gnoseológica en Buenos Aires, donde la tradición fue interrogada cuando el pasado colgaba de las cornisas. Y es que, todas las mixturas de una urbe sin comunidad, desatan el pensamiento, pero también destruye la esperanza legando una gangrena para la modernidad. En medio de la creatividad y el desbande, Arlt desplegaba un opaco eco existencial. La cadena migratoria y la heterogeneidad de voces, (el lunfardo o el “cocoliche”), era hablada por los eriazos hacia el 1900. Con todo, Borges sostenía que, en realidad, esa lengua era una «invención» de poetas e intelectuales y que los “compadritos” de las orillas de la ciudad no sólo se hubieran sentido ajenos al diccionario del “lunfardo”, sino que no lo hubieran comprendido. El autor de «El Aleph» solía recordar la expresión del gran novelista de Buenos Aires, el «atorrante Arlt», procedente de un “bajo fondo” muy distinto, quien sostenía irónicamente, haber nacido en un barrio popular -entre gente muy pobre-, y desde joven debió “pergoñar notas para ganarse el puchero… en redacciones estrepitosas” (2020, 9). Por ello, nunca había tenido tiempo para estudiar el lunfardo, ni menos tener las comodidades para definir un estilo escritural.
En tal escenario aparecía una problemática común: la “nación”. Toda vez que Argentina se ubicaba como un laboratorio de las políticas migratorias, el conocido jurista Estanislao Zeballos exclamaba sus náuseas contra el “manicomio lingüístico” ¡Nuestra lengua madre está contaminada, exclamaba¡ aludiendo a los efectos del “mestizaje dialectal” sobre la inestable soberanía trasandina (Piglia, 1993, 30). Por aquellos años, el político y escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento, en tanto “héroe cultural”, había proclamado sus afanes de colonización cuando declamaba, «¿Somos nación? ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento? ¿argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello” (1833, 14). Con pluma beligerante, Faustino Sarmiento, durante su destierro en Chile, conmina a asumir la gesta ilustrada de construir el futuro mediante el faro galo. Una especie de “panteísmo de todas las civilizaciones” (iluminismo dieciochesco) empeñado en superar el síntoma de la barbarie: “Nosotros, sin embargo, queríamos la unidad en la civilización y en la libertad, y se nos ha dado unidad en la barbarie y esa es la esclavitud” (Sarmiento, 1845, 24). Quienes emplazan “…la cita orientalista de Sarmiento, propia de quién no es un europeo, [que] revela un deseo de inscribirse en el interior de la cultura occidental, y sería lugar de enunciación —ficticio— fuera de la ‘barbarie’ (lo no europeo), enfáticamente civilizado” (Sarlo y Altamirano, 1997, 22). El Oriente del Facundo, entre Llanura y Despotismo, más que aludir a un campo de conocimientos, fue un discurso de significantes fantasmáticos y colonialistas, que abrazaron las luces europeizantes del XIX.
Cualquier genealogía del tano alienado -devenido en arrabales- no puede omitir dimensiones visuales, culturales (demográficas) y debe textualizar el ciclo de las llamadas “presidencias liberales”, tildadas bajo la “generación del 80”. Luego del torrente inmigratorio y la debacle del Centenario, vino la ralea nacionalista, donde los regímenes positivistas y los darwinismos de turno (Spencer) alcanzaron credencialesmodernizantes dentro de los constructores. Entonces, la mitad de los inmigrantes provenían del sur de Italia, contrariando las pretensiones parisinas de la dominante colonial. En este caleidoscopio de hibridaciones semánticas y «comercios cognitivos», tuvo lugar una proliferación de dialectos, lenguas y folklores de la plata que trascendieron el destino de la lengua. Tal nomenclatura de origen, centrada en la protección a los extranjeros y los derechos civiles -fomentada por el constitucionalismo argentino de 1853- refrendaba la inmigración europea como acceso a modernidades nómades. La elaboración del texto constitucional no estuvo exenta de un sinfín de polémicas, acalorados debates de los arquitectos constitucionales, en los cuales Alberdi, Sarmiento (Sarlo, 1997), entre otros tantos, deliberaron apasionadamente acerca del papel de los extranjeros en la sociedad argentina (Halperín Donghi, 1998). En este contexto la europeización masiva comprendió diversos dialectos, a saber, italianos, españoles, franceses, alemanes, polacos, el idisch,el árabe y muchas otras lenguas -entre ellas el lunfardo- tuvieron una presencia fuerte en capital federal, gracias a sendos procesos de transculturación. Por fin, la inmigración será la pulsión que abrirá pliegues y recovecos en la enigmática morfología del tango y su incompletud identitaria –sin pudores del yo– será esencial en los entramados urbanos. Un género indomiciliado que absorbió pluralidad e infinita tragedia, exacerbando litigios estéticos e ideológicos (dada su naturaleza contestaria, pasión primaria o tendencia fálico-totalizante). En suma, por varias décadas, ni el tango prostibulario -o el tano Laura- encontrarán abrigo alguno, en las agendas letradas de las oligarquías argentinas, más allá de los acentos de la versión liberal. Entonces, el género en colérica mutación, abrirá una brecha de denuncia y rencor, entre la burguesía acomodada y la pobreza. La fricción será entre la pulsión de occidentalización de la Argentinidad y el tango epidemiológico. El racionalismo de Facundo pretende exhumar el contacto de los cuerpos y erradicar la Italofobia que el tango provoca. Escisión policial entre civilización y barbarie. El domicilio del folklor no será el meridional, los tanos, la gauchesca, ni el río de la plata, salvo la producción de subjetividades anónimas en permanente desplazamiento discursivo. En pleno laboratorio del clandestinaje, Sarmiento le enseña al “tango pecador” aquella nota lacerante de Roberto Arlt, “a veces tenemos la necesidad de ser canallas…de ensuciar para siempre la vida de un hombre…de hacer alguna infamia y poder volver a caminar tranquilos” (1926, 61). Y agrega, “no dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo”. (Lanzallamas. Prólogo de Mirta Arlt)
El tango con sus estéticas de la multiplicidad, obsesividad semiótica, devino en un contrapunto de voces no “dialectizables”, interlenguas o “cocoliche”, que se trenzaron para formar una narrativa polifónica que resiente y modula el núcleo traumático del fenómeno migratorio y sus diásporas sin trenes. En suma, el génerocomprende al menos dos pliegues. De un lado, en tanto música “nativa” o “popular”, pertenece a la segunda dimensión y, de otro, como música, danza y canto (más allá de lo emocional-primitivo) influye sobre el pathos ético, gramatical y estético del campo socio-popular. Un “baile híbrido [entre] gente híbrida”, dirá Sábato en 1965.

Por fin, el tano alienado y privado de palabra, donó al tango “un sufrimiento que no tiene voz”. Tal fue la base de sus letras, visualidades, sonoridades y composiciones. De allí que lo “grotesco” en la escritura de Armando Discépolo, más allá del bricolaje, recoge la polifonía de una sociedad metalingüística, cincelada en “periferias textuales”, derogando el mito de la inmigración exitosa o la estetización de los barrios. Según Ricardo Piglia, en la historia de la lengua literaria, se encuentra la contracara guardiana de Leopoldo Lugones, junto a la gauchesca y la novelística moderna anti-aristocrática de Roberto Arlt. A partir de los problemas sobre el vínculo entre lenguaje y representación literaria. Piglia reconoce en una entrevista que se sintió seducido porel disparate de armar prostíbulos, y con el dinero obtenido por las prostitutas instalar fábricas de gas fosfeno. Nos interesaba ese mecanismo” (2022, 132). El proceso de nacionalización cultural sacrificó las lenguas del inmigrante porque trasluce que, en la Argentina, existe una aporía, que difícilmente se podría gestionar mediante los gobiernos de turno. En el caso de Arlt (Sarlo, 2000) su “economía literaria” resulta urticante, pero empalma con el clima cultural de los hermanos Discépolo (“teatralidad y lírica popular”). En su pluma, mezcla de simpatías y canallas, supo valorar el fondo bufonesco como el quid trágico de Armando Discépolo y, especialmente, de su obra Babilonia. “Lo bufo”, la vacuidad de la existencia en comunidad, la economía de la orgía, es la tragedia que Arlt -escritor malditos entre malditos- cultivó en sus Aguafuertes Porteños (1928-1933). La intervención de Armando, en Mustafá (1921) devela dramáticamente los problemas de integración y, esencialmente, la lengua desgarrada, fragmentada, herida, que acompaña este fracaso y muestra las rupturas identitarias. Para David Viñas, “El grotesco es la caricatura de la propuesta oligárquico-liberal”. El teatro de “lo grotesco” devela el sujeto extraviado, demencial, desquiciado, fuera de sí, atrapado por la esclavitud de lo cotidiano, entre máquinas y paredes. La confusión de lugares y tiempos no se debe solamente a la sensibilidad de los personajes, sino fundamentalmente a la alienación provocada por el extrañamiento a toda raíz. El ocaso de las máscaras modernizantes -mitos oligárquicos- determina la transición del sainete al grotesco criollo (paso de la máscara al rostro) donde comedia y tragicidad se articulan. Mediante un giro dramatúrgico se devela la humanidad desterrada. Aquí irrumpe un “sujeto estallado”, “escindido”, donde la intensa hibridación somete todo al espacio de lo intempestivo.
En suma, Arlt como suburbio de la literatura argentina, abrazó, las frustraciones y las dificultades de estar en el mundo, de haber emigrado. La migración convoca al “infinito errante”, como si fuéramos rehenes de la destinación. La lengua deviene sinónimo de destierro porque la comunicación nunca fue un proceso fácil. Un lugar transfronterizo de la no pertenencia, donde solo se pudo pulular en desposesiones y desarraigos, sin ninguna mediación hermenéutica. Quizá era posible una “aristocracia arrabalera”. La máquina literaria del escritor-bricoleur se sirve de materiales ya elaborados, con fragmentos de obras, con sobrantes y trozos. En las Aguafuertes porteñas, el escritor-bricoleur es un vagabundo urbano. Especie de flâneur desposeído que pulula por la ciudad del 900 al acecho de los eriazos simbólicos. Por fin, “si el tango se hace bronco, un espasmo nos retuerce el alma (…) y nos recuerda un momento carcelario…otros el instante terrible de cuando andábamos en la mala” (Arlt, Confabulaciones, 81)
Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS-UFRO)
Julio Cortázar
(12) Buenas Noches, Che Bandoneon | Julio Cortázar | REMASTERIZADO – YouTube
Bibliografía de referencia.
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_________ (2022) Historia de la crítica literaria. Ariel Literatura y Crítica Ariel. España
[1] Dice Arlt sobre Florida, “He hablado tanto de las calles canallas, con sus mansardas asomadas a sol y sus tiestos de geranios que riega casi siempre una muchachita vestida de percal, que hoy…[ante] letreros luminosos, maravilla de lo pálido verde, de lo pálido azul y amarillo, siento necesidad de hablar de la calle Florida…y de sus petimetres; de la calle donde siempre hay «un día convalesciente» de claridad, con sus vidrieras que retuercen de deseos el alma de las mujeres. Multitud de gente bien vestida. Los desdichados evitan esta calle; los miserables que albergan un proyecto, la eluden; los soñadores que llevan un mundo adentro, la esquivan; todos aquellos que necesitan de la calle para desparramar su angustia…no entran en esta, que es el escaparate vivo del lujo, de las mujeres que cuestan mucho”. Aguafuertes porteñas (Selección).